/ viernes 16 de noviembre de 2018

LUZ COMPARTIDA

“¿Cuál es tu deber?: ¡La exigencia del día!”

Johann Wolfgang von Goethe


Los niveles de exigencia y de calidad en el trabajo marcarán la competitividad de los años por venir.

En el caso de las instituciones educativas, el docente está obligado a establecer esos niveles de exigencia y de calidad; a redoblar esfuerzos, a volver a intentar un mejor resultado, una mejor exposición, un portafolio de experiencias más amplio y completo, siempre contando con la guía, el respaldo y con los apoyos directivos procedentes.

La razón es sencilla: ese es el mundo real al que se enfrentan ya desde hoy.

La nueva relación docente-estudiante, basada en la comunicación, la confianza, el interés del profesor por la persona (que es su pupilo y mucho más que un número en la lista de asistencia), no debe afectarse por los niveles de calidad y de exigencia planteados. Al contrario, estos preceptos ayudarán a fortalecer esa postura cercana y confiable del profesor, en virtud de que los límites y los sistemas de trabajo serán cada vez más demandantes y los estudiantes deben estar habilitados para responder a ellos.

“Las exigencias crean la habilidad necesaria para cumplirlas y conquistarlas”, afirmó Wendell Phillips.

La educación del siglo XXI no se abstrae de la realidad, ni se ofrece de forma aislada y desconectada.

Por años, los sistemas de enseñanza repetían con programas y temarios, una serie de elementos teóricos que no tenían conexión directa con la realidad. Esto produjo deserción, ineficacia, abandono escolar, desinterés por parte de los estudiantes, improductividad y apatía, a veces generalizada.

El profesor debe dominar su entorno; saber qué hay y qué pasa; a qué tipo de problemas se enfrentan los estudiantes. Problemas que van desde el transporte, el vestido, el acceso a Internet, la conectividad en su zona, la existencia de una computadora en casa o el acceso a un café cibernético o a una biblioteca. Asuntos que es preciso atender para que les permitan proyectarse en mejores escenarios de crecimiento.

Rehuir a la exigencia y a la calidad es sumamente peligroso. Existe el riesgo de no contar con niveles de competitividad y propiciar con ello cadenas de mediocridad, conformismo y pasividad.

Someterse al rigor de las evaluaciones en cualquier campo laboral aportará elementos para mantener e impulsar las buenas prácticas; identificar las áreas de oportunidad para hacer los ajustes y correcciones, a partir de planes de mejora continua que incentiven a los protagonistas del proceso educativo a asumir retos.

James Hunter sentenció: “El líder tiene la responsabilidad de exigir responsabilidades a su gente. Hay muchas formas de respetar la dignidad de la gente sin pasar por alto sus deficiencias”.

Los estímulos y el reconocimiento seguramente serán consecuencias de la superación. (F)


“¿Cuál es tu deber?: ¡La exigencia del día!”

Johann Wolfgang von Goethe


Los niveles de exigencia y de calidad en el trabajo marcarán la competitividad de los años por venir.

En el caso de las instituciones educativas, el docente está obligado a establecer esos niveles de exigencia y de calidad; a redoblar esfuerzos, a volver a intentar un mejor resultado, una mejor exposición, un portafolio de experiencias más amplio y completo, siempre contando con la guía, el respaldo y con los apoyos directivos procedentes.

La razón es sencilla: ese es el mundo real al que se enfrentan ya desde hoy.

La nueva relación docente-estudiante, basada en la comunicación, la confianza, el interés del profesor por la persona (que es su pupilo y mucho más que un número en la lista de asistencia), no debe afectarse por los niveles de calidad y de exigencia planteados. Al contrario, estos preceptos ayudarán a fortalecer esa postura cercana y confiable del profesor, en virtud de que los límites y los sistemas de trabajo serán cada vez más demandantes y los estudiantes deben estar habilitados para responder a ellos.

“Las exigencias crean la habilidad necesaria para cumplirlas y conquistarlas”, afirmó Wendell Phillips.

La educación del siglo XXI no se abstrae de la realidad, ni se ofrece de forma aislada y desconectada.

Por años, los sistemas de enseñanza repetían con programas y temarios, una serie de elementos teóricos que no tenían conexión directa con la realidad. Esto produjo deserción, ineficacia, abandono escolar, desinterés por parte de los estudiantes, improductividad y apatía, a veces generalizada.

El profesor debe dominar su entorno; saber qué hay y qué pasa; a qué tipo de problemas se enfrentan los estudiantes. Problemas que van desde el transporte, el vestido, el acceso a Internet, la conectividad en su zona, la existencia de una computadora en casa o el acceso a un café cibernético o a una biblioteca. Asuntos que es preciso atender para que les permitan proyectarse en mejores escenarios de crecimiento.

Rehuir a la exigencia y a la calidad es sumamente peligroso. Existe el riesgo de no contar con niveles de competitividad y propiciar con ello cadenas de mediocridad, conformismo y pasividad.

Someterse al rigor de las evaluaciones en cualquier campo laboral aportará elementos para mantener e impulsar las buenas prácticas; identificar las áreas de oportunidad para hacer los ajustes y correcciones, a partir de planes de mejora continua que incentiven a los protagonistas del proceso educativo a asumir retos.

James Hunter sentenció: “El líder tiene la responsabilidad de exigir responsabilidades a su gente. Hay muchas formas de respetar la dignidad de la gente sin pasar por alto sus deficiencias”.

Los estímulos y el reconocimiento seguramente serán consecuencias de la superación. (F)