/ jueves 18 de agosto de 2022

La violencia símbolica y mediática, la trasgresión cotidiana.

Los recientes hechos suscitados en los municipios de Irapuato, Celaya y Guadalajara, son una latente amenaza a la integridad y vida de las personas, así como de la inexistente seguridad, que es una de las principales demandas no de ahora sino de hace más de una década, en que la población en diversas encuesta la pone como principal demanda.

No es consuelo enterarse de que no hay perdidas humanas, lo que si hay son víctimas, todas y todos somos víctimas, somos rehenes, nada nuevo expresaran, porque eso lo sabemos y lo han dicho infinidad de especialistas y autoridades, de diferentes maneras y partidos.

Me ofende sobremanera, el gastado discurso de que antes no se decía nada al respecto de la violencia manifiesta, como de estos hechos a los que hago referencia, por su puesto que algunas y algunos no sólo nos hemos quejado, criticado, demandado, sino que también nos hemos sumado a diversas acciones que ayuden a su estudio, comprensión, atención y solución de esta indescriptible violencia, que describiría como terrorífica.

Pareciera que quedo atrás el acto de narcoterrorismo que vivimos en Morelia, un 15 de septiembre en donde hubo víctimas mortales y víctimas sobrevivientes son tratadas indignamente hasta la fecha sólo por exigir su derecho a la reparación de daño, al que le han llamado exageración.

Pero qué pensamos cuando todas y todos somos víctimas, no hay institución alguna que pueda contener la violencia simbólica y mediática a la que estamos expuestos, no hay programa creado específicamente para ello, y no me refiero a que estas notas no sean transmitidas en los medios de comunicación, me refiero a lo que implica emocional y culturalmente en nuestra sociedad que el crimen organizado y el narcotráfico, realicen estos actos con mensajes claros de intimidación que desde mi punto de vista no son hacia la autoridad, si es que la hay, es y son mensajes directos a la ciudadanía en su conjunto.

La violencia simbólica es su arma más efectiva, no porque que estén sembrado miedo, eso ya lo hicieron, sino porque nos recuerdan de manera constante que nadie escapara a este tipo de actos de terror, en algún momento será uno de nuestros municipios que parecían lejos de esas circunstancias en donde se vivirá el terror de saber que nadie esta exento del crimen organizado y el narcotráfico. La intimidación que provocan estos actos es de tal magnitud que las personas no sólo huyen y se consumen en una espiral desenfrenada hacia la seguridad al costo que sea.

He sido testiga de los incrementos inmorales de las viviendas que en fraccionamientos “privados” aseguran garantizar no la seguridad sino la vigilancia, así como “cierta” organización vecinal que cierra las calles para impedir la inseguridad o la adquisición de sofisticados medios de vigilancia que incluso son violatorios de la intimidad, y así sucesivamente, en diversos niveles sociales, pero que ahora legitiman que la “seguridad” se venda como un bien más no como un derecho al que desafortunadamente solo puede acceder unos pocos.

La inoperancia de la vigilancia, que sólo es un mecanismo de control, sobre ciertos lugares y espacios, está demostrada con la violencia ejercida hacia las mujeres y hacia ciertos grupos de la población en su mayoría de escasos recursos, que son violentados o privados de la vida, y que de ninguna manera son acciones de seguridad, ya que la seguridad es mucho más compleja porque implica una verdadera organización social en donde no haya encubrimiento, corrupción y discriminación.

La vigilancia que es la máxima operación a la que alcanzamos la ciudadanía, la que en ocasiones funciona para ciertas cosas y para otras no, pero sí goza de la complicidad para su mediocre función de diversas autoridades y niveles de gobierno, ya que en materia de prevención no es ni tantito efectiva.

Lo cierto es que el crimen organizado y los grupos del narcotráfico, no sólo controlan el territorio, la cuadra, el barrio, los negocios y las casas, evidentemente controlan la movilidad y los cuerpos de las personas que en ese espacio habitan, desapropian los bienes, precarizan la vida, ahogan la subsistencia. Son dueños de la vida, mercantilizan tanto las necesidades de las personas como los cuerpos y la sexualidad de las niñas, adolescente y mujeres, para el consumo y desecho humano de otras expresiones de barbarie.

Así como también corporativizan a los hombres, para explotarlos, esclavizarlos y exacerbarlos a cualquier consumo hasta agotarles la existencia, que después apilados en fosas son muestra de una forma de encadenamiento a la violencia, a la resistencia, a la jerarquización de la muerte como supremacía del poder.

Podrán decirme que cuesta mucho trabajo cambiar un sistema en pocos años, sí, es verdad, aunque yo también esperaba que el trabajo fuera uno en el que socialmente hubiese una inversión de tal magnitud que no hiciera falta el silencio y la complicidad para acceder a la justicia y a la seguridad, como tampoco ser víctimas para tener derechos.

