/ martes 26 de julio de 2022

Dualidades tiranas.

Mar Campos, te amo y te extraño, eres mi voz interna.

Posiblemente coincidirá conmigo que entre más avanzamos hacia una democracia más expresiones de odio, discriminación y amenazas constatamos todos los días, ya sea en redes sociales, en los medios de comunicación, en la música, en el gobierno, en el pulpito y también en el trabajo, la calle, entre compas y lo más terrible es que también con la pareja.

No quiero pensar que lo que observamos a nuestro alrededor remueve los pensamientos más mundanos, insanos y agusanados que puede tener una persona, ese halito vomitivo y enfermo, que está profundamente enraizado en las más profundas cavernas de nuestra psique, que han estado guardadas como aquel cuento de Barba Azul que tenía encerrados en un cuarto, de puerta y llave pequeña, pero que bajo llave yacía una pila de restos de cuerpos, de cadáveres de mujeres que había asesinado, no sin antes -amarlas y desposarlas- pero que por desobediencia las había torturado y desangrado hasta formar una escena dantesca.

Pudiese una pensar que fue la pandemia lo que orilló a ese tipo de expresiones y manifestaciones, pero no es así, creo que ahí estaban, aguardando salir sigilosamente, emergiendo como un virus depredador al que no puedes controlar, que sin más va contagiando, va propagando odio, asedio, miedo, a diversos grupos y sectores, generalizando, sumamente peligroso.

Lo más extraño es que esta dualidad «democracia-totalitarismo» coexisten y pueden formar una tiranía, que en este caso sus víctimas son mujeres, niñas y adolescentes; mientras que quienes les anteceden, otras mujeres, van con paso firme hacia la consolidación de sus libertades y autonomías, con el propósito de que sean dueñas de su cuerpo, consolidando su sentido de sí.

Aunque bajo esa misma vía de la democracia, también transitan las personas que van justificando un hedor a descomposición, la van sangrando para existir y van alentando al odio, el terror a la diferencia cualquiera que esta sea, y van haciéndolo de la mano de la complicidad egoísta y sombría, de la mezquindad ante la apabullante perdida de un mundo que ha estado dejando de ser donde estos dominaban, una sociedad que no ha perdido los valores sino que más bien quitó la etiqueta de propiedad privada y se ha arrancado la culpa con la que lucraban y les impedían pensar en el cielo, el edén, el jardín, la eternidad.

Las personas, principalmente las mujeres hemos decido desde hace muchos siglos emprender una cruzada por el placer, la libertad y la dueñidad de su cuerpo y reproducción. Hemos decido darle la espalda a la opresión y la dominación, decidimos existir y pensar, caminar solas por el bosque, guardar secretos, optamos por ser cómplices de otras en el resguardo y el escondite, de silenciarse y alumbrarse para acompañarse en los más oscuros pasajes y caprichos de la autonomía.

Pero también otras se volvieron mal olientes, se arrancaron los ojos para no hablar, sintieron miedo de dejar ese mundo violento y ahora lo defienden con los métodos más férreos y avasallantes, esos que dañan el espíritu, se quedaron comiendo de las migas que estos hombres les tiran, protegiendo lo que ellas mismas quieren liberar, porque estas dualidades tiranas, han ahogado a su abuela interna, a su sabia guía que guardaban en el pecho y en su vulva como una fuerza latente y vibrante, incontenible, pero sometida, creen que gozan de la libertad pero besan los golpes y los tirones de cabello que les dan para hacerlas parte de la milicia que pretende arrancar la democracia que les ha permitido estar en el mundo de los hombres, más no en el de las mujeres.

Y es que han equivocado la lucidez por emprender una guerra que no tiene sentido, porque es contra ellas mismas, haciéndoles creer que es contra las mujeres, pero que en realidad tampoco es contra los hombres, este tambor que resuena no es un llamado a la guerra, es un llamado a la coexistencia, la individualidad y fortaleza de la colectividad para transformar y sacudir esas cavernas, de exponer y dilucidar la indispensable y necesaria renuncia a la violencia, en la que no podemos continuar así, porque lacera y tarde que temprano atrapa y corrompe.

Resulta innecesario alentar a que nos digan que somos “personas buenas”, esta realidad no se compone de dos bandos o extremos, regularmente quien habla de “ser bueno o buena” termina siendo el ser más hiriente que utiliza la perversión para llenar sus vacíos, para que le laman la autoestima que confunde ciegamente con el egocentrismo, amenazar y hacer señalamientos cobra vidas, tuerce las entrañas, desvanece y opaca su estancia en este mundo, como lo hemos visto últimamente a través de casos que duelen profundo, que hacen llorar ríos de vergüenza al ver que hemos decidido visitar el pequeño cuarto de Barba Azul y descubrir que ahí tenemos nuestros propios cadáveres al ir impidiendo que la democracia nos libere y no se convierta en aquella que nos mate a todos y todas.

