/ lunes 5 de octubre de 2020

La simbiosis Obrador-Calderón

Conforme transcurre el tiempo, las actitudes y decisiones que asumen el actual presidente Andrés Manuel López Obrador y el expresidente Felipe Calderón Hinojosa se asemejan cada día más y con ello se reafirma el encono que existe entre sus simpatizantes que actúan más como integrantes de barras futbolísticas que como ciudadanos conscientes, informados y preocupados por el respeto a la verdad y la consolidación democrática.

Las críticas viscerales emitidas por la expareja presidencial Zavala-Calderón a la decisión del Consejo General del Instituto Nacional Electoral de negarles el registro a su organización para convertirse en partido político, seguida de la simpatías y apoyo que muestran al movimiento FRENAAA, los acercan a las formas y actitudes mostradas por el actual mandatario federal durante los años que se mantuvo como la principal oposición al gobierno en turno.

López Obrador, por su parte, en reiteradas ocasiones ha mostrado su intolerancia a la crítica, tanto en los medios de comunicación como en las manifestaciones públicas callejeras a las que descalifica siempre por tratarse de expresiones supuestamente controladas y manipuladas por grupos de poder político o empresarial, olvidando que una de las formas favoritas de Morena en años anteriores fue, precisamente, la “resistencia social”.

Esta simbiosis entre ambos políticos los ha beneficiado porque han encontrado en la crítica a su oponente los argumentos necesarios para justificar sus acciones, equivocaciones y proyectos para mejorar el bienestar del país. Para ellos y sus hordas de fanáticos no existe punto intermedio entre la ciudadanía que debe estar a favor o en contra de sus propuestas sin entender que para la gran mayoría de los mexicanos ambos representan lo mismo: una clase gobernante que no ha podido transformar a México en el país que debería ser.

Por más argumentos a favor y en contra que expresan simpatizantes y detractores de López-Calderón, la situación del país se mantiene más o menos igual que cuando gobernaba el Partido Revolucionario Institucional. Las formas y los grupos en el poder han cambiado pero los resultados son casi lo mismo.

Por ello puede resultar hasta simpático que las andanzas de ambos políticos sean similares en muchos aspectos: la organización de López Obrador denominada Movimiento de Regeneración Nacional, convertida en partido político en 2014, prácticamente desmembró al PRD y lo llevó al borde de su desaparición como se espera que Libertad y responsabilidad democrática A.C. impacte en Acción Nacional.

También es notoria su inclinación casi obsesiva por el uso de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública y que derivó en mantener militarizado el país en tiempos de “paz” –en promedio se han mantenido 50 mil efectivos por año- pero que no han logrado disminuir la fuerza de los grupos criminales ni su impacto nefasto en la vida de los mexicanos.

Su desprecio y/o despreocupación por proteger la libertad de expresión y el derecho a la información también es notable. En este punto, ambos mandatarios por acción u omisión han colocado a México como uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo: en 2011, unos meses antes de concluir su sexenio, el Frente Nacional de Periodistas por la Libertad de Expresión había considerado al periodo de Felipe Calderón como “el peor en la historia para la prensa mexicana” por el número de comunicadores asesinados pero con López Obrador organizaciones internacionales como Artículo 19 advierten sobre el incremento en las agresiones a periodistas en comparación con sexenios anteriores.

Su narcicismo, su inclinación por la edición de libros, su obstinado interés por los temas energéticos y hasta su matrimonio con dos mujeres inteligentes y académicamente preparadas, entre otros aspectos, los han convertido en su némesis perfecto. Y, para el colmo de las y los michoacanos, su distanciamiento con el gobernador en turno ha derivado en el estancamiento de la entidad.

Por ello, hoy más que nunca es válida la frase de José Batlle y Ordóñez: En una democracia de verdad el pueblo no debe conformarse con elegir a sus gobernantes, debe gobernar a sus elegidos.

Conforme transcurre el tiempo, las actitudes y decisiones que asumen el actual presidente Andrés Manuel López Obrador y el expresidente Felipe Calderón Hinojosa se asemejan cada día más y con ello se reafirma el encono que existe entre sus simpatizantes que actúan más como integrantes de barras futbolísticas que como ciudadanos conscientes, informados y preocupados por el respeto a la verdad y la consolidación democrática.

Las críticas viscerales emitidas por la expareja presidencial Zavala-Calderón a la decisión del Consejo General del Instituto Nacional Electoral de negarles el registro a su organización para convertirse en partido político, seguida de la simpatías y apoyo que muestran al movimiento FRENAAA, los acercan a las formas y actitudes mostradas por el actual mandatario federal durante los años que se mantuvo como la principal oposición al gobierno en turno.

López Obrador, por su parte, en reiteradas ocasiones ha mostrado su intolerancia a la crítica, tanto en los medios de comunicación como en las manifestaciones públicas callejeras a las que descalifica siempre por tratarse de expresiones supuestamente controladas y manipuladas por grupos de poder político o empresarial, olvidando que una de las formas favoritas de Morena en años anteriores fue, precisamente, la “resistencia social”.

Esta simbiosis entre ambos políticos los ha beneficiado porque han encontrado en la crítica a su oponente los argumentos necesarios para justificar sus acciones, equivocaciones y proyectos para mejorar el bienestar del país. Para ellos y sus hordas de fanáticos no existe punto intermedio entre la ciudadanía que debe estar a favor o en contra de sus propuestas sin entender que para la gran mayoría de los mexicanos ambos representan lo mismo: una clase gobernante que no ha podido transformar a México en el país que debería ser.

Por más argumentos a favor y en contra que expresan simpatizantes y detractores de López-Calderón, la situación del país se mantiene más o menos igual que cuando gobernaba el Partido Revolucionario Institucional. Las formas y los grupos en el poder han cambiado pero los resultados son casi lo mismo.

Por ello puede resultar hasta simpático que las andanzas de ambos políticos sean similares en muchos aspectos: la organización de López Obrador denominada Movimiento de Regeneración Nacional, convertida en partido político en 2014, prácticamente desmembró al PRD y lo llevó al borde de su desaparición como se espera que Libertad y responsabilidad democrática A.C. impacte en Acción Nacional.

También es notoria su inclinación casi obsesiva por el uso de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública y que derivó en mantener militarizado el país en tiempos de “paz” –en promedio se han mantenido 50 mil efectivos por año- pero que no han logrado disminuir la fuerza de los grupos criminales ni su impacto nefasto en la vida de los mexicanos.

Su desprecio y/o despreocupación por proteger la libertad de expresión y el derecho a la información también es notable. En este punto, ambos mandatarios por acción u omisión han colocado a México como uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo: en 2011, unos meses antes de concluir su sexenio, el Frente Nacional de Periodistas por la Libertad de Expresión había considerado al periodo de Felipe Calderón como “el peor en la historia para la prensa mexicana” por el número de comunicadores asesinados pero con López Obrador organizaciones internacionales como Artículo 19 advierten sobre el incremento en las agresiones a periodistas en comparación con sexenios anteriores.

Su narcicismo, su inclinación por la edición de libros, su obstinado interés por los temas energéticos y hasta su matrimonio con dos mujeres inteligentes y académicamente preparadas, entre otros aspectos, los han convertido en su némesis perfecto. Y, para el colmo de las y los michoacanos, su distanciamiento con el gobernador en turno ha derivado en el estancamiento de la entidad.

Por ello, hoy más que nunca es válida la frase de José Batlle y Ordóñez: En una democracia de verdad el pueblo no debe conformarse con elegir a sus gobernantes, debe gobernar a sus elegidos.