/ martes 24 de noviembre de 2020

La batalla por el maíz en la 4T

Primera de dos partes.

Es indudable que el maíz se encuentra en la base de la dieta popular del pueblo mexicano, en su cultura, tradiciones y en nuestra relación con la naturaleza desde la época prehispánica. Escritos como el Popol Vuh o la Relación de Michoacán dan cuenta de la intrincada dependencia que existía entre este cultivo y las culturas de aquella época. El propio Alexander Von Humboldt escribió en el siglo XVIII que: “el maíz debe considerarse como el alimento principal del pueblo, como lo es también de la mayor parte de los animales domésticos”.

Sin embargo, durante la larga noche neoliberal el país se sometió al dogma de las ventajas comparativas que nos hizo creer, a través de cálculos numéricos de costo – beneficio, que era mucho más barato importar este grano, y que la llamada “soberanía alimentaria” se había convertido en un lastre populista. Había pues que dejar en el abandono al productor de maíz y permitir que esas tierras poco a poco fueran utilizadas para la producción de otros cultivos de mayor rentabilidad económica.

El adelgazamiento del estado nacional benefactor que tuvo lugar en la década de los ochenta con la llegada del modelo neoliberal, pronto se tradujo en un abandono de la producción rural y agropecuaria. Durante el gobierno de Miguel de la Madrid, que significó la llegada de los neoliberales al poder, los subsidios al sector agropecuario cayeron a una tasa anual promedio del 13 por ciento y el monto de recursos destinados por la banca al financiamiento del sector se redujo en 60 por ciento de 1980 a 1988.

Del mismo modo, la desaparición paulatina de instancias como la CONASUPO sirvió para dejar al pequeño productor de granos a merced de estructuras de regionales de acaparadores, mismas que generalmente especulan con los precios y el abasto, obligando al campesino a realizar ventas de pánico.

En este sentido, la llegada de la Cuarta Transformación se trazó como agenda la recuperación del paradigma de la soberanía alimentaria, por encima de los cálculos de rentabilidades; y la dignificación de la economía campesina recuperando el sentido estratégico de las ramas de la economía encargadas de la producción de alimentos.

El estado en el que la 4T encontró la producción agropecuaria, pero fundamentalmente la de maíz, tiene tres grandes tendencias de deterioro: el maíz se ha convertido en un agronegocio en el que priva la especulación y el manejo de la importación de maíz amarillo y la exportación de blanco en función de las condiciones del mercado y no de las necesidades de la población, la conversión en mercancía -y en este sentido, sometida a una lógica de rentabilidad- de una buena parte de los insumos y productos del maíz y la crisis ambiental que ha traído un modelo tecnológico que ha aprisionado al productor a la adquisición y el uso de grandes cantidades de agroquímicos para hacer rentable la producción.

En este contexto es que la tarea fundamental del nuevo régimen es el de rescatar la vía campesina de la producción rural, misma que tiene en el maíz al grano más simbólico de su deterioro y pauperización. Hacerlo impedirá que se continúe con el éxodo de productores, ya no a la ciudad como ocurrió en la década de los ochenta y noventa, sino a otras actividades fuera de la ley.

Primera de dos partes.

Es indudable que el maíz se encuentra en la base de la dieta popular del pueblo mexicano, en su cultura, tradiciones y en nuestra relación con la naturaleza desde la época prehispánica. Escritos como el Popol Vuh o la Relación de Michoacán dan cuenta de la intrincada dependencia que existía entre este cultivo y las culturas de aquella época. El propio Alexander Von Humboldt escribió en el siglo XVIII que: “el maíz debe considerarse como el alimento principal del pueblo, como lo es también de la mayor parte de los animales domésticos”.

Sin embargo, durante la larga noche neoliberal el país se sometió al dogma de las ventajas comparativas que nos hizo creer, a través de cálculos numéricos de costo – beneficio, que era mucho más barato importar este grano, y que la llamada “soberanía alimentaria” se había convertido en un lastre populista. Había pues que dejar en el abandono al productor de maíz y permitir que esas tierras poco a poco fueran utilizadas para la producción de otros cultivos de mayor rentabilidad económica.

El adelgazamiento del estado nacional benefactor que tuvo lugar en la década de los ochenta con la llegada del modelo neoliberal, pronto se tradujo en un abandono de la producción rural y agropecuaria. Durante el gobierno de Miguel de la Madrid, que significó la llegada de los neoliberales al poder, los subsidios al sector agropecuario cayeron a una tasa anual promedio del 13 por ciento y el monto de recursos destinados por la banca al financiamiento del sector se redujo en 60 por ciento de 1980 a 1988.

Del mismo modo, la desaparición paulatina de instancias como la CONASUPO sirvió para dejar al pequeño productor de granos a merced de estructuras de regionales de acaparadores, mismas que generalmente especulan con los precios y el abasto, obligando al campesino a realizar ventas de pánico.

En este sentido, la llegada de la Cuarta Transformación se trazó como agenda la recuperación del paradigma de la soberanía alimentaria, por encima de los cálculos de rentabilidades; y la dignificación de la economía campesina recuperando el sentido estratégico de las ramas de la economía encargadas de la producción de alimentos.

El estado en el que la 4T encontró la producción agropecuaria, pero fundamentalmente la de maíz, tiene tres grandes tendencias de deterioro: el maíz se ha convertido en un agronegocio en el que priva la especulación y el manejo de la importación de maíz amarillo y la exportación de blanco en función de las condiciones del mercado y no de las necesidades de la población, la conversión en mercancía -y en este sentido, sometida a una lógica de rentabilidad- de una buena parte de los insumos y productos del maíz y la crisis ambiental que ha traído un modelo tecnológico que ha aprisionado al productor a la adquisición y el uso de grandes cantidades de agroquímicos para hacer rentable la producción.

En este contexto es que la tarea fundamental del nuevo régimen es el de rescatar la vía campesina de la producción rural, misma que tiene en el maíz al grano más simbólico de su deterioro y pauperización. Hacerlo impedirá que se continúe con el éxodo de productores, ya no a la ciudad como ocurrió en la década de los ochenta y noventa, sino a otras actividades fuera de la ley.

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