/ jueves 29 de noviembre de 2018

Cultívate y disfruta

Hoy la invitación es a pensar, a reflexionar sobre la cultura y la vulgaridad y a saber ser héroes. Comencemos por dejar en claro que la cultura no es aburrida, simplemente se está o no capacitado para apreciarla, pero también es cierto que esto tiene solución y cuanto más joven se empiece, mejor fruto rendirá.

Entenderemos cultura en este contexto, como aquel compendio de saberes que transforma al individuo en una mejor versión de sí mismo y, por lo tanto, para ser mejor deberá ir más allá de lo que han ido los otros. Este ánimo de aspirar a la excelencia es propio de las personas vivaces que no le temen a ejercer su criterio. Quien aspire a hacer las cosas bien, se topará con comentarios malintencionados que intentarán bajarle los zumos y deberá aprender a lidiar con ellos si verdaderamente quiere ser feliz.

Pongamos un ejemplo, quien lee y se instruye más allá de lo que le dicta la televisión, tendrá un panorama diferente que le permitirá tener una visión más nutrida y por lo tanto, podrá disfrutar de los placeres de la vida de una manera más refinada, pero debe tener consciencia de que no todos sabrán apreciarlo.

No se trata tampoco de sentirse superior y ser una enciclopedia andando, porque la instrucción se vuelve amena cuando se acompaña de humildad y se vuelve pedantería cuando se empaña de orgullo. La situación es más simple: para ser culto basta ser disciplinado y tener el ánimo de mejorar sin necesidad de cacaraquearlo. No se requiere ser excepcionalmente inteligente, ni mucho menos adinerado.

Infinidad de personas de gran inteligencia son desidiosas, despreciando el estudio y argumentando que no lo requieren, olvidándose que el cerebro es un “músculo” que por lo tanto debe ejercitarse o de lo contrario se atrofia. O el caso de muchos “nuevos ricos” que presumen de caudales de dinero que en verdad los tienen, pero con ellos no compensan su falta de conocimiento de lo que es agraciado, armónico o estético y al momento de elegir hasta el más elemental mueble de su casa, se dejan engañar por muebles bromosos, dorados o “minimalistas” creyéndolos sinónimo de elegancia y refinamiento, víctimas del dependiente de la mueblería que les ofrece el mueble más costoso, pero no por eso el más bello.

Cualquier persona puede refinar sus gustos en cualquier momento de su vida, pero la obtención de un resultado satisfactorio dependerá de la constancia que le imprima a su deseo de ir más allá, aventurarse a otras formas de pensar, a probar comidas diferentes de lo que su paladar acostumbra, a apreciar las formas y a distinguir la belleza sin necesidad de oropel.

Por eso, cultivar el espíritu requiere la disposición para convertirse en un héroe que no teme al riesgo del “qué dirán” y para ello, debe renunciar a la vulgaridad. Lo vulgar es aquello que carece de novedad, que es común porque se repite, no exige cualidades especiales, es poco original. La vulgaridad se relaciona con lo mediocre porque no destaca ni brilla.

Quien no le ha exigido a su espíritu esforzarse por apreciar la cultura y por lo tanto se mantiene en un nivel elemental de percepción, la complejidad que le exigirá la concentración de leer un libro, la disciplina de tocar un instrumento musical o la destreza de sostener un pincel le parecerá una tortura y todo lo que le implique un esfuerzo por pensar le pesará como una sofocante losa de piedra que le aplasta las sienes. Muchos en este punto renunciarán al esfuerzo y criticarán a los que lo intentan, porque si ellos no pudieron no querrán que los demás los aventajen.

Pero si uno es un héroe y se sobrepone a la dificultad de ejercitar el cerebro, a acallar las distracciones de lo mundano y logre saborear un libro, una pieza de música, una buena película, cuando se serene su mar interior y se convierta en un lago donde se refleje una versión más pulida de sí mismo, entonces experimentará placeres diferentes a los gozos vulgares que son fáciles de obtener al encender la televisión o escuchar una canción de tamborazos. Recuerda: tienes derecho a cultivarte, tienes derecho a disfrutar. (M)


Hoy la invitación es a pensar, a reflexionar sobre la cultura y la vulgaridad y a saber ser héroes. Comencemos por dejar en claro que la cultura no es aburrida, simplemente se está o no capacitado para apreciarla, pero también es cierto que esto tiene solución y cuanto más joven se empiece, mejor fruto rendirá.

