/ martes 26 de julio de 2022

Seguridad e inseguridad. Dilema

Es evidente que el crimen galopa, mutila y propicia un cuadro de desperfectos que se instalan en nuestra vida cotidiana, es hora de nuevos diseños institucionales y una auténtica voluntad de las autoridades para hacer frente a los grupos de la delincuencia antes que los costos sean más elevados.

Los delitos se cometen en cantidad industrial, la desconfianza de una gran parte de la sociedad en las autoridades de procuración de justicia es tal que en muchos casos no se presentan las denuncias y con ello se agrava la situación porque se empodera la impunidad, es decir la no aplicación de la norma.

Es el momento de otras políticas públicas en la materia porque hasta el momento no se ha logrado la pacificación del país, amplias regiones de nuestro país viven en la penumbra que provoca el hampa, en una zozobra calamitosa que dificulta la convivencia social y alcanza para vaciar pueblos que terminan por ser fantasmagóricos tras una diáspora forzada.

Se invierte mucho tiempo de los actores políticos en las apuestas futuristas, la carrera por la nominación a la candidatura a la presidencia de la república se hace con mucha anticipación y se convierte en un gran distractor porque los problemas de fondo no se atienden, principalmente nos referimos a los que tienen vinculación con la inseguridad y su ola imparable.

La narrativa diaria da cuenta de auténticos dramas por doquier, las autoridades rebasadas, los discursos son los mismos de hace años y ya casi nadie los cree porque en el fondo resultan una manifestación incontrovertible de cinismo. Un verdadero Deja Vu.

Se ocupan nuevos planteamientos, proyectos y políticas públicas que confronten el tema de la inseguridad porque esa es una de las finalidades del estado que tiene en el derecho y la política a dos brazos fundamentales, la gravedad de la situación amerita otro enfoque en la materia para reportar resultados favorables a corto plazo.

La violencia no es ni será una manifestación normal, se trata de una tumoración en el cuerpo social, la justicia se aprecia como una quimera y todo ello es caldo de cultivo para el secuestro de la tranquilidad.

Resulta inaplazable el abordaje del tema de la inseguridad con una adecuada coordinación de los cuerpos policiales, no se trata de echar la bolita al invocar las jurisdicciones ni se debe tomar como pretexto la vinculación de gobiernos con asuntos partidistas porque el bien común es meta, motivo y causa última.

El tema de la seguridad debe ser tratado como una auténtica prioridad porque afecta a toda la sociedad, los asuntos de índole electoral tienen su lugar pero no pueden estar por encima del tratamiento de los problemas latentes, quienes desbocadamente pretenden desde ahora buscar ser abanderados por sus respectivos partidos políticos lo que hacen es mostrar el cobre de la frivolidad.

La pacificación del país es necesaria con dignidad y no con la resignación que deja la desesperanza, por ello los diferentes niveles de gobierno deben abordar el tema con altura, generosidad y sin mezquindad alguna.

Es evidente que el crimen galopa, mutila y propicia un cuadro de desperfectos que se instalan en nuestra vida cotidiana, es hora de nuevos diseños institucionales y una auténtica voluntad de las autoridades para hacer frente a los grupos de la delincuencia antes que los costos sean más elevados.

Los delitos se cometen en cantidad industrial, la desconfianza de una gran parte de la sociedad en las autoridades de procuración de justicia es tal que en muchos casos no se presentan las denuncias y con ello se agrava la situación porque se empodera la impunidad, es decir la no aplicación de la norma.

Es el momento de otras políticas públicas en la materia porque hasta el momento no se ha logrado la pacificación del país, amplias regiones de nuestro país viven en la penumbra que provoca el hampa, en una zozobra calamitosa que dificulta la convivencia social y alcanza para vaciar pueblos que terminan por ser fantasmagóricos tras una diáspora forzada.

Se invierte mucho tiempo de los actores políticos en las apuestas futuristas, la carrera por la nominación a la candidatura a la presidencia de la república se hace con mucha anticipación y se convierte en un gran distractor porque los problemas de fondo no se atienden, principalmente nos referimos a los que tienen vinculación con la inseguridad y su ola imparable.

La narrativa diaria da cuenta de auténticos dramas por doquier, las autoridades rebasadas, los discursos son los mismos de hace años y ya casi nadie los cree porque en el fondo resultan una manifestación incontrovertible de cinismo. Un verdadero Deja Vu.

Se ocupan nuevos planteamientos, proyectos y políticas públicas que confronten el tema de la inseguridad porque esa es una de las finalidades del estado que tiene en el derecho y la política a dos brazos fundamentales, la gravedad de la situación amerita otro enfoque en la materia para reportar resultados favorables a corto plazo.

La violencia no es ni será una manifestación normal, se trata de una tumoración en el cuerpo social, la justicia se aprecia como una quimera y todo ello es caldo de cultivo para el secuestro de la tranquilidad.

Resulta inaplazable el abordaje del tema de la inseguridad con una adecuada coordinación de los cuerpos policiales, no se trata de echar la bolita al invocar las jurisdicciones ni se debe tomar como pretexto la vinculación de gobiernos con asuntos partidistas porque el bien común es meta, motivo y causa última.

El tema de la seguridad debe ser tratado como una auténtica prioridad porque afecta a toda la sociedad, los asuntos de índole electoral tienen su lugar pero no pueden estar por encima del tratamiento de los problemas latentes, quienes desbocadamente pretenden desde ahora buscar ser abanderados por sus respectivos partidos políticos lo que hacen es mostrar el cobre de la frivolidad.

La pacificación del país es necesaria con dignidad y no con la resignación que deja la desesperanza, por ello los diferentes niveles de gobierno deben abordar el tema con altura, generosidad y sin mezquindad alguna.

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