Los recientes hechos suscitados en los municipios de Irapuato, Celaya y Guadalajara, son una latente amenaza a la integridad y vida de las personas, así como de la inexistente seguridad, que es una de las principales demandas no de ahora sino de hace más de una década, en que la población en diversas encuesta la pone como principal demanda.

No es consuelo enterarse de que no hay perdidas humanas, lo que si hay son víctimas, todas y todos somos víctimas, somos rehenes, nada nuevo expresaran, porque eso lo sabemos y lo han dicho infinidad de especialistas y autoridades, de diferentes maneras y partidos.

Me ofende sobremanera, el gastado discurso de que antes no se decía nada al respecto de la violencia manifiesta, como de estos hechos a los que hago referencia, por su puesto que algunas y algunos no sólo nos hemos quejado, criticado, demandado, sino que también nos hemos sumado a diversas acciones que ayuden a su estudio, comprensión, atención y solución de esta indescriptible violencia, que describiría como terrorífica.

Pareciera que quedo atrás el acto de narcoterrorismo que vivimos en Morelia, un 15 de septiembre en donde hubo víctimas mortales y víctimas sobrevivientes son tratadas indignamente hasta la fecha sólo por exigir su derecho a la reparación de daño, al que le han llamado exageración.

Pero qué pensamos cuando todas y todos somos víctimas, no hay institución alguna que pueda contener la violencia simbólica y mediática a la que estamos expuestos, no hay programa creado específicamente para ello, y no me refiero a que estas notas no sean transmitidas en los medios de comunicación, me refiero a lo que implica emocional y culturalmente en nuestra sociedad que el crimen organizado y el narcotráfico, realicen estos actos con mensajes claros de intimidación que desde mi punto de vista no son hacia la autoridad, si es que la hay, es y son mensajes directos a la ciudadanía en su conjunto.

La violencia simbólica es su arma más efectiva, no porque que estén sembrado miedo, eso ya lo hicieron, sino porque nos recuerdan de manera constante que nadie escapara a este tipo de actos de terror, en algún momento será uno de nuestros municipios que parecían lejos de esas circunstancias en donde se vivirá el terror de saber que nadie esta exento del crimen organizado y el narcotráfico. La intimidación que provocan estos actos es de tal magnitud que las personas no sólo huyen y se consumen en una espiral desenfrenada hacia la seguridad al costo que sea.

He sido testiga de los incrementos inmorales de las viviendas que en fraccionamientos “privados” aseguran garantizar no la seguridad sino la vigilancia, así como “cierta” organización vecinal que cierra las calles para impedir la inseguridad o la adquisición de sofisticados medios de vigilancia que incluso son violatorios de la intimidad, y así sucesivamente, en diversos niveles sociales, pero que ahora legitiman que la “seguridad” se venda como un bien más no como un derecho al que desafortunadamente solo puede acceder unos pocos.

La inoperancia de la vigilancia, que sólo es un mecanismo de control, sobre ciertos lugares y espacios, está demostrada con la violencia ejercida hacia las mujeres y hacia ciertos grupos de la población en su mayoría de escasos recursos, que son violentados o privados de la vida, y que de ninguna manera son acciones de seguridad, ya que la seguridad es mucho más compleja porque implica una verdadera organización social en donde no haya encubrimiento, corrupción y discriminación.

La vigilancia que es la máxima operación a la que alcanzamos la ciudadanía, la que en ocasiones funciona para ciertas cosas y para otras no, pero sí goza de la complicidad para su mediocre función de diversas autoridades y niveles de gobierno, ya que en materia de prevención no es ni tantito efectiva.

Lo cierto es que el crimen organizado y los grupos del narcotráfico, no sólo controlan el territorio, la cuadra, el barrio, los negocios y las casas, evidentemente controlan la movilidad y los cuerpos de las personas que en ese espacio habitan, desapropian los bienes, precarizan la vida, ahogan la subsistencia. Son dueños de la vida, mercantilizan tanto las necesidades de las personas como los cuerpos y la sexualidad de las niñas, adolescente y mujeres, para el consumo y desecho humano de otras expresiones de barbarie.

Así como también corporativizan a los hombres, para explotarlos, esclavizarlos y exacerbarlos a cualquier consumo hasta agotarles la existencia, que después apilados en fosas son muestra de una forma de encadenamiento a la violencia, a la resistencia, a la jerarquización de la muerte como supremacía del poder.

Podrán decirme que cuesta mucho trabajo cambiar un sistema en pocos años, sí, es verdad, aunque yo también esperaba que el trabajo fuera uno en el que socialmente hubiese una inversión de tal magnitud que no hiciera falta el silencio y la complicidad para acceder a la justicia y a la seguridad, como tampoco ser víctimas para tener derechos.