/ sábado 20 de octubre de 2018

LUZ COMPARTIDA

Por J. Jesús Vázquez Estupiñán

Envejecer

 

“Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”

Ingmar Bergman

Tuve la oportunidad de conocer a un personaje singular; un hombre de baja estatura, calado en la batalla de la Guerra Mundial. “Salvé la vida de milagro, pues el cuartel en donde yo estaba fue bombardeado”, me dijo.

Su trote es pausado, pero vertical; nunca se apoya en un barandal, asciende y desciende de las escaleras justo por el centro. Agradece, pero no necesita ayuda para bajar del auto o del Metro.

Puntual, anticipado, sencillo y amable; sumamente respetuoso. Está en la ruta de los 90 años. Su patria, Japón… su querencia: las ciudades de Minoh y Cuernavaca.

Admira a México y lo quiere. Promotor incansable de la cultura y de los intercambios académicos. Ayuda a cientos de jóvenes a vivir la experiencia del mundo japonés. “Soy Embajador Honorario… pero sin honorarios”. Tiene sentido del humor y sonríe. Su recompensa es la gratitud de tantos mexicanos y japoneses que lo valoran.

“La vejez pone más arrugas en el espíritu que en el rostro”, nos recordó el doctor Minoru Fukahara.

Nos llevó por aquí y por allá a cantar con los jóvenes en una representación artística de la Estudiantina La Salle en distintas ciudades de Japón.

“Nada inspira más veneración y asombro que una persona mayor que ha vivido en plenitud y sabiduría, acepte cambiar de opinión y con natural flexibilidad se conduzca en su vida”, ha dicho Santiago Ramón y Cajal.

Los mexicanos lo queremos y desde hace muchos años, a este profesor lleno de ternura, paz y generosidad, lo conocemos como: Sensei.

Por J. Jesús Vázquez Estupiñán

Envejecer

 

“Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”

Ingmar Bergman

Tuve la oportunidad de conocer a un personaje singular; un hombre de baja estatura, calado en la batalla de la Guerra Mundial. “Salvé la vida de milagro, pues el cuartel en donde yo estaba fue bombardeado”, me dijo.

Su trote es pausado, pero vertical; nunca se apoya en un barandal, asciende y desciende de las escaleras justo por el centro. Agradece, pero no necesita ayuda para bajar del auto o del Metro.

Puntual, anticipado, sencillo y amable; sumamente respetuoso. Está en la ruta de los 90 años. Su patria, Japón… su querencia: las ciudades de Minoh y Cuernavaca.

Admira a México y lo quiere. Promotor incansable de la cultura y de los intercambios académicos. Ayuda a cientos de jóvenes a vivir la experiencia del mundo japonés. “Soy Embajador Honorario… pero sin honorarios”. Tiene sentido del humor y sonríe. Su recompensa es la gratitud de tantos mexicanos y japoneses que lo valoran.

“La vejez pone más arrugas en el espíritu que en el rostro”, nos recordó el doctor Minoru Fukahara.

Nos llevó por aquí y por allá a cantar con los jóvenes en una representación artística de la Estudiantina La Salle en distintas ciudades de Japón.

“Nada inspira más veneración y asombro que una persona mayor que ha vivido en plenitud y sabiduría, acepte cambiar de opinión y con natural flexibilidad se conduzca en su vida”, ha dicho Santiago Ramón y Cajal.

Los mexicanos lo queremos y desde hace muchos años, a este profesor lleno de ternura, paz y generosidad, lo conocemos como: Sensei.