Mar Campos, te amo y te extraño, eres mi voz interna.

Posiblemente coincidirá conmigo que entre más avanzamos hacia una democracia más expresiones de odio, discriminación y amenazas constatamos todos los días, ya sea en redes sociales, en los medios de comunicación, en la música, en el gobierno, en el pulpito y también en el trabajo, la calle, entre compas y lo más terrible es que también con la pareja.

No quiero pensar que lo que observamos a nuestro alrededor remueve los pensamientos más mundanos, insanos y agusanados que puede tener una persona, ese halito vomitivo y enfermo, que está profundamente enraizado en las más profundas cavernas de nuestra psique, que han estado guardadas como aquel cuento de Barba Azul que tenía encerrados en un cuarto, de puerta y llave pequeña, pero que bajo llave yacía una pila de restos de cuerpos, de cadáveres de mujeres que había asesinado, no sin antes -amarlas y desposarlas- pero que por desobediencia las había torturado y desangrado hasta formar una escena dantesca.

Pudiese una pensar que fue la pandemia lo que orilló a ese tipo de expresiones y manifestaciones, pero no es así, creo que ahí estaban, aguardando salir sigilosamente, emergiendo como un virus depredador al que no puedes controlar, que sin más va contagiando, va propagando odio, asedio, miedo, a diversos grupos y sectores, generalizando, sumamente peligroso.

Lo más extraño es que esta dualidad «democracia-totalitarismo» coexisten y pueden formar una tiranía, que en este caso sus víctimas son mujeres, niñas y adolescentes; mientras que quienes les anteceden, otras mujeres, van con paso firme hacia la consolidación de sus libertades y autonomías, con el propósito de que sean dueñas de su cuerpo, consolidando su sentido de sí.

Aunque bajo esa misma vía de la democracia, también transitan las personas que van justificando un hedor a descomposición, la van sangrando para existir y van alentando al odio, el terror a la diferencia cualquiera que esta sea, y van haciéndolo de la mano de la complicidad egoísta y sombría, de la mezquindad ante la apabullante perdida de un mundo que ha estado dejando de ser donde estos dominaban, una sociedad que no ha perdido los valores sino que más bien quitó la etiqueta de propiedad privada y se ha arrancado la culpa con la que lucraban y les impedían pensar en el cielo, el edén, el jardín, la eternidad.

Las personas, principalmente las mujeres hemos decido desde hace muchos siglos emprender una cruzada por el placer, la libertad y la dueñidad de su cuerpo y reproducción. Hemos decido darle la espalda a la opresión y la dominación, decidimos existir y pensar, caminar solas por el bosque, guardar secretos, optamos por ser cómplices de otras en el resguardo y el escondite, de silenciarse y alumbrarse para acompañarse en los más oscuros pasajes y caprichos de la autonomía.

Pero también otras se volvieron mal olientes, se arrancaron los ojos para no hablar, sintieron miedo de dejar ese mundo violento y ahora lo defienden con los métodos más férreos y avasallantes, esos que dañan el espíritu, se quedaron comiendo de las migas que estos hombres les tiran, protegiendo lo que ellas mismas quieren liberar, porque estas dualidades tiranas, han ahogado a su abuela interna, a su sabia guía que guardaban en el pecho y en su vulva como una fuerza latente y vibrante, incontenible, pero sometida, creen que gozan de la libertad pero besan los golpes y los tirones de cabello que les dan para hacerlas parte de la milicia que pretende arrancar la democracia que les ha permitido estar en el mundo de los hombres, más no en el de las mujeres.

Y es que han equivocado la lucidez por emprender una guerra que no tiene sentido, porque es contra ellas mismas, haciéndoles creer que es contra las mujeres, pero que en realidad tampoco es contra los hombres, este tambor que resuena no es un llamado a la guerra, es un llamado a la coexistencia, la individualidad y fortaleza de la colectividad para transformar y sacudir esas cavernas, de exponer y dilucidar la indispensable y necesaria renuncia a la violencia, en la que no podemos continuar así, porque lacera y tarde que temprano atrapa y corrompe.

Resulta innecesario alentar a que nos digan que somos “personas buenas”, esta realidad no se compone de dos bandos o extremos, regularmente quien habla de “ser bueno o buena” termina siendo el ser más hiriente que utiliza la perversión para llenar sus vacíos, para que le laman la autoestima que confunde ciegamente con el egocentrismo, amenazar y hacer señalamientos cobra vidas, tuerce las entrañas, desvanece y opaca su estancia en este mundo, como lo hemos visto últimamente a través de casos que duelen profundo, que hacen llorar ríos de vergüenza al ver que hemos decidido visitar el pequeño cuarto de Barba Azul y descubrir que ahí tenemos nuestros propios cadáveres al ir impidiendo que la democracia nos libere y no se convierta en aquella que nos mate a todos y todas.