/ jueves 28 de abril de 2022

Estado feminicida

Por: Circe López Riofrío

Cuando me preguntan por qué siguen asesinando a las mujeres y desapareciéndolas, me resulta evidente que hace mucha falta hablar de la violencia contra las mujeres desde diversos ángulos y con seriedad, sin importar cuánto tiempo nos lleve, tarea que también le compete a la autoridad de manera urgente.

Sin embargo, les diría que vendrá otro caso con mayor brutalidad, hacia niña o mujer, para olvidarnos de Debanhí como lo hicimos con Ingrid, habrá como también los ha habido, mucho más cruentos, que no fueron mediáticos y que no indignaron a nadie.

Resulta espeluznante ir constatando que la violencia feminicida ejercida contra las mujeres ha venido retomando prácticas realizadas por el capitalismo gore, cuyo análisis debe ser tomado en cuenta de manera urgente y sin oposición alguna por las autoridades en cuestión. Este término aporta un análisis sobre cómo el narcotráfico y la necropolítica han reproducido códigos, relatos, interacciones sociales, entre lo económico y simbólico a través de la gestión de la muerte y sus formas de hacerlo, en donde hay cada vez más sujetos endriagos, sí, esos que son hijos sanos del patriarcado y que se convierten en monstruos.

Este capitalismo gore, concibe a los cuerpos como producto del intercambio que altera y rompe el proceso de producción capital, en el caso de los cuerpos de las mujeres, las diversas agresiones que enfrentan, por parte de los hombres, en el espacio público expresan claramente manifestaciones de violencia sexual y cosificación, al que acceden a través del rapto, la retención, el secuestro, la vejación, la utilización para fines de pornografía y la trata con fines de explotación sexual, en el que los cuerpos de las mujeres, son vistos como mercancía, negociables y prescindibles.

Y es que esto no es casual, porque donde hay una mayor presencia de cuerpos militares y grupos del crimen organizado que “pugnan” por el control territorial y social, la violencia se torna más compleja y riesgosa, mucho más para las mujeres, quienes han encontrado en el desplazamiento forzado una alternativa ante su ahogada voz de ayuda en sus lugares de origen.

Esta violencia generalizada y criminal agudizan los homicidios de mujeres, y también aprovecha la grave desigualdad social y de género, mientras se suman hijos y familiares, a la producción, venta y consumo de drogas, así como de armas, mismas que utilizan para asaltar, matar a hombres, mujeres, niñas y niños. Sin embargo, son los adolescentes hombres que, desde muy chamacos, son formados en la pedagogía de la crueldad, aprenden rápido a causar el máximo dolor, a través de la muerte y la desaparición, que, sin cuerpo, imponen una forma de poder y dominio innegociable.

Durante estos casi seis años de la declaratoria de la Alerta de Violencia contra las mujeres, se ha constatado que la violencia familiar está relacionada con los feminicidios, que la no localización de mujeres, principalmente de niñas y adolescentes, víctimas de violencia sexual y familiar, pero no son del interés de la asignación de recursos públicos ni mucho menos de las políticas públicas y de la justicia.

Sabemos que cuando hay violencia criminal se incrementan las agresiones sexuales contra las mujeres de todas la edades y contextos, este delito de violación, goza de permisividad social y cultural, a través del silenciamiento moral impuesto a las víctimas, que bajo este análisis del capitalismo gore, las niñas y adolescentes, son entregadas o canjeadas por desconocidos o familiares, para pertenecer, “proteger” o pagar deudas con grupos delictivos que forman parte del crimen organizado, el narcotráfico, los cuerpos militares o policiacos, con el propósito de seguir operando con impunidad.

Este nivel de violencia ejercido contra las mujeres es realizado por hombres y muy poco cuestionado por ellos hacía ellos, hasta ahora no he visto una marcha de hombres condenando el actuar de otros hombres y su brutalidad, de ahí que sean las víctimas señaladas como culpables sistemáticamente, ya que esta forma de actuar de algunos hombres es aprendida, legitimada y reproducida.

Por eso, cuando me preguntan cómo solucionar esta barbarie, diría que se requiere de una transformación profunda de un sistema económico, social, cultural, educativo, laboral, sexual, etc. que considere a las mujeres como sujetas de derechos, por lo que debe impedirse en todo momento y espacio, cabida a las expresiones que moralizan y despolitizan a las mujeres, y aunque a muchos no les parezca somos ciudadanas con derechos.

Hoy más que nunca no queremos que las mujeres víctimas sean mencionadas y reconocidas sólo cuando son privadas de la vida, por ejemplo, en la mañanera, a cargo del Presidente de la República, porque él no nombra a las mujeres para reivindicar y reconocer este grave problema, y utilizar toda la fuerza que tiene para mover al Estado a la acción preventiva, sino para fustigar políticamente a otros gobiernos, que también son incapaces, omisos y responsables de tanto dolor.

