/ miércoles 26 de enero de 2022

Crecimiento

Si no podemos cambiar la situación a la que nos estamos enfrentando, el reto consiste en cambiarnos a nosotros mismos para crecerVíctor Frankl

Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo para vivirla. Cuando se asume el destino, con la firme voluntad de trabajar para cambiarlo; asimilando lo que deja detrás, construyendo lo que se tiene por delante y proyectando lo que puede ser el porvenir. Se crece cuando uno se supera, se valora y sabe dar frutos; cuando se abre camino dejando huellas: crecemos al asimilar experiencias y al sembrar raíces.

Hay crecimiento, cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe. “La mejor manera de predecir el futuro es creándolo”, señaló Peter Drucker. El crecimiento es la única evidencia de la vida.

Crecemos cuando nos trazamos e imponemos metas, sin importar comentarios, ni prejuicios; cuando se cumple con la labor encomendada; cuando se fortalece el carácter, sostenido por la formación; cuando se enfrenta al invierno, aunque se pierdan las hojas; cuando se recogen flores, aunque tengan espinas y cuando se camina, aunque se levante el polvo; cuando se es capaz de afianzarse, incluso con recuperadas ilusiones, capaz de perfumarse, con residuos de flores y de encenderse con cenizas de amor.

Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que se recibe.

Algún día escuché esta interesante reflexión que hoy me permito compartir:

“No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se impacienta frente a la semilla sembrada, halándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡crece, crece… por favor!

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en algo no apto para impacientes; se siembra la semilla, se abona y se riega constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros ¡siete años!, a tal punto que, un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de tan sólo seis semanas, la planta de bambú crece ¡más de treinta metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

En la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere de tiempo. De igual manera, es necesario entender que, en muchas ocasiones, estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo y esto puede ser extremadamente frustrante. En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que "en tanto no bajemos los brazos", ni abandonemos por “no ver" el resultado que esperamos, está sucediendo algo en nuestro interior: estamos creciendo y madurando.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que sostendrán el éxito y la plenitud cuando éstos, se consigan.

Uno crece cuando se planta para no retroceder... ¡Cuando se defiende como águila para no dejar de volar! ¡Cuándo se clava como ancla y se ilumina como estrella!

Siendo estudiantes de preparatoria, nos sorprendieron con una grata e inesperada noticia: ¡Nos visitará la Madre Teresa de Calcuta!

De inmediato surgieron voces de incredulidad, ante la magnitud del personaje. Otros preguntaban en aquellos tiempos: ¿Quién es la Madre Teresa?, ¿De dónde viene?

El numeroso contingente, apenas nos dejaba espacio para ver su llegada. Miradas curiosas y expectantes en los pasillos de la escuela para ser testigos de una presencia notoria, por su sencillez y por su ternura.

Nos dijo con firmeza y calidez: “Tengan presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años. Pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tienen edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña… detrás de cada línea de llegada, hay una de partida; detrás de cada logro, hay otro desafío. Mientras estés vivo ¡siéntete vivo, decídete y crece!

No vivas de fotos amarillas: ¡sigue!, aunque otros esperen que abandones; no dejes que se oxide el hierro que hay en ti. Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina y cuando no puedas caminar, usa el bastón… ¡pero nunca te detengas!”

Crece en el mundo quien se levanta, quien busca las circunstancias; quien las genera… y cuando no las encuentra: ¡las inventa!

Si no podemos cambiar la situación a la que nos estamos enfrentando, el reto consiste en cambiarnos a nosotros mismos para crecerVíctor Frankl

Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo para vivirla. Cuando se asume el destino, con la firme voluntad de trabajar para cambiarlo; asimilando lo que deja detrás, construyendo lo que se tiene por delante y proyectando lo que puede ser el porvenir. Se crece cuando uno se supera, se valora y sabe dar frutos; cuando se abre camino dejando huellas: crecemos al asimilar experiencias y al sembrar raíces.

Hay crecimiento, cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe. “La mejor manera de predecir el futuro es creándolo”, señaló Peter Drucker. El crecimiento es la única evidencia de la vida.

Crecemos cuando nos trazamos e imponemos metas, sin importar comentarios, ni prejuicios; cuando se cumple con la labor encomendada; cuando se fortalece el carácter, sostenido por la formación; cuando se enfrenta al invierno, aunque se pierdan las hojas; cuando se recogen flores, aunque tengan espinas y cuando se camina, aunque se levante el polvo; cuando se es capaz de afianzarse, incluso con recuperadas ilusiones, capaz de perfumarse, con residuos de flores y de encenderse con cenizas de amor.

Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que se recibe.

Algún día escuché esta interesante reflexión que hoy me permito compartir:

“No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se impacienta frente a la semilla sembrada, halándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡crece, crece… por favor!

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en algo no apto para impacientes; se siembra la semilla, se abona y se riega constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros ¡siete años!, a tal punto que, un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de tan sólo seis semanas, la planta de bambú crece ¡más de treinta metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

En la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere de tiempo. De igual manera, es necesario entender que, en muchas ocasiones, estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo y esto puede ser extremadamente frustrante. En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que "en tanto no bajemos los brazos", ni abandonemos por “no ver" el resultado que esperamos, está sucediendo algo en nuestro interior: estamos creciendo y madurando.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que sostendrán el éxito y la plenitud cuando éstos, se consigan.

Uno crece cuando se planta para no retroceder... ¡Cuando se defiende como águila para no dejar de volar! ¡Cuándo se clava como ancla y se ilumina como estrella!

Siendo estudiantes de preparatoria, nos sorprendieron con una grata e inesperada noticia: ¡Nos visitará la Madre Teresa de Calcuta!

De inmediato surgieron voces de incredulidad, ante la magnitud del personaje. Otros preguntaban en aquellos tiempos: ¿Quién es la Madre Teresa?, ¿De dónde viene?

El numeroso contingente, apenas nos dejaba espacio para ver su llegada. Miradas curiosas y expectantes en los pasillos de la escuela para ser testigos de una presencia notoria, por su sencillez y por su ternura.

Nos dijo con firmeza y calidez: “Tengan presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años. Pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tienen edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña… detrás de cada línea de llegada, hay una de partida; detrás de cada logro, hay otro desafío. Mientras estés vivo ¡siéntete vivo, decídete y crece!

No vivas de fotos amarillas: ¡sigue!, aunque otros esperen que abandones; no dejes que se oxide el hierro que hay en ti. Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina y cuando no puedas caminar, usa el bastón… ¡pero nunca te detengas!”

Crece en el mundo quien se levanta, quien busca las circunstancias; quien las genera… y cuando no las encuentra: ¡las inventa!