La risa parece algo trivial, efímero y sin demasiado sentido, pero, de acuerdo con los especialistas, nunca es neutral, siempre esconde algún significado, es una emoción social. Algo que se nota más en estos tiempos en que hay huestes detectando cualquier signo de clasismo, racismo o cualquier acto discriminatorio
Winston Churchill solía decir que "una broma es una cosa muy seria". Sin embargo, al ser un impulso natural, casi proveniente del subconsciente según las teorías freudianas, la risa pasa muy pocas veces por un filtro previo: sucede y ya, sin importar de qué nos estamos burlando.
Desde hace al menos una década, se piensan más los chistes que contamos, desde aquellos que utilizan humor blanco hasta aquellos que denotan clasismo, racismo o cualquier acto discriminatorio, según dijeron humoristas y productores a la Organización Editorial Mexicana.
México es un país de comediantes donde el humor muchas veces es perseguido. Uno de los casos más ilustrativos de esa persecución es el de Jesús Martínez Palillo, el hombre que con su sátira política incomodó a toda una clase gobernante acostumbrada al silencio y la adulación. Con espectáculos como Agarren a López por pillo, La Corrupción S.A., El Maleficio es el PRI y Cuna de robos exponía los problemas sociales y provocaba la risa del pueblo.
Con sus sátiras, en las décadas de los 50 y 60, el actor se ganó el mote del “más buscado” en las oficinas de Ernesto P. Uruchurtu, el temido regente de la Ciudad de México. Por su humor intransigente con los abusos de la autoridad, Palillo pisó la cárcel en seis ocasiones y le clausuraron sus obras más de una decena de veces.
El Rey de la Carpa —como también era conocido— ejerció su comedia en los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Murió a los 81 años, en 1994, en el último sexenio del PRI tras más de 80 años de poder ininterrumpido.
México tampoco podría entenderse sin las risas que sacaron Los Polivoces, ese equipo de comediantes que hizo humor por y para el pueblo. Siguiendo los guiones de Mauricio Kleiff, quien conocía a la perfección la idiosincrasia del mexicano, crearon personajes basados en los estereotipos del pueblo: Agallón Mafafas, Andobas, Gordolfo Gelatino, El Washandwear y El Mostachón.
Y aunque hoy ese humor levanta polémica, Los Polivoces consiguieron “lo que ningún político en la historia de nuestro país: salvar a millones de mexicanos de la tristeza”, según escribió el periodista cultural Roberto Ponce en un artículo sobre Eduardo Manzano en la revista Proceso, hace un par de años.
Algo similar podría decirse sobre Chespirito, cuyos programas tuvieron los ratings más altos de la televisión mexicana por varias décadas. Sin embargo, con el paso de los años, su humor pasó por el bisturí y no acabó muy bien parado.
Según el sociólogo de la UNAM, Raúl Rojas Soriano, los chistes de Kiko sobre la pobreza, la burla hacia la obesidad de Ñoño o la estigmatización de mujeres como Doña Florida o La Bruja del 71 contribuyen al clasismo y al machismo del país.
¿De qué nos reímos?
Carlos Ballarta, uno de los standuperos más populares de México, asegura que “está bien decir: ya me reí, pero aguántame tantito, déjame pensar de qué me estoy riendo”.
Lo anterior bien podría aplicarse a cualquier tipo de contenido. Una caricatura, un chiste, un comentario, un libro, una película, un programa de televisión, un tuit. Hoy todo puede ser objeto de análisis, incluso cuando el creador de dicho contenido sólo quiera hacer reír, coinciden los entrevistados.
“(Pensar el humor) es un ejercicio que debe venir de ambos lados: tanto del creador como del público”, sostiene Ballarta, cuyas rutinas de stand up comedy están plagadas de burlas hacia temas como el aborto o la religión, aunque nunca ha tenido un problema de censura o autocensura.
“A mí no me afecta mucho la corrección política porque mi público suele ser bastante abierto y los espacios donde me muevo permiten que haga este tipo de humor. Siempre he tratado de dejar mi postura lo más clara posible sin dejarme llevar por arrebatos propios de una rebeldía infantiloide”, explica el comediante.
Para el humor, guardar ciertas formas también puede funcionar, como explica Faisy, conductor de Me caigo de risa. “En nuestro caso, lo menos es lo más, nos gusta lo inesperado, lo sorpresivo, lo original, lo real, somos partidarios de esos momentos que sólo se viven una vez, hay gags que nos llevan a situaciones, o a que alguien suelte una frase que ni él mismo esperaba, las reacciones que normalmente no tiene, el mostrarnos vulnerables y compartirlo, creo que es lo que ha hecho que conectemos”.
Faisy, también actor que recientemente formó parte del elenco de la obra Toc Toc, agrega que para hacer un programa como Me caigo de risa, “la herramienta somos nosotros mismos, no es un personaje, no es un guion, es la forma de interactuar, yo puedo interactuar con alguien ofendiéndolo y burlándome de él, o puedo interactuar ofendiéndonos y divirtiéndonos, tiene que haber una comunión de ida y vuelta. No tengo nada en contra de las malas palabras, soy de León Guanajuato, las escucho desde chiquito, pero no son las palabras, creo que tiene que ver más con la forma, lo que respetamos mucho es que no jugamos a partir de alguien, jugamos con alguien, entre nosotros, nunca buscando molestar ni afectar a nadie”.
