/ jueves 17 de enero de 2019

Clío

“La historia es la maestra de la vida” frase que le debemos al excelso orador romano Cicerón, hombre sesudo que lo mismo descolló como jurista y filósofo que como político y escritor, cuya idea es la reflexión que hoy ocupa esta columna. En esta famosa sentencia podemos vislumbrar que lo mismo en Roma que en las antípodas, el peso de la historia, el correr del tiempo sobre el acontecer humano, sienta las bases sobre las que se perpetúa la existencia misma. Como maestra que es, la historia le da a los pueblos lecciones, aun cuando el ser humano sea reticente a entenderlas y deba, generación tras generación, pagar por los errores repetidos o en otros casos, logre progresar tras un aprendizaje adecuado.

De algún modo la historia es cíclica, más no como un círculo que inicia y termina por la eternidad, porque de lo contrario no podríamos hablar de un desarrollo. Creer que la historia es un círculo perfecto sería aceptar que el tiempo en sí mismo revive una y otra vez la gloria y la desgracia perpetua, sin ningún cambio posible, un continuo amanecer y anochecer sucesivos, sin novedad posible.

Si bien es cierto que para entender “el aquí y el ahora” es necesario entender los acontecimientos anteriores, cuya sucesión permitió que el momento presente exista (lo que se denomina diacronía), no podríamos reducir todo a una simple sucesión de causa-efecto que funcione para todas las épocas, porque dos sucesos diferentes pueden ocurrir simultáneamente en el mismo horizonte temporal, pero no por ello los convierte en sucesos idénticos (esto se denomina sincronía). Por eso al principio se mencionaba que en Roma o en las antípodas el correr del tiempo sienta las bases de la existencia.

Por ejemplo, en este momento estarás leyendo este periódico, pero del otro lado del mundo (en las antípodas) alguien estará durmiendo, duchándose, masticando un chicle, viviendo otra realidad simultánea a la realidad que en este momento vives tú. Sin embargo, todos estos sucesos ocurren a la par de la historia en transcurso.

Este devenir de la historia se “mueve” linealmente, pero con la peculiaridad de que conlleva bucles en su interior, bucles donde las lecciones que la humanidad debe aprender suceden constantemente, abriendo la posibilidad de aprender del pasado para generar nuevos futuros. Esta conformación tipo bucle de la historia podemos entenderla de la manera en que los físicos explican las ondas.

A las ondas para su estudio se les ha dividido en “partes” que las conforman, así tenemos que poseen una longitud, una cresta (que es la parte más alta), y un valle (la parte más baja de la onda); en ese continuo oscilar entre crestas y valles (pensemos en la típica imagen de electrocardiograma) existe una línea de equilibrio que discurre por el medio de la onda, como si fuera su guía.

La historia vista como una onda nos da la idea de que progresa, de que hay un avance lineal, pero debido a que entre cresta y cresta se completan ciclos, podríamos entender que existan también adelantos y retrocesos, en la cresta de la onda se llega a lo más alto, en el valle de la onda se desciende, es decir, se presenta una oscilación de subidas y bajadas que en conjunto conforman lo que llamamos “acontecer”. El acontecer es lo que le sucede a la humanidad como conjunto, independientemente de sus “vivencias individuales”. No podemos por ello entender las “historias nacionales” (cada una con sus diacronías) sin entender la historia mundial (que sucede en sincronía). No podemos negar que todos vamos en el mismo barco, pero esa una lección que todavía nos cuesta aprender.

Un niño lo podría entender si le explicamos que cuando se sube a un carrusel el caballo de plástico que monta sube y baja, pero al mismo tiempo se desplaza, dado que el carrusel gira sobre sí mismo. Lo mismo sucede con la historia, que además de desplazarse circularmente con subidas y bajadas, avanza linealmente.

