/ miércoles 1 de junio de 2022

El arte y la música para la paz.

No cabe duda que el arte, entendido como aquella expresión o manifestación que cobra un valor y significado específico para una comunidad, que además crea un lenguaje de pluralidad y representación, se abre paso a través de sensaciones y sentimientos, dando como resultado algo conmovedor y pacificador.

Es así que diversas manifestaciones encuentran su expresión a través de la pintura, la danza, la música, la escultura, la escritura, etc. las cuales debemos exigir que estás no sean mercantilizadas o exclusivas para ciertos sectores de la población, ni hacerlos eventos privados, que en realidad son de exclusión social, que dan cabida a arrogantes disfraces de pseudo intelectualidad, que buscan aparentar que no saben, pero si posicionar un mensaje político y de poder económico con la finalidad de no destinar recursos públicos a sus creadores o creadoras.

Durante la segunda guerra mundial, distintas obras de arte, terminaron en acaparadores que utilizando sus influencias de poder y también bélicas lucraron con ellas, y también desaparecieron diversas manifestaciones de las culturas, hasta casi extinguirlas, de la mano del genocidio. No dejar vestigio alguno implicó para muchos grupos poblacionales un impacto devastador, que complejizó recuperar su identidad y su reconocimiento social en el mundo.

Recordemos las quemas de libros, que no necesariamente en épocas de guerra sino también de paz, en los más desinhibidos actos de impunidad en los que se ordenaba acabar con ciertas expresiones que pusieran en duda a algunas creencias religiosas, ante el avance del pensamiento científico y crítico, que hoy nuevamente esta siendo atacado por una serie de creencias y sentires con un despropósito descomunal hacia el feminismo, hacia las mujeres, que durante muchos años sólo han manifestado y evidenciado la desigualdad y la opresión del machismo, del que aun muchas seguimos siendo víctimas.

En nuestra entidad, nuestros pueblos originarios, han sido atacados y colonizados, una y otra vez, de manera constante, han padecido el embate del narcotráfico y del crimen organizado, imponiendo una forzada identidad apunta de violencia criminal, que pretende poner a la muerte como veneración, muy alejada de la interpretación identitaria de la celebración del día de muertos, como también hay quienes quieren hacer parecer que un par de armas y dinero en la bolsa, pueden ser el mecanismo “legitimo” de sus demandas y pretensiones, que nada tiene que ver con la mínima satisfacción de bienestar y paz, que tanto piden las comunidades.

La música originaria tampoco la podemos reducir a un “folclor” junto con la danza, que, de la mano de los gobiernos, pretende que esta sea mercantilizada, como parte indisociable del turismo, muy neoliberal para mi gusto, para que con ello se supere la pobreza, en la que están sumidos desde hace siglos los grupos indígenas, que nos han hecho creer que no regatear su mano de obra es una forma de respeto e inclusión y no es así.

Lo cierto es que, nunca vemos estás obras y manifestaciones en una exposición de gala, ni posicionada como artículos de gran valor en exposiciones museográficas, tan sólo me parece que forman parte de esta cadena comercial que va mermando la identidad cultural porque tampoco, se han explorado otros caminos que detengan este reduccionismo asociado al poco valor que según alguien dijo que merecían.

La paz, más allá de un anhelo y de la diversa conformación de maneras, formas e ideas, incluso hasta políticas en la que se piensa, debería ir de la mano de una gran inversión económica, de la aplicación nutrida de recursos gubernamentales, menos armas y más arte, cultura, música, etc. requerimos con urgencia construir un espacio para la colectividad, algo en el que si podamos ser todas y todos.

Es precisamente la música, con la integración de orquestas no sólo juveniles, sino en la que congreguen otros grupos de la población, permitirá que podamos estar todas y todos, sin más que nuestra afinidad, en donde no haya un cargo, una cartera llena de dinero, en donde desafiemos por un momento este capitalismo salvaje; estoy segura que la música lo puede lograr, la música clásica particularmente, imaginen la novena sinfonía de Beethoven, al unisonó, lloro de esperanza de que algún día eso pueda ser realidad en mi Aguililla querida o donde ustedes al cerrar sus ojos así lo crean.

