/ miércoles 21 de noviembre de 2018

CON LA FUERZA DE LA RAZÓN

La división forma parte de nuestras vidas, la vemos por todas partes, el mundo está dividido territorialmente, los países, los estados y los municipios también; dividen las ideologías, las religiones, los intereses económicos y políticos, en fin, la sociedad se divide en estratos…en familias. Matemáticamente la división nos ayuda a repartir, económicamente a distribuir, pero políticamente ayuda a controlar al dividir una fuerza que se considera amenazante para quien gobierna, ahí está la clave, el fin de la división está estrechamente con los efectos de la misma.

En México se ha sembrado un malestar social que ha polarizado a la sociedad, a raíz de la repetición sistemática se ha despertado el odio y la discordia entre ciudadanos divididos económicamente en estratos sociales. De esta manera se comienza a ver una posición rígida y hasta irreconciliable entre pobres y ricos, entre empresarios del sistema y empresarios tradicionales, entre ciudadanos de barrio y ciudadanos fifís, entre la mafia del poder y los inmaculados por la gracia tropical, etc. Peligrosamente nos enfilamos al colapso intestino que puede convertir la esperanza en desesperanza, que nos puede llevar a una crisis política y también económica de dimensiones incontrolables que podría desembocar en mayor pobreza de los ya pobres y en una ignorancia más profunda que nos conduzca a un estado de mayor miseria.

El contexto envolvente en el que estamos viviendo motiva a seguir dividiendo, lo hacemos de manera automática, casi sin percibirlo, nos lanzamos los unos contra los otros por cualquier comentario que a nuestro juicio no nos satisface, no analizamos el fondo y mucho menos el origen del problema, de poco sirve que formemos parte de la misma clase laboral, del mismo equipo sindical o incluso, de la misma comunidad o de la misma familia; la moda es dividir e inercialmente lo hacemos. Nos sentimos tan empoderados por lo que creemos o por lo que nos han hecho creer, que no medimos las consecuencias y somos capaces de incendiar nuestra propia casa por ver la del vecino arder.

Creo que es conviene hacer un alto para reflexionar y dar lugar a la duda, para prefigurar escenarios y determinar variables con la intención de analizar si el camino que estamos siguiendo es el más correcto o lo que es más de fondo: si las acciones que estamos llevando a cabo nos pueden conducir al futuro que deseamos. Debemos detenernos a pensar la utilidad o el perjuicio de seguir dividiendo en lugar de sumar o de multiplicar, hasta dónde nos puede llevar el enemistarnos con quien siempre fue nuestro amigo, dar la espalda al miembro de nuestra familia por diferencias políticas, el alejarnos de nuestro compañero o de nuestra compañera de trabajo por diferencias de percepción sindical. Es fácil saber si nuestra ruta es correcta al ver lo que hemos ganado y compararlo con lo que hemos perdido, esa sustracción nos puede ayudar a comprender si la división nos está ayudando o nos está alejando más cada día de la meta o del estado de bienestar que trae consigo la unidad.

Curiosamente son más las quejas que las propuestas cuando queremos cambiar el estado de las cosas o resolver un problema, evitamos detenernos a pensar el efecto que tendría pegar todos en el mismo punto o jalar todos hacia el mismo lado, preferimos emitir lamentos aislados y criticar todo lo que se hace en nuestro alrededor, el contexto nos absorbe y la estela de inconformidad que se cierne sobre nuestras cabezas es más poderosa que la voluntad propia o la reflexión personal.

Si no comenzamos a reconocer y a reconocernos, la distancia se irá alejando y las posibilidades de ganar-ganar como ciudadanos o como trabajadores se esfumarán de nuestras vidas. Por supuesto que de esta división habrá ganadores, pero no seremos nosotros, serán las cúpulas del poder las que atesoren nuestros yerros, el perder-perder o las ganancias pírricas formarán parte de nuestra confrontada existencia. La división terminará por extinguir los sueños de una sociedad ávida de reconocimiento y de una clase trabajadora que aspira a vivir con dignidad y decoro.


