/ jueves 13 de enero de 2022

La dimensión de nuestros problemas

Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas para volar?

Frida Kahlo

La percepción de nuestras quejas y dolores a veces no corresponde a la magnitud real, o comparada con el padecimiento de otros. Esta historia puede ayudarnos a revalorar nuestra situación en la vida, sin menosprecio de los problemas naturales y, a veces extraordinarios, que experimentamos diariamente.

Transitaba cotidianamente por la calle, en medio de los coches, una persona con discapacidad; desplazaba su humanidad encima de un pequeño carrito de redilas. Pasaba entre los automóviles regalando sonrisas, estampas con oraciones y bendiciendo a todos… del otro lado de la acera, una persona se quejaba de la terrible situación económica que padecía, en aparente consonancia con la problemática social del país. “Mis zapatos están desgastados”, decía, “no he podido comprarme unos nuevos… mi apariencia no es grata en estas condiciones; mi presentación deja mucho que desear, pero ¿qué le vamos a hacer?”, insistió. Se topó con la persona con discapacidad, y quedó atónito ante lo que veía. Recibió una estampa, una sonrisa renovada y, un sincero: “¡que Dios lo bendiga!”.

El quejoso se dirigió a nuestro personaje, inquiriéndole, que no podía comprender como alguien en esas circunstancias se atrevía a bendecir y a saludar: “deberías de estar molesto con la vida, por tan mala condición y desafortunada existencia; careciendo de tus piernas, yendo de aquí para allá con la ayuda de tus maltratadas manos sobre el asfalto”, le dijo.

Ante estas palabras la persona con discapacidad resaltó: “tengo mi mente funcionando, mi alma en paz; mi corazón, mis ojos, mis manos, todos mis órganos están bastante bien; lo único que me faltan son mis piernas, pero, aun así, me siento bendecido por todo lo que sí tengo”.

A veces hacemos un infierno de las pequeñas carencias y gastamos la vida reprochando todo, criticando y culpando a quien se pone en frente por lo malo que nos pasa; sin valorar los maravillosos tesoros de los que disponemos cada día: la familia, el trabajo, incluso, los problemas convertidos en oportunidades de crecimiento y fortaleza. Aprender a recontar las bendiciones es importante en la vida. Nuestros órganos en actividad, el torrente sanguíneo circulando, el corazón latiendo y la certeza de sabernos vivos.

Los niños, jóvenes y adultos con alguna discapacidad, representan estas luchas diarias, que se convierten en lección para todos. El ejemplo especialmente de las madres que, en muchas ocasiones, son padre y madre a la vez, asumiendo con férrea voluntad, el cuidado y custodia de sus hijos y/o hijas. También hay padres ejemplares que priorizan la atención de sus hijos y se las ingenian para trabajar, llevarlos a terapia y acompañarlos en su cotidianeidad.

Desbordados de entusiasmo y siempre prestos a participar, ellas y ellos, personas con discapacidad, cantan, sonríen y bailan, en un grupo que formamos hace tiempo. Sus manos rígidas, sus rostros amistosos y sonrientes; unos en sillas de ruedas, otros con dificultad mantienen apenas, la verticalidad. Celebran la vida y gritan porque el júbilo los invade. Pulsan un instrumento de percusión y una guitarra; los tambores y el teclado les producen curiosidad.

Ahí están las terapeutas, maestras y voluntarios para suscribir la fiesta que supone un ensayo semanal. Todos somos comparsas de la ocasión y nos conmueve ser testigos de su esfuerzo y disposición. Somos beneficiarios de esta acción y les damos las gracias por ello.

A noveles colaboradores les impacta el suceso y quedan atónitos al admirar esta lucha sin cuartel. La connotación para las personas con discapacidad ha resultado injusta a lo largo de la historia. Señalados equivocadamente como locos, endemoniados, lisiados y en el “mejor de los casos”: minusválidos. Las cosas afortunadamente han dado un giro. De nombrarlos discapacitados, hemos evolucionado a ubicarlos como personas con discapacidad y hasta hay quienes, quizá con un afán compensatorio, los reconocen como personas con capacidades diferentes o especiales.

Finalmente, todos somos simple y llanamente personas con dones y con valía. Su espíritu indómito y su voluntad férrea, son testimonio contundente de su amor a la vida, de su lucha y de su apego a la existencia.

Cuántos expresamos quejas por nuestras situaciones cotidianas… cuántos desperdiciamos las condiciones de funcionalidad de nuestro organismo, rehusándonos incluso a movernos, a ejercitarnos o a practicar algún arte u oficio.

Los cuerpos rígidos y contracturados de los artistas con parálisis cerebral y con múltiples problemáticas, hoy nos han provisto nuevamente de una enseñanza: la dignidad… y de una bendición: su amistad.


La discapacidad no es solamente una lucha valiente o un coraje en frente de la adversidad. La discapacidad es un arte. Es una forma ingeniosa de vivir.

