La inseguridad ni tiene tregua, crece y se acumulan los saldos sangrientos que son manifestación indiscutible de la barbarie para sembrar incertidumbre y desesperanza en una realidad caótica por sombría, porque las pérdidas humanas han sido crecientes para dejar una honda duella de dolor pero también de desconfianza en las autoridades que no resuelven problemas mientras la impunidad se empodera peligrosamente.
En las últimas semanas se han registrado feminicidios, masacres y ráfagas de zozobra en diferentes territorios del país, las autoridades correspondientes no dejan de pronunciar discursos que non rebasan el estatus de promesas que al final se pierden en la más simplista demagogia sin perfilar soluciones.
Problemas estructurales mantienen su peso que influye para acelerar una evidente descomposición social que se reitera cotidianamente, la crisis de inseguridad se vive, palpa y sufre por todos los rumbos de México, son actos consumados como los homicidios dolosos que se incrementaron junto a otros delitos de alto impacto. La realidad no admite maquillaje, es un problema enraizado, sistémico, los resultados los observamos a diario.
La clase política, en algunos casos, pretende sacar provecho de situaciones aberrantes, juega al oportunismo con relación a hechos lamentables. El problema de la violencia en nuestro país parece no importarle a quienes toman decisiones trascendentes, se va el tiempo en su politiquería rupestre que toma distancia de las auténticas causas del pueblo al que dicen querer y defender.
Dicha clase política no tiene un ápice de autocrítica, siempre sabrá como imputar a sus contrincantes los males que padecemos porque es el discurso más fácil, están rebasados y los partidos políticos cada vez tiene mayor repudio, ya los debates no son ideológicos porque apuestan más a las coyunturas con un sello pragmático que todo lo devora.
Algunos hablan de crear nuevos colectivos políticos, frentes y organizaciones en apariencia nuevos aunque al final quienes encabezan dichas formaciones son los permanentes administradores del desastre, los que tienen décadas en el trapecio del poder, es decir no se renueva una esperanza con los mismos de siempre.
Mientras continúa vigente la torre de Babel en nuestro país el crimen avanza, la sangre se derrama y la impunidad asusta, no hay acuerdos de importancia porque se elige al conflicto, a la descalificación burda y la polarización radical que echa por tierra iniciativas que bien podrían servir para generar una mejor atmósfera de convivencia.
Aunque el peso de la realidad resulta atroz y la violencia desatada no disminuya muchos representantes de la clase política están en la obsesión de las elecciones del 2024, ahí se ven subiendo peldaños en su carrera aunque sin identidad ideológica, sin brillo y ausentes de talento.
La falta de empatía en muchos políticos es evidente, no acompañan a las víctimas, no tienen propuestas de índole legislativo para evitar y combatir la violencia, ellos van por lo suyo es decir por esa porción de poder.
Mientras el dolor a cuestas en los familiares de la víctimas de la inseguridad y la barbarie es desolador porque sus pérdidas así lo revelan, algunos integrantes de la clase política piensan en la próxima elección, así el cinismo y esa brutal falta de empatía.