/ martes 26 de octubre de 2021

Día de Muertos

México tiene tradiciones arraigadas, costumbres ancestrales que son parte fundamental de nuestra cultura, origen, rasgos que retratan un pasado que dialoga con el presente como sucede con el Día de Muertos investido por rituales, estampas coloridas y un gran listado de recuerdos con los seres queridos que ya no están.

La fecha del 2 de noviembre está presente a través del tiempo, Michoacán tiene gran contenido al respecto principalmente en la zona Lacustre y la Meseta Purépecha, destacan los altares con todos sus componentes, las imágenes de quienes ya han partido y viven en el recuerdo imperecedero.

Ni la globalización con sus influencias externas han mermado el interés por mantener vivas nuestras tradiciones, las costumbres permanecen como leyes no escritas y el 2 de noviembre tiene un sitial asegurado como manifestación prístina de nuestra cultura, no hace falta importar otras formas y estilo, lo nuestro es una fortaleza que recalca un característico sello de identidad.

Hace ya algunos años, se llegó a registrar que en las propias escuelas de educación básica oficiales solicitaban a los padres de familia que enviarán en las fechas alrededor del 2 de noviembre a los niños con atuendos de brujas o monstruos derivados del Hallowen, una manifestación ajena a nuestra cultura.

En México tenemos lo nuestro, es amplio el continente cultural, el Día de Muertos tiene hondas raíces en lo que se refiere a la cosmogonía de los pueblos raíz, los elementos que conforman los altares son gesto elocuente de la celebración.

Las catrinas, leyendas, altares; la muerte en la expresión de fiesta o en infinita melancolía como las dos caras de una moneda existencial, la vida a través de la muerte y viceversa hasta el infinito.

Octavio Paz, referente de las letras en México y Nobel de literatura escribió esto a propósito de la muerte: “para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.

Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde, la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”.

Eso es lo que expresó el autor de El laberinto de la soledad, la muerte con una inefable percepción en la cultura mexicana, aunque en los últimos tiempos las masacres que se han suscitado en diversas regiones de nuestro país han elevado el número de cadáveres y tales odiseas no tienen ningún indicio de fiesta, más bien es la acumulación de tragedias.

Lo cierto es que advierto un renacer en materia de las tradiciones mexicanas que ni toda la oleada extranjera han socavado ni anularán, al final permanece vigente lo que tiene razón de ser, lo que es inherente a nuestra historia, las señas de la identidad no desdibujada. En síntesis, lo clásico.

Michoacán es un símbolo permanente de la tradición y costumbre que acentúan identidad.

México tiene tradiciones arraigadas, costumbres ancestrales que son parte fundamental de nuestra cultura, origen, rasgos que retratan un pasado que dialoga con el presente como sucede con el Día de Muertos investido por rituales, estampas coloridas y un gran listado de recuerdos con los seres queridos que ya no están.

La fecha del 2 de noviembre está presente a través del tiempo, Michoacán tiene gran contenido al respecto principalmente en la zona Lacustre y la Meseta Purépecha, destacan los altares con todos sus componentes, las imágenes de quienes ya han partido y viven en el recuerdo imperecedero.

Ni la globalización con sus influencias externas han mermado el interés por mantener vivas nuestras tradiciones, las costumbres permanecen como leyes no escritas y el 2 de noviembre tiene un sitial asegurado como manifestación prístina de nuestra cultura, no hace falta importar otras formas y estilo, lo nuestro es una fortaleza que recalca un característico sello de identidad.

Hace ya algunos años, se llegó a registrar que en las propias escuelas de educación básica oficiales solicitaban a los padres de familia que enviarán en las fechas alrededor del 2 de noviembre a los niños con atuendos de brujas o monstruos derivados del Hallowen, una manifestación ajena a nuestra cultura.

En México tenemos lo nuestro, es amplio el continente cultural, el Día de Muertos tiene hondas raíces en lo que se refiere a la cosmogonía de los pueblos raíz, los elementos que conforman los altares son gesto elocuente de la celebración.

Las catrinas, leyendas, altares; la muerte en la expresión de fiesta o en infinita melancolía como las dos caras de una moneda existencial, la vida a través de la muerte y viceversa hasta el infinito.

Octavio Paz, referente de las letras en México y Nobel de literatura escribió esto a propósito de la muerte: “para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.

Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde, la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”.

Eso es lo que expresó el autor de El laberinto de la soledad, la muerte con una inefable percepción en la cultura mexicana, aunque en los últimos tiempos las masacres que se han suscitado en diversas regiones de nuestro país han elevado el número de cadáveres y tales odiseas no tienen ningún indicio de fiesta, más bien es la acumulación de tragedias.

Lo cierto es que advierto un renacer en materia de las tradiciones mexicanas que ni toda la oleada extranjera han socavado ni anularán, al final permanece vigente lo que tiene razón de ser, lo que es inherente a nuestra historia, las señas de la identidad no desdibujada. En síntesis, lo clásico.

Michoacán es un símbolo permanente de la tradición y costumbre que acentúan identidad.

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