/ martes 19 de octubre de 2021

La universidad es un espacio de discernimiento, solidaridad, diálogo y proximidad

Nuestra situación actual se retrata en la desilusión, debido a una crisis económico-financiera, pero también ecológica, educativa y moral.

La desilusión lleva también a una especie de fuga; a buscar “‘islas” o momentos de tregua. Es algo similar a la actitud de Pilatos: el “lavarse las manos”. Una actitud que parece “pragmática” pero que, de hecho, ignora el grito de justicia, de la responsabilidad social y que nos remite al individualismo, a la hipocresía… o peor, a una especie de cinismo.

A este punto nos preguntamos: ¿Tiene una vía de salida esta situación? ¿Debemos resignarnos? ¿Tenemos que dejar oscurecer la esperanza? ¿Tenemos que huir de la realidad? ¿Tenemos que “lavarnos las manos” y cerrarnos en nosotros mismos?

La universidad como lugar de discernimiento nos ayuda a leer la realidad, pero también a vivirla sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos.

La crisis puede volverse un momento de purificación y de reconsideración de nuestros modelos económicos sociales y de una cierta concepción del progreso que ha alimentado ilusiones para recuperar lo humano en todas sus dimensiones.

El discernimiento no es ciego ni se improvisa; se realiza sobre criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, sobre los propios valores de una visión del hombre y del mundo: una visión de la persona en todas sus dimensiones, especialmente aquella espiritual y trascendente. No se puede considerar nunca a la persona como “material humano”

La universidad como lugar de sapiencia tiene una función muy importante en la formación del discernimiento para alimentar la esperanza.

Otro elemento: la universidad como lugar en el que se elabora la cultura de la proximidad y de la cercanía. El aislamiento y el cierre en sí mismos, o en los propios intereses no son nunca el camino para dar esperanza o para obrar una renovación.

La universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña y se vive la cultura del diálogo. Esto significa entender y valorizar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, sino como un factor de crecimiento. Las dinámicas que rigen las relaciones entre personas, entre grupos y entre naciones, con frecuencia no son de cercanía, ni de encuentro y sí lo son de choque.

Un último elemento: la universidad como lugar de formación en la solidaridad. La palabra solidaridad es fundamental del vocabulario humano. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo, orientan hacia la solidaridad como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades.

“El que quiera ser líder deberá de ser puente”

Nuestra situación actual se retrata en la desilusión, debido a una crisis económico-financiera, pero también ecológica, educativa y moral.

La desilusión lleva también a una especie de fuga; a buscar “‘islas” o momentos de tregua. Es algo similar a la actitud de Pilatos: el “lavarse las manos”. Una actitud que parece “pragmática” pero que, de hecho, ignora el grito de justicia, de la responsabilidad social y que nos remite al individualismo, a la hipocresía… o peor, a una especie de cinismo.

A este punto nos preguntamos: ¿Tiene una vía de salida esta situación? ¿Debemos resignarnos? ¿Tenemos que dejar oscurecer la esperanza? ¿Tenemos que huir de la realidad? ¿Tenemos que “lavarnos las manos” y cerrarnos en nosotros mismos?

La universidad como lugar de discernimiento nos ayuda a leer la realidad, pero también a vivirla sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos.

La crisis puede volverse un momento de purificación y de reconsideración de nuestros modelos económicos sociales y de una cierta concepción del progreso que ha alimentado ilusiones para recuperar lo humano en todas sus dimensiones.

El discernimiento no es ciego ni se improvisa; se realiza sobre criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, sobre los propios valores de una visión del hombre y del mundo: una visión de la persona en todas sus dimensiones, especialmente aquella espiritual y trascendente. No se puede considerar nunca a la persona como “material humano”

La universidad como lugar de sapiencia tiene una función muy importante en la formación del discernimiento para alimentar la esperanza.

Otro elemento: la universidad como lugar en el que se elabora la cultura de la proximidad y de la cercanía. El aislamiento y el cierre en sí mismos, o en los propios intereses no son nunca el camino para dar esperanza o para obrar una renovación.

La universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña y se vive la cultura del diálogo. Esto significa entender y valorizar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, sino como un factor de crecimiento. Las dinámicas que rigen las relaciones entre personas, entre grupos y entre naciones, con frecuencia no son de cercanía, ni de encuentro y sí lo son de choque.

Un último elemento: la universidad como lugar de formación en la solidaridad. La palabra solidaridad es fundamental del vocabulario humano. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo, orientan hacia la solidaridad como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades.

“El que quiera ser líder deberá de ser puente”