Hay personajes —en la ficción y en la vida real— que recientemente han sido criticados, censurados o cancelados porque su humor, dicen, atenta contra la integridad de las personas o fomenta comportamientos nocivos.
Quizás el ejemplo más reciente sea Brozo, el payaso interpretado por el periodista Víctor Trujillo, a quien se le ha tildado de “misógino” por haber reproducido “actitudes machistas” durante muchos años en sus noticieros, en los que aparecían mujeres en bikini como mero objeto sexual, según han denunciado movimientos feministas.
Para Carlos Ballarta, el humor debe ser el domicilio de la libertad, sobre todo cuando las alas más conservadoras de la sociedad desean imponer sus reglas sobre ciertos temas. Pero también, dice, se debe ser especialmente cuidadoso a la hora de hacer comedia, ya que muchos de los comentarios que él realiza en sus shows son improvisados. “Si el comentario (políticamente incorrecto) sale natural, está bien, no le veo problema, pero que el clasismo o el sexismo forme parte de tu discurso integral o de tu agenda como comediante, eso tampoco”.
La risa que duele
El poeta francés Charles Baudelaire tenía una postura peculiar sobre la risa: “Dios no ha puesto en la boca del hombre los dientes del león, porque el hombre muerde con la risa”.
Esta opinión concuerda con el estudio realizado en 2015 por la neurocientífica británica Sophie Scott en el Instituto de Neurociencias Cognitivas del University College de Londres, el cual arrojó que la risa involuntaria —esa que se presenta muchas veces antes del arrepentimiento o que sucede sin mayor entendimiento de qué nos estamos riendo— es la más reveladora, ya que es cuando en el cerebro se registran con mayor intensidad sentimientos como el miedo, la ira, la sorpresa, el disgusto, la pena o la felicidad.
“La risa parece algo trivial, efímero y sin demasiado sentido, pero nunca es neutral, siempre esconde algún significado, es una emoción social”, explica Scott en su famosa Ted Talk, Why we laugh?, que ha sido vista por más de tres millones de personas.
El sociólogo estadounidense Jeremy Rifkin considera que, nunca antes el ser humano había tenido acceso a tantos contenidos y a tantas experiencias. La comedia no es la excepción. Lo tienen muy claro Raúl Campos y Félix de Valdivia, los dos humoristas mexicanos que más comedia han escrito y producido para plataformas como Netflix, YouTube Originals, Amazon Prime Video y Spotify, en las que el stand up se ha vuelto un negocio bastante rentable. Hace un par de años, Netflix anunció que invertiría más de 200 millones de dólares en producciones originales de México. Varias de ellas eran shows de stand up.
“La libertad de expresión está en su máximo nivel. Hoy puedes decir cosas que antes no, y con una audiencia numerosa. Por eso hoy escuchamos toda clase de chistes y contenidos”, dice Campos. “Pero esto a su vez ha provocado el linchamiento hacia los comediantes, sobre todo en redes sociales, donde cada comediante tiene su tribu que lo ataca y su tribu que lo defiende”.
México hoy atraviesa por un panorama de tensiones sociales, económicas y políticas que impiden que el humor deje de ser percibido como ese espacio inocente donde nada pasa. Comenta De Valdivia: “En este contexto, es natural que se abra una conversación sobre de qué nos reímos y de qué no nos reímos, pero sobre todo por qué nos estamos o por qué no nos estamos riendo de ciertos temas. Estas preguntas son muy importantes para crecer como sociedad y como escena cómica”.
No son pocos los que hoy se cuestionan el tipo de humor que hacen los comediantes mexicanos. La standupera Sofía Niño de Rivera —hija de Luis Niño de Rivera, magnate y actual presidente de la Asociación de Bancos de México—ha sido duramente criticada por sus chistes que, dicen, abonan a la discriminación de grupos vulnerables.
Escribe Gabriela Castillo en Plumas Atómicas: “En México, los comediantes prefieren burlarse de los pobres que de los ricos, de los gays que de los heterosexuales. Les parece más fácil burlarse del que está abajo que del que está arriba, a diferencia de la comedia gringa que es, ante todo, crítica política. El caso más reciente es el nuevo show de Sofía Niño de Rivera, donde incluso se burla de aquellas que las defendieron cuando denunció acoso: las feministas”.
De Valdivia —quien ha llevado el género de la comedia a programas de televisión, podcasts, stand up, series y todo tipo de plataformas— sabe que el humor nunca ha sido ni será hegemónico, aunque admite que hoy existe mayor apertura para que cada público tenga a su humorista preferido, aunque éste sólo atraiga a nichos de 50 o 100 personas.
El productor cree que actualmente hay una sensibilidad especial por lo políticamente correcto debido a los grandes movimientos o cambios de paradigmas que ha habido en los últimos años, como el feminismo o el crecimiento de la desigualdad social.
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“Han sido tiempos horribles. Estamos encerrados y allá afuera hay tensiones de todo tipo. El trabajo del comediante es identificar esas tragedias y tensiones que definen a una sociedad y picar el botón del humor para liberar esa tensión. Nosotros (Raúl Campos y yo) no tenemos miedo de ser políticamente incorrectos porque muchas veces el trabajo es ese, ser políticamente incorrecto, pero hacerlo bien”, afirma De Valdivia.
“Porque si el humor se ha vuelto algo o se tiene que volver en algo, es en libre”, añade Campos.