/ jueves 21 de abril de 2022

Prudencia

Mezcla a tu prudencia un grano de locura. Quinto Horacio Flaco


La prudencia es la virtud que permite abrir la puerta para la realización de las otras virtudes y las encamina hacia el fin del ser humano… hacia su progreso interior.

La prudencia es tan discreta que pasa inadvertida ante nuestros ojos. Nos admiramos de las personas que habitualmente toman decisiones acertadas, dando la impresión de jamás equivocarse; sacan adelante y con éxito, todo lo que se proponen; conservan la calma aún en las situaciones más difíciles, percibimos su comprensión hacia todas las personas y jamás ofenden o pierden la compostura. Así es la prudencia, decidida, activa, emprendedora y comprensiva.

El valor de la prudencia no se forja a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente. Posiblemente lo que más trabajo nos cuesta es reflexionar y conservar la calma en toda circunstancia, la gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de decisiones, en el trato con las personas o formar opinión, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la realidad o la falta de una completa y adecuada información.

El ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse; por el contrario, la persona prudente muchas veces ha errado, pero ha tenido la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones aprendiendo de estos episodios, sabe rectificar, pedir perdón y solicitar consejo.

“Hay algunos obsesos de prudencia, que, a fuerza de querer evitar todos los pequeños errores, hacen de su vida entera un solo error”. Arturo Graf

La prudencia nos hace tener un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás, edifica una personalidad recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse en todo y con todos; generando confianza y estabilidad en quienes nos rodean, seguros de tener a un guía que los conduce por un camino seguro.

La falta de carácter de los ciudadanos y sus dirigentes no es un problema sociológico que deban solventar, el gobierno, la escuela o la empresa.

En el principio del ser humano no encontramos ni al Estado, ni a la empresa, ni a la escuela; ahí solo está: la familia.

Cuando apelamos a la familia, las más agrias divergencias desaparecen. Habrá discusiones sobre la constitución de la familia, pero se da una general concordia si nos referimos a las cualidades humanas que deben desarrollarse en las familias o, más aún, cuyo desarrollo constituye la finalidad primordial de ellas. La familia es el lugar de la formación del carácter.

La formación del carácter tiene un profundo ingrediente de habituación (diverso de la costumbre), y los hábitos deben inducirse en el ser humano sobre todo en el momento en que carece de ellos.

Esta reflexión viene oportuna:

“Un día se realizó una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba todo el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija asintió, a condición de que fuera expulsada la cinta métrica, porque siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.

Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un bello juego de ajedrez. Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el temido serrucho, cuando sentenció implacable diciendo: ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos.

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos. Ocurre lo mismo con los seres humanos. Cuando en una organización el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos. Es fácil encontrar defectos, pero el encontrar cualidades, es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.

Mezcla a tu prudencia un grano de locura. Quinto Horacio Flaco


La prudencia es la virtud que permite abrir la puerta para la realización de las otras virtudes y las encamina hacia el fin del ser humano… hacia su progreso interior.

La prudencia es tan discreta que pasa inadvertida ante nuestros ojos. Nos admiramos de las personas que habitualmente toman decisiones acertadas, dando la impresión de jamás equivocarse; sacan adelante y con éxito, todo lo que se proponen; conservan la calma aún en las situaciones más difíciles, percibimos su comprensión hacia todas las personas y jamás ofenden o pierden la compostura. Así es la prudencia, decidida, activa, emprendedora y comprensiva.

El valor de la prudencia no se forja a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente. Posiblemente lo que más trabajo nos cuesta es reflexionar y conservar la calma en toda circunstancia, la gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de decisiones, en el trato con las personas o formar opinión, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la realidad o la falta de una completa y adecuada información.

El ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse; por el contrario, la persona prudente muchas veces ha errado, pero ha tenido la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones aprendiendo de estos episodios, sabe rectificar, pedir perdón y solicitar consejo.

“Hay algunos obsesos de prudencia, que, a fuerza de querer evitar todos los pequeños errores, hacen de su vida entera un solo error”. Arturo Graf

La prudencia nos hace tener un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás, edifica una personalidad recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse en todo y con todos; generando confianza y estabilidad en quienes nos rodean, seguros de tener a un guía que los conduce por un camino seguro.

La falta de carácter de los ciudadanos y sus dirigentes no es un problema sociológico que deban solventar, el gobierno, la escuela o la empresa.

En el principio del ser humano no encontramos ni al Estado, ni a la empresa, ni a la escuela; ahí solo está: la familia.

Cuando apelamos a la familia, las más agrias divergencias desaparecen. Habrá discusiones sobre la constitución de la familia, pero se da una general concordia si nos referimos a las cualidades humanas que deben desarrollarse en las familias o, más aún, cuyo desarrollo constituye la finalidad primordial de ellas. La familia es el lugar de la formación del carácter.

La formación del carácter tiene un profundo ingrediente de habituación (diverso de la costumbre), y los hábitos deben inducirse en el ser humano sobre todo en el momento en que carece de ellos.

Esta reflexión viene oportuna:

“Un día se realizó una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba todo el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija asintió, a condición de que fuera expulsada la cinta métrica, porque siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.

Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un bello juego de ajedrez. Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el temido serrucho, cuando sentenció implacable diciendo: ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos.

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos. Ocurre lo mismo con los seres humanos. Cuando en una organización el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos. Es fácil encontrar defectos, pero el encontrar cualidades, es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.