/ viernes 24 de septiembre de 2021

¿Por qué luchamos por el aborto legal?

Cuando nos hacemos esa pregunta, las respuestas más inmediatas tienen que ver con la salud de las mujeres, con las tasas de muerte materna, con la clandestinidad y la inseguridad, con el Estado ausente, con la necesidad de actualizar leyes empolvadas, etcétera.

Y es verdad: se estima que cada año ocurren en el mundo alrededor de 120 millones de embarazos no planeados, de los cuales 73 millones terminan en aborto. Aproximadamente 19 millones de éstos se dan en condiciones inseguras, que ocasionan 68 mil muertes maternas: el 13% de todas las muertes de mujeres relacionadas con el embarazo.

La OMS, en 2020, dejó claro que las principales razones que originan estas cifras son la legislación restrictiva, la poca disponibilidad de servicios, los costos elevados, la estigmatización y criminalización social, la objeción de conciencia del personal sanitario y los requisitos innecesarios. En México cumplimos cabalmente con todas estas condiciones.

Como país, ocupamos el primer lugar a nivel Latinoamérica en embarazo adolescente y el segundo lugar a nivel mundial. También –y es imperativo cruzar estos datos–, somos el país de la OCDE con mayor incidencia de abuso sexual infantil. Michoacán ocupa el sexto lugar nacional en embarazo adolescente y nuestra legislación prevé que a partir de los 12 años las niñas ya son aptas para consentir una relación sexual. De acuerdo con Ipas México, en nuestro estado el 55% de las niñas entre 10 y 14 años que fueron madres, reportaron que el padre tenía entre 18 y 50 años. Es decir: no son niñas consintiendo relaciones sexuales con niños de su edad, sino niñas siendo forzadas por hombres mucho mayores. En palabras llanas: son violadas. Y los bebés que traerán al mundo no sólo serán no deseados, sino que serán el fruto y recordatorio eterno de aquella vez en que fueron obligadas por hombres a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad.

Aquí es donde algunas personas, con una falta de empatía que da escalofríos, dicen “salvemos las dos vidas”. Pero, más allá de la ceguera social, salvar las dos vidas no resuelve el problema. Porque el problema de fondo no es el embarazo no deseado, que ya es una desgracia en sí mismo. El verdadero problema es otro de mayor calado, tanto por su arraigo social como por su prevalencia histórica: la idea, todavía normalizada, de que las mujeres no tenemos la capacidad ni el derecho de decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. En términos de Amelia Valcárcel, somos vistas como seres eternamente menores de edad. En palabras de Marcela Lagarde, nuestro rol dentro del sistema patriarcal es de cautiverio. Shulamith Firestone definió esta diferencia entre los sexos como un asunto de “castas sexuales”. Para Simone de Beauvoir, las mujeres somos el segundo sexo, el Otro, siempre definidas en función del varón.

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué luchamos por el aborto legal? Por la salud y justicia social de millones de mujeres, sí, pero sobre todo porque esta batalla trata sobre nuestra autonomía, sobre nuestra independencia y sobre nuestra libertad. Conseguir el aborto legal envía un mensaje más profundo, más allá de si alguna vez ejercemos el derecho a la interrupción del embarazo o no: nos pertenecemos a nosotras mismas y a nadie más, y sólo nosotras podemos decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida. Significa apropiarnos de nuestro primer territorio, nuestro cuerpo, y conquistar en los hechos la autodeterminación que nos ha sido históricamente negada.

Porque no, no queremos ser eternamente menores de edad, ni ser cautivas, ni pertenecer a una casta inferior, ni ser aquello Otro que no existe sino en función de algo más. Tampoco queremos ser dominadas, oprimidas ni excluidas por poseer la capacidad de dar vida, y por eso las feministas de los años 70’s gritaban: “¡tomemos los medios de reproducción!”, homenajeando y reformulando la consigna del movimiento obrero que arengaba a tomar los medios de producción como fórmula para erradicar la opresión por parte de la clase burguesa.

Las mujeres tenemos siglos luchando por una vida digna, en igualdad, libre y autónoma. Y la legalización del aborto es un paso pequeño pero trascendente tanto en lo simbólico como en lo real en este proceso de profundo cambio social que proponemos. Por nuestras abuelas, por nuestras madres, por nuestras hijas y por nuestras nietas, lucharemos hasta que se garantice nuestro derecho a decidir.

