/ martes 5 de julio de 2022

La inseguridad

Hace cuatro años el entonces candidato a la presidencia Andrés Manuel López Obrador ganó contundentemente la primera magistratura de la nación, más de 30 millones de votos ratificaban la alternancia para acentuar una legitimidad incuestionable en la historia moderna.

El triunfo de 2018 fue incuestionable, los candidatos perdedores no tuvieron empacho en reconocer la victoria del morenista y con ello se tejieron diversas expectativas, como suele suceder en estos asuntos políticos en los que la narrativa suena esperanzadora.

A cuatro años de los comicios son varios puntos los que deben revisarse, en primer término el asunto de la inseguridad que engendra impunidad, se trata de un binomio que engendra dolor e indignación porque los costos en vidas humanas es elevado y la respuesta oficial no ha sido contundente, ni se resolverá con retórica.

Cada día las tragedias parecen multiplicarse en diversos puntos del país, no existen regiones que tengan la coraza de un blindaje porque todo el territorio es vulnerable, ha sucedido en la sierra de Chihuahua, Nuevo León o Michoacán, no hay sitio en el que la tranquilidad sea el sello que le caracterice.

Se ocupan nuevos planteamientos, proyectos y políticas públicas que confronten el tema de la inseguridad porque esa es una de las finalidades del estado que tiene en el derecho y la política a dos brazos fundamentales, la gravedad de la situación amerita otro enfoque en la materia para reportar resultados favorables en un tiempo no prolongado, es impostergable el asunto porque la impunidad debe ser destronada.

Hace algunas semanas los crímenes de dos sacerdotes integrantes de la Compañía de Jesús en la sierra de Chihuahua son una muestra de los altos niveles de inseguridad, se trataba de benefactores miembros de una antigua organización eclesiástica fundada por Ignacio de Loyola con un destacado historial desde hace siglos. El Papa Francisco es miembro de los jesuitas.

El impacto mediático en torno al asunto mencionado es evidente, aunque cada día son muchos los episodios violentos que no tienen los reflectores de casos que por su naturaleza tienen una mayor difusión, muchas personas que han sentido cómo les han arrebatado la vida a seres queridos claman justicia, la desconfianza en las autoridades se ha expandido.

La violencia parece normalizarse y ello es un signo pernicioso, no puede ser posible que se pretenda creer que la justicia es una utopía, ni es edificante perder la capacidad de asombro e indignación para pensar que esto se descompuso y no hay nada por hacer. Pensar de esa manera equivale a una derrota absurda que nos llevaría al despeñadero del estado fallido en donde imperarían los males en exceso y una ausencia total de certidumbre.

Ninguna institución está a salvo, por ejemplo en los últimos diez años han sido asesinados 107 sacerdotes, 16 en los últimos cuatro, en otros tiempos no se conocía de sucesos de esta índole. El crimen de los dos sacerdotes jesuitas en Chihuahua exhibió el alto índice de impunidad en dicha región en donde, al parecer, el presunto homicida era ampliamente conocido e incluso tenía una orden de aprehensión vigente pero, obvio, nunca se cumplimentó.

No se debe dejar pasar más tiempo, es urgente un nuevo diseño para combatir la inseguridad con toda la fuerza del estado como lo establecen nuestras leyes vigentes, es momento de la recuperación de espacios públicos, ganar las plazas con el arte y la cultura, contar con cuerpos policiales eficientes que hagan lo que les corresponde, nada más y nada menos.

Es deseable que los diferentes niveles de gobierno sean autocríticos y se reconozcan las insuficiencias para contar con diagnósticos objetivos, al final de todo la meta del estado, de acuerdo con las teorías clásicas, es alcanzar el bien colectivo.

Hace cuatro años el entonces candidato a la presidencia Andrés Manuel López Obrador ganó contundentemente la primera magistratura de la nación, más de 30 millones de votos ratificaban la alternancia para acentuar una legitimidad incuestionable en la historia moderna.

El triunfo de 2018 fue incuestionable, los candidatos perdedores no tuvieron empacho en reconocer la victoria del morenista y con ello se tejieron diversas expectativas, como suele suceder en estos asuntos políticos en los que la narrativa suena esperanzadora.

A cuatro años de los comicios son varios puntos los que deben revisarse, en primer término el asunto de la inseguridad que engendra impunidad, se trata de un binomio que engendra dolor e indignación porque los costos en vidas humanas es elevado y la respuesta oficial no ha sido contundente, ni se resolverá con retórica.

Cada día las tragedias parecen multiplicarse en diversos puntos del país, no existen regiones que tengan la coraza de un blindaje porque todo el territorio es vulnerable, ha sucedido en la sierra de Chihuahua, Nuevo León o Michoacán, no hay sitio en el que la tranquilidad sea el sello que le caracterice.

Se ocupan nuevos planteamientos, proyectos y políticas públicas que confronten el tema de la inseguridad porque esa es una de las finalidades del estado que tiene en el derecho y la política a dos brazos fundamentales, la gravedad de la situación amerita otro enfoque en la materia para reportar resultados favorables en un tiempo no prolongado, es impostergable el asunto porque la impunidad debe ser destronada.

Hace algunas semanas los crímenes de dos sacerdotes integrantes de la Compañía de Jesús en la sierra de Chihuahua son una muestra de los altos niveles de inseguridad, se trataba de benefactores miembros de una antigua organización eclesiástica fundada por Ignacio de Loyola con un destacado historial desde hace siglos. El Papa Francisco es miembro de los jesuitas.

El impacto mediático en torno al asunto mencionado es evidente, aunque cada día son muchos los episodios violentos que no tienen los reflectores de casos que por su naturaleza tienen una mayor difusión, muchas personas que han sentido cómo les han arrebatado la vida a seres queridos claman justicia, la desconfianza en las autoridades se ha expandido.

La violencia parece normalizarse y ello es un signo pernicioso, no puede ser posible que se pretenda creer que la justicia es una utopía, ni es edificante perder la capacidad de asombro e indignación para pensar que esto se descompuso y no hay nada por hacer. Pensar de esa manera equivale a una derrota absurda que nos llevaría al despeñadero del estado fallido en donde imperarían los males en exceso y una ausencia total de certidumbre.

Ninguna institución está a salvo, por ejemplo en los últimos diez años han sido asesinados 107 sacerdotes, 16 en los últimos cuatro, en otros tiempos no se conocía de sucesos de esta índole. El crimen de los dos sacerdotes jesuitas en Chihuahua exhibió el alto índice de impunidad en dicha región en donde, al parecer, el presunto homicida era ampliamente conocido e incluso tenía una orden de aprehensión vigente pero, obvio, nunca se cumplimentó.

No se debe dejar pasar más tiempo, es urgente un nuevo diseño para combatir la inseguridad con toda la fuerza del estado como lo establecen nuestras leyes vigentes, es momento de la recuperación de espacios públicos, ganar las plazas con el arte y la cultura, contar con cuerpos policiales eficientes que hagan lo que les corresponde, nada más y nada menos.

Es deseable que los diferentes niveles de gobierno sean autocríticos y se reconozcan las insuficiencias para contar con diagnósticos objetivos, al final de todo la meta del estado, de acuerdo con las teorías clásicas, es alcanzar el bien colectivo.

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