Por: Circe López Riofrío

Cuando me preguntan por qué siguen asesinando a las mujeres y desapareciéndolas, me resulta evidente que hace mucha falta hablar de la violencia contra las mujeres desde diversos ángulos y con seriedad, sin importar cuánto tiempo nos lleve, tarea que también le compete a la autoridad de manera urgente.

Sin embargo, les diría que vendrá otro caso con mayor brutalidad, hacia niña o mujer, para olvidarnos de Debanhí como lo hicimos con Ingrid, habrá como también los ha habido, mucho más cruentos, que no fueron mediáticos y que no indignaron a nadie.

Resulta espeluznante ir constatando que la violencia feminicida ejercida contra las mujeres ha venido retomando prácticas realizadas por el capitalismo gore, cuyo análisis debe ser tomado en cuenta de manera urgente y sin oposición alguna por las autoridades en cuestión. Este término aporta un análisis sobre cómo el narcotráfico y la necropolítica han reproducido códigos, relatos, interacciones sociales, entre lo económico y simbólico a través de la gestión de la muerte y sus formas de hacerlo, en donde hay cada vez más sujetos endriagos, sí, esos que son hijos sanos del patriarcado y que se convierten en monstruos.

Este capitalismo gore, concibe a los cuerpos como producto del intercambio que altera y rompe el proceso de producción capital, en el caso de los cuerpos de las mujeres, las diversas agresiones que enfrentan, por parte de los hombres, en el espacio público expresan claramente manifestaciones de violencia sexual y cosificación, al que acceden a través del rapto, la retención, el secuestro, la vejación, la utilización para fines de pornografía y la trata con fines de explotación sexual, en el que los cuerpos de las mujeres, son vistos como mercancía, negociables y prescindibles.

Y es que esto no es casual, porque donde hay una mayor presencia de cuerpos militares y grupos del crimen organizado que “pugnan” por el control territorial y social, la violencia se torna más compleja y riesgosa, mucho más para las mujeres, quienes han encontrado en el desplazamiento forzado una alternativa ante su ahogada voz de ayuda en sus lugares de origen.

Esta violencia generalizada y criminal agudizan los homicidios de mujeres, y también aprovecha la grave desigualdad social y de género, mientras se suman hijos y familiares, a la producción, venta y consumo de drogas, así como de armas, mismas que utilizan para asaltar, matar a hombres, mujeres, niñas y niños. Sin embargo, son los adolescentes hombres que, desde muy chamacos, son formados en la pedagogía de la crueldad, aprenden rápido a causar el máximo dolor, a través de la muerte y la desaparición, que, sin cuerpo, imponen una forma de poder y dominio innegociable.

Durante estos casi seis años de la declaratoria de la Alerta de Violencia contra las mujeres, se ha constatado que la violencia familiar está relacionada con los feminicidios, que la no localización de mujeres, principalmente de niñas y adolescentes, víctimas de violencia sexual y familiar, pero no son del interés de la asignación de recursos públicos ni mucho menos de las políticas públicas y de la justicia.

Sabemos que cuando hay violencia criminal se incrementan las agresiones sexuales contra las mujeres de todas la edades y contextos, este delito de violación, goza de permisividad social y cultural, a través del silenciamiento moral impuesto a las víctimas, que bajo este análisis del capitalismo gore, las niñas y adolescentes, son entregadas o canjeadas por desconocidos o familiares, para pertenecer, “proteger” o pagar deudas con grupos delictivos que forman parte del crimen organizado, el narcotráfico, los cuerpos militares o policiacos, con el propósito de seguir operando con impunidad.

Este nivel de violencia ejercido contra las mujeres es realizado por hombres y muy poco cuestionado por ellos hacía ellos, hasta ahora no he visto una marcha de hombres condenando el actuar de otros hombres y su brutalidad, de ahí que sean las víctimas señaladas como culpables sistemáticamente, ya que esta forma de actuar de algunos hombres es aprendida, legitimada y reproducida.

Por eso, cuando me preguntan cómo solucionar esta barbarie, diría que se requiere de una transformación profunda de un sistema económico, social, cultural, educativo, laboral, sexual, etc. que considere a las mujeres como sujetas de derechos, por lo que debe impedirse en todo momento y espacio, cabida a las expresiones que moralizan y despolitizan a las mujeres, y aunque a muchos no les parezca somos ciudadanas con derechos.

Hoy más que nunca no queremos que las mujeres víctimas sean mencionadas y reconocidas sólo cuando son privadas de la vida, por ejemplo, en la mañanera, a cargo del Presidente de la República, porque él no nombra a las mujeres para reivindicar y reconocer este grave problema, y utilizar toda la fuerza que tiene para mover al Estado a la acción preventiva, sino para fustigar políticamente a otros gobiernos, que también son incapaces, omisos y responsables de tanto dolor.