Cuando nos hacemos esa pregunta, las respuestas más inmediatas tienen que ver con la salud de las mujeres, con las tasas de muerte materna, con la clandestinidad y la inseguridad, con el Estado ausente, con la necesidad de actualizar leyes empolvadas, etcétera.

Y es verdad: se estima que cada año ocurren en el mundo alrededor de 120 millones de embarazos no planeados, de los cuales 73 millones terminan en aborto. Aproximadamente 19 millones de éstos se dan en condiciones inseguras, que ocasionan 68 mil muertes maternas: el 13% de todas las muertes de mujeres relacionadas con el embarazo.

La OMS, en 2020, dejó claro que las principales razones que originan estas cifras son la legislación restrictiva, la poca disponibilidad de servicios, los costos elevados, la estigmatización y criminalización social, la objeción de conciencia del personal sanitario y los requisitos innecesarios. En México cumplimos cabalmente con todas estas condiciones.

Como país, ocupamos el primer lugar a nivel Latinoamérica en embarazo adolescente y el segundo lugar a nivel mundial. También –y es imperativo cruzar estos datos–, somos el país de la OCDE con mayor incidencia de abuso sexual infantil. Michoacán ocupa el sexto lugar nacional en embarazo adolescente y nuestra legislación prevé que a partir de los 12 años las niñas ya son aptas para consentir una relación sexual. De acuerdo con Ipas México, en nuestro estado el 55% de las niñas entre 10 y 14 años que fueron madres, reportaron que el padre tenía entre 18 y 50 años. Es decir: no son niñas consintiendo relaciones sexuales con niños de su edad, sino niñas siendo forzadas por hombres mucho mayores. En palabras llanas: son violadas. Y los bebés que traerán al mundo no sólo serán no deseados, sino que serán el fruto y recordatorio eterno de aquella vez en que fueron obligadas por hombres a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad.

Aquí es donde algunas personas, con una falta de empatía que da escalofríos, dicen “salvemos las dos vidas”. Pero, más allá de la ceguera social, salvar las dos vidas no resuelve el problema. Porque el problema de fondo no es el embarazo no deseado, que ya es una desgracia en sí mismo. El verdadero problema es otro de mayor calado, tanto por su arraigo social como por su prevalencia histórica: la idea, todavía normalizada, de que las mujeres no tenemos la capacidad ni el derecho de decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. En términos de Amelia Valcárcel, somos vistas como seres eternamente menores de edad. En palabras de Marcela Lagarde, nuestro rol dentro del sistema patriarcal es de cautiverio. Shulamith Firestone definió esta diferencia entre los sexos como un asunto de “castas sexuales”. Para Simone de Beauvoir, las mujeres somos el segundo sexo, el Otro, siempre definidas en función del varón.

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué luchamos por el aborto legal? Por la salud y justicia social de millones de mujeres, sí, pero sobre todo porque esta batalla trata sobre nuestra autonomía, sobre nuestra independencia y sobre nuestra libertad. Conseguir el aborto legal envía un mensaje más profundo, más allá de si alguna vez ejercemos el derecho a la interrupción del embarazo o no: nos pertenecemos a nosotras mismas y a nadie más, y sólo nosotras podemos decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida. Significa apropiarnos de nuestro primer territorio, nuestro cuerpo, y conquistar en los hechos la autodeterminación que nos ha sido históricamente negada.

Porque no, no queremos ser eternamente menores de edad, ni ser cautivas, ni pertenecer a una casta inferior, ni ser aquello Otro que no existe sino en función de algo más. Tampoco queremos ser dominadas, oprimidas ni excluidas por poseer la capacidad de dar vida, y por eso las feministas de los años 70’s gritaban: “¡tomemos los medios de reproducción!”, homenajeando y reformulando la consigna del movimiento obrero que arengaba a tomar los medios de producción como fórmula para erradicar la opresión por parte de la clase burguesa.

Las mujeres tenemos siglos luchando por una vida digna, en igualdad, libre y autónoma. Y la legalización del aborto es un paso pequeño pero trascendente tanto en lo simbólico como en lo real en este proceso de profundo cambio social que proponemos. Por nuestras abuelas, por nuestras madres, por nuestras hijas y por nuestras nietas, lucharemos hasta que se garantice nuestro derecho a decidir.

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