En resumen, todos los pueblos del mundo somos pasajeros del carrusel de la historia y sólo ella se encargará de enseñarnos, como maestra que es, el final del trayecto. Mientras tanto, estamos en proceso de entender la lección. (A)

“La historia es la maestra de la vida” frase que le debemos al excelso orador romano Cicerón, hombre sesudo que lo mismo descolló como jurista y filósofo que como político y escritor, cuya idea es la reflexión que hoy ocupa esta columna. En esta famosa sentencia podemos vislumbrar que lo mismo en Roma que en las antípodas, el peso de la historia, el correr del tiempo sobre el acontecer humano, sienta las bases sobre las que se perpetúa la existencia misma. Como maestra que es, la historia le da a los pueblos lecciones, aun cuando el ser humano sea reticente a entenderlas y deba, generación tras generación, pagar por los errores repetidos o en otros casos, logre progresar tras un aprendizaje adecuado.

De algún modo la historia es cíclica, más no como un círculo que inicia y termina por la eternidad, porque de lo contrario no podríamos hablar de un desarrollo. Creer que la historia es un círculo perfecto sería aceptar que el tiempo en sí mismo revive una y otra vez la gloria y la desgracia perpetua, sin ningún cambio posible, un continuo amanecer y anochecer sucesivos, sin novedad posible.

Si bien es cierto que para entender “el aquí y el ahora” es necesario entender los acontecimientos anteriores, cuya sucesión permitió que el momento presente exista (lo que se denomina diacronía), no podríamos reducir todo a una simple sucesión de causa-efecto que funcione para todas las épocas, porque dos sucesos diferentes pueden ocurrir simultáneamente en el mismo horizonte temporal, pero no por ello los convierte en sucesos idénticos (esto se denomina sincronía). Por eso al principio se mencionaba que en Roma o en las antípodas el correr del tiempo sienta las bases de la existencia.

Por ejemplo, en este momento estarás leyendo este periódico, pero del otro lado del mundo (en las antípodas) alguien estará durmiendo, duchándose, masticando un chicle, viviendo otra realidad simultánea a la realidad que en este momento vives tú. Sin embargo, todos estos sucesos ocurren a la par de la historia en transcurso.

Este devenir de la historia se “mueve” linealmente, pero con la peculiaridad de que conlleva bucles en su interior, bucles donde las lecciones que la humanidad debe aprender suceden constantemente, abriendo la posibilidad de aprender del pasado para generar nuevos futuros. Esta conformación tipo bucle de la historia podemos entenderla de la manera en que los físicos explican las ondas.

A las ondas para su estudio se les ha dividido en “partes” que las conforman, así tenemos que poseen una longitud, una cresta (que es la parte más alta), y un valle (la parte más baja de la onda); en ese continuo oscilar entre crestas y valles (pensemos en la típica imagen de electrocardiograma) existe una línea de equilibrio que discurre por el medio de la onda, como si fuera su guía.

La historia vista como una onda nos da la idea de que progresa, de que hay un avance lineal, pero debido a que entre cresta y cresta se completan ciclos, podríamos entender que existan también adelantos y retrocesos, en la cresta de la onda se llega a lo más alto, en el valle de la onda se desciende, es decir, se presenta una oscilación de subidas y bajadas que en conjunto conforman lo que llamamos “acontecer”. El acontecer es lo que le sucede a la humanidad como conjunto, independientemente de sus “vivencias individuales”. No podemos por ello entender las “historias nacionales” (cada una con sus diacronías) sin entender la historia mundial (que sucede en sincronía). No podemos negar que todos vamos en el mismo barco, pero esa una lección que todavía nos cuesta aprender.

Un niño lo podría entender si le explicamos que cuando se sube a un carrusel el caballo de plástico que monta sube y baja, pero al mismo tiempo se desplaza, dado que el carrusel gira sobre sí mismo. Lo mismo sucede con la historia, que además de desplazarse circularmente con subidas y bajadas, avanza linealmente.

En resumen, todos los pueblos del mundo somos pasajeros del carrusel de la historia y sólo ella se encargará de enseñarnos, como maestra que es, el final del trayecto. Mientras tanto, estamos en proceso de entender la lección. (A)

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