No cabe duda que el arte, entendido como aquella expresión o manifestación que cobra un valor y significado específico para una comunidad, que además crea un lenguaje de pluralidad y representación, se abre paso a través de sensaciones y sentimientos, dando como resultado algo conmovedor y pacificador.

Es así que diversas manifestaciones encuentran su expresión a través de la pintura, la danza, la música, la escultura, la escritura, etc. las cuales debemos exigir que estás no sean mercantilizadas o exclusivas para ciertos sectores de la población, ni hacerlos eventos privados, que en realidad son de exclusión social, que dan cabida a arrogantes disfraces de pseudo intelectualidad, que buscan aparentar que no saben, pero si posicionar un mensaje político y de poder económico con la finalidad de no destinar recursos públicos a sus creadores o creadoras.

Durante la segunda guerra mundial, distintas obras de arte, terminaron en acaparadores que utilizando sus influencias de poder y también bélicas lucraron con ellas, y también desaparecieron diversas manifestaciones de las culturas, hasta casi extinguirlas, de la mano del genocidio. No dejar vestigio alguno implicó para muchos grupos poblacionales un impacto devastador, que complejizó recuperar su identidad y su reconocimiento social en el mundo.

Recordemos las quemas de libros, que no necesariamente en épocas de guerra sino también de paz, en los más desinhibidos actos de impunidad en los que se ordenaba acabar con ciertas expresiones que pusieran en duda a algunas creencias religiosas, ante el avance del pensamiento científico y crítico, que hoy nuevamente esta siendo atacado por una serie de creencias y sentires con un despropósito descomunal hacia el feminismo, hacia las mujeres, que durante muchos años sólo han manifestado y evidenciado la desigualdad y la opresión del machismo, del que aun muchas seguimos siendo víctimas.

En nuestra entidad, nuestros pueblos originarios, han sido atacados y colonizados, una y otra vez, de manera constante, han padecido el embate del narcotráfico y del crimen organizado, imponiendo una forzada identidad apunta de violencia criminal, que pretende poner a la muerte como veneración, muy alejada de la interpretación identitaria de la celebración del día de muertos, como también hay quienes quieren hacer parecer que un par de armas y dinero en la bolsa, pueden ser el mecanismo “legitimo” de sus demandas y pretensiones, que nada tiene que ver con la mínima satisfacción de bienestar y paz, que tanto piden las comunidades.

La música originaria tampoco la podemos reducir a un “folclor” junto con la danza, que, de la mano de los gobiernos, pretende que esta sea mercantilizada, como parte indisociable del turismo, muy neoliberal para mi gusto, para que con ello se supere la pobreza, en la que están sumidos desde hace siglos los grupos indígenas, que nos han hecho creer que no regatear su mano de obra es una forma de respeto e inclusión y no es así.

Lo cierto es que, nunca vemos estás obras y manifestaciones en una exposición de gala, ni posicionada como artículos de gran valor en exposiciones museográficas, tan sólo me parece que forman parte de esta cadena comercial que va mermando la identidad cultural porque tampoco, se han explorado otros caminos que detengan este reduccionismo asociado al poco valor que según alguien dijo que merecían.

La paz, más allá de un anhelo y de la diversa conformación de maneras, formas e ideas, incluso hasta políticas en la que se piensa, debería ir de la mano de una gran inversión económica, de la aplicación nutrida de recursos gubernamentales, menos armas y más arte, cultura, música, etc. requerimos con urgencia construir un espacio para la colectividad, algo en el que si podamos ser todas y todos.

Es precisamente la música, con la integración de orquestas no sólo juveniles, sino en la que congreguen otros grupos de la población, permitirá que podamos estar todas y todos, sin más que nuestra afinidad, en donde no haya un cargo, una cartera llena de dinero, en donde desafiemos por un momento este capitalismo salvaje; estoy segura que la música lo puede lograr, la música clásica particularmente, imaginen la novena sinfonía de Beethoven, al unisonó, lloro de esperanza de que algún día eso pueda ser realidad en mi Aguililla querida o donde ustedes al cerrar sus ojos así lo crean.