/ miércoles 5 de enero de 2022

El desencantamiento del mundo

Empecé el año recordando a Max Weber, y es que, aunque siempre he sido una persona poco optimista, ahora si me alcanzó el desencantamiento del mundo, pero no en la desacrilización como él la planteó, si no en un plano más humano, más cruel y tal vez, también más doloroso.

Los últimos hechos delictivos y que hasta podrían ser considerados de terrorismo nacional han provocado en mí un desencanto de la vida humana, de la sociedad y he pasado horas con el corazón destrozado, un nudo en la garganta y dolor en el estómago tratando de poner en orden mis ideas, porque aquel mundo encantador y el país alegre en que a mí me dijeron que vivíamos no es más que una ilusión en los ojos de muchos.

Los mexicanos hemos pasado décadas viviendo historias de terror en carne propia, hemos sobrevivido escenas que no se ven ni en las películas más sangrientas y terroríficas de Hollywood y de manera lamentable nos hemos acostumbrado a despertar con noticias violentas, de homicidios, de violaciones, secuestros y cualquier tipo de acto criminal que podamos pensar.

La violencia en México ha alcanzado tal nivel que incluso países como Alemania, Canadá y Estados Unidos en algún momento han advertido a sus nacionales sobre no visitar territorio mexicano, y es que, si México fuera una película, sin duda seríamos clasificación “D”, o tal vez habríamos de inventar la propia, porque para lo que viven muchas personas la imaginación de Tarantino se queda corta.

En las últimas décadas hemos recreado las peores escenas del cine hollywoodense, como aquellas donde grupos armados toman rehenes los hincan y los matan a sangre fría, o donde se tortura a una persona asfixiándola con una bolsa o intentando ahogarla en agua, y recientemente también, esa escena de “V de venganza” donde a Natalie Portman la rapan como acto de violencia y tortura.

Pero la diferencia es que cuando las vemos en el cine todos nos sentimos conmovidos, impactados y empatizamos con ese personaje ficticio que por 3 horas se volvió nuestro compañero, pero con lo que pasa día con día, que vale la pena decir, no está nada alejado de la película, no se nos mueve el alma. ¿Será porque sabemos que cuando se apaga la pantalla y se prenden las luces es que ya terminó la película y todo va a estar bien, podremos dormir tranquilos y por eso nos permitimos sentir?

Pienso que tal vez es que no nos conmueve ni nos duele porque no lo vemos cerca, porque no nos toca directamente sufrir ese dolor, pero también podría ser que simplemente preferimos hacer como que no pasa nada, mirar para otro lado, ignorar el dolor y sufrimiento que viven los demás y así fingir que no sufrimos nosotros mismos para poder sobrellevar la vida.

Pero ¿Qué más tenemos que esperar que pase para poder despertar y exigir a las autoridades que hagan algo? ¿Qué necesitamos que suceda para colmarnos de las injusticias? ¿Qué tenemos que ver para que nos importe lo que está pasando?

Entre las personas desaparecidas, las asesinadas, las víctimas de violencia sexual y de torturas, las víctimas de secuestro y de todos los delitos que suceden día a día, bien podríamos decir que México es un país que vive de luto, que sobrevive con dolor y que viste de negro, pero nada de esto parece ser suficiente para que recapacitemos sobre el camino al que estamos llevando al país, el México en que están creciendo nuestros niños, las autoridades en quienes depositamos nuestra confianza para cuidarnos.

Nunca he sido una mujer que ve el mundo color de rosa, siempre lo he visto con todas sus tonalidades y por experiencias propias me he inclinado más a los tonos grises, pero nunca antes me había desencantado del mundo, de la sociedad, de mi país. Este inicio de año lloré mucho. Lloré de coraje, con impotencia, con tristeza, preocupación y miedo, pero no me permito por ningún motivo que este desencantamiento se convierta en obstáculo, y me convierta en piedra; por el contrario, será mi fuerza y motor, hasta que el mundo me vuelva a encantar, y espero que para ustedes también.