Entenderemos cultura en este contexto, como aquel compendio de saberes que transforma al individuo en una mejor versión de sí mismo y, por lo tanto, para ser mejor deberá ir más allá de lo que han ido los otros. Este ánimo de aspirar a la excelencia es propio de las personas vivaces que no le temen a ejercer su criterio. Quien aspire a hacer las cosas bien, se topará con comentarios malintencionados que intentarán bajarle los zumos y deberá aprender a lidiar con ellos si verdaderamente quiere ser feliz.

Pongamos un ejemplo, quien lee y se instruye más allá de lo que le dicta la televisión, tendrá un panorama diferente que le permitirá tener una visión más nutrida y por lo tanto, podrá disfrutar de los placeres de la vida de una manera más refinada, pero debe tener consciencia de que no todos sabrán apreciarlo.

No se trata tampoco de sentirse superior y ser una enciclopedia andando, porque la instrucción se vuelve amena cuando se acompaña de humildad y se vuelve pedantería cuando se empaña de orgullo. La situación es más simple: para ser culto basta ser disciplinado y tener el ánimo de mejorar sin necesidad de cacaraquearlo. No se requiere ser excepcionalmente inteligente, ni mucho menos adinerado.

Infinidad de personas de gran inteligencia son desidiosas, despreciando el estudio y argumentando que no lo requieren, olvidándose que el cerebro es un “músculo” que por lo tanto debe ejercitarse o de lo contrario se atrofia. O el caso de muchos “nuevos ricos” que presumen de caudales de dinero que en verdad los tienen, pero con ellos no compensan su falta de conocimiento de lo que es agraciado, armónico o estético y al momento de elegir hasta el más elemental mueble de su casa, se dejan engañar por muebles bromosos, dorados o “minimalistas” creyéndolos sinónimo de elegancia y refinamiento, víctimas del dependiente de la mueblería que les ofrece el mueble más costoso, pero no por eso el más bello.

Cualquier persona puede refinar sus gustos en cualquier momento de su vida, pero la obtención de un resultado satisfactorio dependerá de la constancia que le imprima a su deseo de ir más allá, aventurarse a otras formas de pensar, a probar comidas diferentes de lo que su paladar acostumbra, a apreciar las formas y a distinguir la belleza sin necesidad de oropel.

Por eso, cultivar el espíritu requiere la disposición para convertirse en un héroe que no teme al riesgo del “qué dirán” y para ello, debe renunciar a la vulgaridad. Lo vulgar es aquello que carece de novedad, que es común porque se repite, no exige cualidades especiales, es poco original. La vulgaridad se relaciona con lo mediocre porque no destaca ni brilla.

Quien no le ha exigido a su espíritu esforzarse por apreciar la cultura y por lo tanto se mantiene en un nivel elemental de percepción, la complejidad que le exigirá la concentración de leer un libro, la disciplina de tocar un instrumento musical o la destreza de sostener un pincel le parecerá una tortura y todo lo que le implique un esfuerzo por pensar le pesará como una sofocante losa de piedra que le aplasta las sienes. Muchos en este punto renunciarán al esfuerzo y criticarán a los que lo intentan, porque si ellos no pudieron no querrán que los demás los aventajen.

Pero si uno es un héroe y se sobrepone a la dificultad de ejercitar el cerebro, a acallar las distracciones de lo mundano y logre saborear un libro, una pieza de música, una buena película, cuando se serene su mar interior y se convierta en un lago donde se refleje una versión más pulida de sí mismo, entonces experimentará placeres diferentes a los gozos vulgares que son fáciles de obtener al encender la televisión o escuchar una canción de tamborazos. Recuerda: tienes derecho a cultivarte, tienes derecho a disfrutar. (M)


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