Neil Marcus.


Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas para volar?

Frida Kahlo

La percepción de nuestras quejas y dolores a veces no corresponde a la magnitud real, o comparada con el padecimiento de otros. Esta historia puede ayudarnos a revalorar nuestra situación en la vida, sin menosprecio de los problemas naturales y, a veces extraordinarios, que experimentamos diariamente.

Transitaba cotidianamente por la calle, en medio de los coches, una persona con discapacidad; desplazaba su humanidad encima de un pequeño carrito de redilas. Pasaba entre los automóviles regalando sonrisas, estampas con oraciones y bendiciendo a todos… del otro lado de la acera, una persona se quejaba de la terrible situación económica que padecía, en aparente consonancia con la problemática social del país. “Mis zapatos están desgastados”, decía, “no he podido comprarme unos nuevos… mi apariencia no es grata en estas condiciones; mi presentación deja mucho que desear, pero ¿qué le vamos a hacer?”, insistió. Se topó con la persona con discapacidad, y quedó atónito ante lo que veía. Recibió una estampa, una sonrisa renovada y, un sincero: “¡que Dios lo bendiga!”.

El quejoso se dirigió a nuestro personaje, inquiriéndole, que no podía comprender como alguien en esas circunstancias se atrevía a bendecir y a saludar: “deberías de estar molesto con la vida, por tan mala condición y desafortunada existencia; careciendo de tus piernas, yendo de aquí para allá con la ayuda de tus maltratadas manos sobre el asfalto”, le dijo.

Ante estas palabras la persona con discapacidad resaltó: “tengo mi mente funcionando, mi alma en paz; mi corazón, mis ojos, mis manos, todos mis órganos están bastante bien; lo único que me faltan son mis piernas, pero, aun así, me siento bendecido por todo lo que sí tengo”.

A veces hacemos un infierno de las pequeñas carencias y gastamos la vida reprochando todo, criticando y culpando a quien se pone en frente por lo malo que nos pasa; sin valorar los maravillosos tesoros de los que disponemos cada día: la familia, el trabajo, incluso, los problemas convertidos en oportunidades de crecimiento y fortaleza. Aprender a recontar las bendiciones es importante en la vida. Nuestros órganos en actividad, el torrente sanguíneo circulando, el corazón latiendo y la certeza de sabernos vivos.

Los niños, jóvenes y adultos con alguna discapacidad, representan estas luchas diarias, que se convierten en lección para todos. El ejemplo especialmente de las madres que, en muchas ocasiones, son padre y madre a la vez, asumiendo con férrea voluntad, el cuidado y custodia de sus hijos y/o hijas. También hay padres ejemplares que priorizan la atención de sus hijos y se las ingenian para trabajar, llevarlos a terapia y acompañarlos en su cotidianeidad.

Desbordados de entusiasmo y siempre prestos a participar, ellas y ellos, personas con discapacidad, cantan, sonríen y bailan, en un grupo que formamos hace tiempo. Sus manos rígidas, sus rostros amistosos y sonrientes; unos en sillas de ruedas, otros con dificultad mantienen apenas, la verticalidad. Celebran la vida y gritan porque el júbilo los invade. Pulsan un instrumento de percusión y una guitarra; los tambores y el teclado les producen curiosidad.

Ahí están las terapeutas, maestras y voluntarios para suscribir la fiesta que supone un ensayo semanal. Todos somos comparsas de la ocasión y nos conmueve ser testigos de su esfuerzo y disposición. Somos beneficiarios de esta acción y les damos las gracias por ello.

A noveles colaboradores les impacta el suceso y quedan atónitos al admirar esta lucha sin cuartel. La connotación para las personas con discapacidad ha resultado injusta a lo largo de la historia. Señalados equivocadamente como locos, endemoniados, lisiados y en el “mejor de los casos”: minusválidos. Las cosas afortunadamente han dado un giro. De nombrarlos discapacitados, hemos evolucionado a ubicarlos como personas con discapacidad y hasta hay quienes, quizá con un afán compensatorio, los reconocen como personas con capacidades diferentes o especiales.

Finalmente, todos somos simple y llanamente personas con dones y con valía. Su espíritu indómito y su voluntad férrea, son testimonio contundente de su amor a la vida, de su lucha y de su apego a la existencia.

Cuántos expresamos quejas por nuestras situaciones cotidianas… cuántos desperdiciamos las condiciones de funcionalidad de nuestro organismo, rehusándonos incluso a movernos, a ejercitarnos o a practicar algún arte u oficio.

Los cuerpos rígidos y contracturados de los artistas con parálisis cerebral y con múltiples problemáticas, hoy nos han provisto nuevamente de una enseñanza: la dignidad… y de una bendición: su amistad.


La discapacidad no es solamente una lucha valiente o un coraje en frente de la adversidad. La discapacidad es un arte. Es una forma ingeniosa de vivir.

Neil Marcus.