Empecé el año recordando a Max Weber, y es que, aunque siempre he sido una persona poco optimista, ahora si me alcanzó el desencantamiento del mundo, pero no en la desacrilización como él la planteó, si no en un plano más humano, más cruel y tal vez, también más doloroso.

Los últimos hechos delictivos y que hasta podrían ser considerados de terrorismo nacional han provocado en mí un desencanto de la vida humana, de la sociedad y he pasado horas con el corazón destrozado, un nudo en la garganta y dolor en el estómago tratando de poner en orden mis ideas, porque aquel mundo encantador y el país alegre en que a mí me dijeron que vivíamos no es más que una ilusión en los ojos de muchos.

Los mexicanos hemos pasado décadas viviendo historias de terror en carne propia, hemos sobrevivido escenas que no se ven ni en las películas más sangrientas y terroríficas de Hollywood y de manera lamentable nos hemos acostumbrado a despertar con noticias violentas, de homicidios, de violaciones, secuestros y cualquier tipo de acto criminal que podamos pensar.

La violencia en México ha alcanzado tal nivel que incluso países como Alemania, Canadá y Estados Unidos en algún momento han advertido a sus nacionales sobre no visitar territorio mexicano, y es que, si México fuera una película, sin duda seríamos clasificación “D”, o tal vez habríamos de inventar la propia, porque para lo que viven muchas personas la imaginación de Tarantino se queda corta.

En las últimas décadas hemos recreado las peores escenas del cine hollywoodense, como aquellas donde grupos armados toman rehenes los hincan y los matan a sangre fría, o donde se tortura a una persona asfixiándola con una bolsa o intentando ahogarla en agua, y recientemente también, esa escena de “V de venganza” donde a Natalie Portman la rapan como acto de violencia y tortura.

Pero la diferencia es que cuando las vemos en el cine todos nos sentimos conmovidos, impactados y empatizamos con ese personaje ficticio que por 3 horas se volvió nuestro compañero, pero con lo que pasa día con día, que vale la pena decir, no está nada alejado de la película, no se nos mueve el alma. ¿Será porque sabemos que cuando se apaga la pantalla y se prenden las luces es que ya terminó la película y todo va a estar bien, podremos dormir tranquilos y por eso nos permitimos sentir?

Pienso que tal vez es que no nos conmueve ni nos duele porque no lo vemos cerca, porque no nos toca directamente sufrir ese dolor, pero también podría ser que simplemente preferimos hacer como que no pasa nada, mirar para otro lado, ignorar el dolor y sufrimiento que viven los demás y así fingir que no sufrimos nosotros mismos para poder sobrellevar la vida.

Pero ¿Qué más tenemos que esperar que pase para poder despertar y exigir a las autoridades que hagan algo? ¿Qué necesitamos que suceda para colmarnos de las injusticias? ¿Qué tenemos que ver para que nos importe lo que está pasando?

Entre las personas desaparecidas, las asesinadas, las víctimas de violencia sexual y de torturas, las víctimas de secuestro y de todos los delitos que suceden día a día, bien podríamos decir que México es un país que vive de luto, que sobrevive con dolor y que viste de negro, pero nada de esto parece ser suficiente para que recapacitemos sobre el camino al que estamos llevando al país, el México en que están creciendo nuestros niños, las autoridades en quienes depositamos nuestra confianza para cuidarnos.

Nunca he sido una mujer que ve el mundo color de rosa, siempre lo he visto con todas sus tonalidades y por experiencias propias me he inclinado más a los tonos grises, pero nunca antes me había desencantado del mundo, de la sociedad, de mi país. Este inicio de año lloré mucho. Lloré de coraje, con impotencia, con tristeza, preocupación y miedo, pero no me permito por ningún motivo que este desencantamiento se convierta en obstáculo, y me convierta en piedra; por el contrario, será mi fuerza y motor, hasta que el mundo me vuelva a encantar, y espero que para ustedes también.