/ lunes 5 de abril de 2021

Democracias

La democracia como aspiración y praxis, argumento, medio y fin es el asunto que contiene diversos dilemas. Regularmente al mencionar la citada palabra de origen griego, como casi toda nuestra antropología social, se direcciona el pensamiento a las elecciones, si bien es uno de los rasgos no lo representa todo porque más bien debe verse como un estilo, un modelo de vida esta práctica patentada hace 25 siglos en Atenas.

Se habla de las democracias con diferente apellido, representativa, participativa, deliberativa, burguesa y así podemos prolongar la lista. En nuestro país la democracia no es robusta.

Actualmente en nombre de la democracia se perpetran acciones que le contradicen en los hechos, los debates que escuchamos están impregnados de crispación, juicios de valor montados sobre medias verdades y un acendrado maniqueísmo.

Aún falta ensanchar la ruta de la democracia para que ésta sea vigorosa y no un asunto a capricho de una elite cada vez más empecinada en fortalecer el oligopolio de la partidocracia. Los partidos políticos se fundaron para buscar el poder, la tenencia del mismo es la causa última desde que surgieron en la etapa contemporánea en Inglaterra, bajo esa lógica todo puede ser posible.

Se viven y padecen tiempos complicados, una pandemia de larga duración, el desprestigio impregna a las organizaciones políticas, muchas franjas de nuestro país han sido marcadas por el signo de la inseguridad, la impunidad y el hartazgo como elementos cotidianos, ahí ubicamos el desencanto galopante que propician los partidos políticos.

Muchos se preguntan si en México podría permear una composición nueva que rompa un paradigma relativamente nuevo que luce avejentado prematuramente con la partidocracia, un nuevo modelo podría inspirarse en la organización Podemos, en su momento, que se originó en España para cosechar frutos de manera temprana y arrebató importantes franjas a la derecha e izquierda que no disimulan su decadencia.

En ocasiones parece que la fatídica Caja de Pandora se reabrió para que los males se esparcieran, muchos expedientes en nuestro país así lo indican.

Políticos enriquecidos, a su alrededor abunda la pobreza, personajes que amasan fortunas para acrecentar la desigualdad como distintivo claro de ese padecimiento nacional. Opacidad, no rendición de cuentas, endeudamientos brutales de estados y municipios, los lastres citados son sinónimo de impunidad. Todos esos males no pueden ser rasgos de un sistema democrático sino más bien de uno que se corrompe.

No obstante, lo peor que puede suceder es claudicar, muchas iniciativas independientes están vivas, se han convertido en denuncias, exigencias, producto de una indignación legítima, contribuyen a no abatir la polifonía que nutre la diversidad, son ópticas que constatan el debate de ideas para reflejar un México plural. Queda la esperanza y una viva capacidad de asombro e indignación. Lo cierto es que el proceso electoral puede sobrecalentarse, es atípico a fuerza de la pandemia que amenaza con una tercera ola con todos los daños que ello supone.

Quienes aspiran a cargos de elección popular, más de 20 mil, deben conducirse con responsabilidad porque no hay margen para reuniones masivas, ya los tiempos de pandemia no dan para ganar plazas públicas con mítines como se ha estilado. La salud pública resulta esencial, por ello entraña un compromiso ético y de generosidad. Empatía, esa es la palabra.

La democracia como aspiración y praxis, argumento, medio y fin es el asunto que contiene diversos dilemas. Regularmente al mencionar la citada palabra de origen griego, como casi toda nuestra antropología social, se direcciona el pensamiento a las elecciones, si bien es uno de los rasgos no lo representa todo porque más bien debe verse como un estilo, un modelo de vida esta práctica patentada hace 25 siglos en Atenas.

Se habla de las democracias con diferente apellido, representativa, participativa, deliberativa, burguesa y así podemos prolongar la lista. En nuestro país la democracia no es robusta.

Actualmente en nombre de la democracia se perpetran acciones que le contradicen en los hechos, los debates que escuchamos están impregnados de crispación, juicios de valor montados sobre medias verdades y un acendrado maniqueísmo.

Aún falta ensanchar la ruta de la democracia para que ésta sea vigorosa y no un asunto a capricho de una elite cada vez más empecinada en fortalecer el oligopolio de la partidocracia. Los partidos políticos se fundaron para buscar el poder, la tenencia del mismo es la causa última desde que surgieron en la etapa contemporánea en Inglaterra, bajo esa lógica todo puede ser posible.

Se viven y padecen tiempos complicados, una pandemia de larga duración, el desprestigio impregna a las organizaciones políticas, muchas franjas de nuestro país han sido marcadas por el signo de la inseguridad, la impunidad y el hartazgo como elementos cotidianos, ahí ubicamos el desencanto galopante que propician los partidos políticos.

Muchos se preguntan si en México podría permear una composición nueva que rompa un paradigma relativamente nuevo que luce avejentado prematuramente con la partidocracia, un nuevo modelo podría inspirarse en la organización Podemos, en su momento, que se originó en España para cosechar frutos de manera temprana y arrebató importantes franjas a la derecha e izquierda que no disimulan su decadencia.

En ocasiones parece que la fatídica Caja de Pandora se reabrió para que los males se esparcieran, muchos expedientes en nuestro país así lo indican.

Políticos enriquecidos, a su alrededor abunda la pobreza, personajes que amasan fortunas para acrecentar la desigualdad como distintivo claro de ese padecimiento nacional. Opacidad, no rendición de cuentas, endeudamientos brutales de estados y municipios, los lastres citados son sinónimo de impunidad. Todos esos males no pueden ser rasgos de un sistema democrático sino más bien de uno que se corrompe.

No obstante, lo peor que puede suceder es claudicar, muchas iniciativas independientes están vivas, se han convertido en denuncias, exigencias, producto de una indignación legítima, contribuyen a no abatir la polifonía que nutre la diversidad, son ópticas que constatan el debate de ideas para reflejar un México plural. Queda la esperanza y una viva capacidad de asombro e indignación. Lo cierto es que el proceso electoral puede sobrecalentarse, es atípico a fuerza de la pandemia que amenaza con una tercera ola con todos los daños que ello supone.

Quienes aspiran a cargos de elección popular, más de 20 mil, deben conducirse con responsabilidad porque no hay margen para reuniones masivas, ya los tiempos de pandemia no dan para ganar plazas públicas con mítines como se ha estilado. La salud pública resulta esencial, por ello entraña un compromiso ético y de generosidad. Empatía, esa es la palabra.

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