La división forma parte de nuestras vidas, la vemos por todas partes, el mundo está dividido territorialmente, los países, los estados y los municipios también; dividen las ideologías, las religiones, los intereses económicos y políticos, en fin, la sociedad se divide en estratos…en familias. Matemáticamente la división nos ayuda a repartir, económicamente a distribuir, pero políticamente ayuda a controlar al dividir una fuerza que se considera amenazante para quien gobierna, ahí está la clave, el fin de la división está estrechamente con los efectos de la misma.

En México se ha sembrado un malestar social que ha polarizado a la sociedad, a raíz de la repetición sistemática se ha despertado el odio y la discordia entre ciudadanos divididos económicamente en estratos sociales. De esta manera se comienza a ver una posición rígida y hasta irreconciliable entre pobres y ricos, entre empresarios del sistema y empresarios tradicionales, entre ciudadanos de barrio y ciudadanos fifís, entre la mafia del poder y los inmaculados por la gracia tropical, etc. Peligrosamente nos enfilamos al colapso intestino que puede convertir la esperanza en desesperanza, que nos puede llevar a una crisis política y también económica de dimensiones incontrolables que podría desembocar en mayor pobreza de los ya pobres y en una ignorancia más profunda que nos conduzca a un estado de mayor miseria.

El contexto envolvente en el que estamos viviendo motiva a seguir dividiendo, lo hacemos de manera automática, casi sin percibirlo, nos lanzamos los unos contra los otros por cualquier comentario que a nuestro juicio no nos satisface, no analizamos el fondo y mucho menos el origen del problema, de poco sirve que formemos parte de la misma clase laboral, del mismo equipo sindical o incluso, de la misma comunidad o de la misma familia; la moda es dividir e inercialmente lo hacemos. Nos sentimos tan empoderados por lo que creemos o por lo que nos han hecho creer, que no medimos las consecuencias y somos capaces de incendiar nuestra propia casa por ver la del vecino arder.

Creo que es conviene hacer un alto para reflexionar y dar lugar a la duda, para prefigurar escenarios y determinar variables con la intención de analizar si el camino que estamos siguiendo es el más correcto o lo que es más de fondo: si las acciones que estamos llevando a cabo nos pueden conducir al futuro que deseamos. Debemos detenernos a pensar la utilidad o el perjuicio de seguir dividiendo en lugar de sumar o de multiplicar, hasta dónde nos puede llevar el enemistarnos con quien siempre fue nuestro amigo, dar la espalda al miembro de nuestra familia por diferencias políticas, el alejarnos de nuestro compañero o de nuestra compañera de trabajo por diferencias de percepción sindical. Es fácil saber si nuestra ruta es correcta al ver lo que hemos ganado y compararlo con lo que hemos perdido, esa sustracción nos puede ayudar a comprender si la división nos está ayudando o nos está alejando más cada día de la meta o del estado de bienestar que trae consigo la unidad.

Curiosamente son más las quejas que las propuestas cuando queremos cambiar el estado de las cosas o resolver un problema, evitamos detenernos a pensar el efecto que tendría pegar todos en el mismo punto o jalar todos hacia el mismo lado, preferimos emitir lamentos aislados y criticar todo lo que se hace en nuestro alrededor, el contexto nos absorbe y la estela de inconformidad que se cierne sobre nuestras cabezas es más poderosa que la voluntad propia o la reflexión personal.

Si no comenzamos a reconocer y a reconocernos, la distancia se irá alejando y las posibilidades de ganar-ganar como ciudadanos o como trabajadores se esfumarán de nuestras vidas. Por supuesto que de esta división habrá ganadores, pero no seremos nosotros, serán las cúpulas del poder las que atesoren nuestros yerros, el perder-perder o las ganancias pírricas formarán parte de nuestra confrontada existencia. La división terminará por extinguir los sueños de una sociedad ávida de reconocimiento y de una clase trabajadora que aspira a vivir con dignidad y decoro.


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