/ sábado 21 de noviembre de 2020

[Crónica] La Burbuja: última parada antes de ir al purgatorio

Por el día es la “Cueva de Chucho”, restaurante que casi se disfraza como familiar; en las noches, vive una metamorfosis y al desenmascararse se muestra como es

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex). - Es el escaño más bajo del infierno. Cuando la madrugada te asalta, es fácil ser tentado y acceder a tomarte una cerveza con el diablo. En este lugar, cualquier martes es fin de semana y mientras el sol no asome, el tiempo humano se reduce a la nada.

Por el día es la “Cueva de Chucho”, restaurante que casi se disfraza como familiar; en las noches, vive una metamorfosis y al desenmascararse se muestra como es: la Burbuja. Nada de clases sociales, apariencias, sectas o religión. Caben todos y para todos hay.

Es el rincón desesperado y la salvación cuando los bares cierran, es la frontera en la que los horarios de reglamento municipal no tienen peso. Pero también es el espacio indicado para aquellos marginados que buscan cruzar miradas, lograr contactar con alguien, hacer clic con una sola palabra y que la noche haga lo suyo.

En la rockola lo mismo suena American Idiot de Green Day que las más dolorosas y castigadoras canciones de José José. Esta dinámica multicultural de la música se termina cuando aparece Kassandra, la cantante y bailarina trans que se apodera del soundtrack de la bohemia y de la pista.

Foto: Carmen Hernández | El Sol de Morelia

“Apúrale, pon algo antes de que llegue” es común escuchar y meter monedas de forma apresurada, aunque se trata de un acto riesgoso, pues la rockola falla de vez en vez y no te regala ni una sola canción y mucho menos te regresa el dinero.

Cuando aparece Kassandra, vuelve la música disco. Con pasos sensuales y una coreografía perfectamente ensayada, recorre cada una de las mesas. Canta y lanza miradas a los presentes, quienes le devuelven gestos borrosos cortesía del alcohol.

Puede interesarte: Crónica: un mes con las vías tomadas

Lo de ella no es por dinero. Si es su noche, será ovacionada en una ola de aplausos y con sonrisa de por medio, palmará el efímero éxito. Pero si la cosa no anda, es ignorada olímpicamente, mientras finge no importarle.

Foto: Carmen Hernández | El Sol de Morelia

Aventurarse en la Burbuja es obtener el pase directo a un desenlace que no te será indiferente. En esta cueva tambaleas entre lo anecdótico y la tragedia. Por sus mesas han pasado historias de amor de una noche, sexo y fiestas que se resguardaron en afters interminables; pero están los que perdieron su quincena, su celular y hasta la dignidad que se da de golpes en una terrible cruda moral.

Decía el escritor y periodista argentino, Enrique Symns, que el bar es “la última oferta de la eternidad, la última oferta que queda de la libertad, del peligro a que pierdas a tu novia, a que te enojes con tu amigo... a que aparezcan personas desconocidas”. Mucho de esto tiene la Burbuja.

Aunque hay aferrados a las jarras de cerveza oscura y a una historia más, el Dios Sol no perdona. La rockola es silenciada y el personal de limpieza comienza a levantar las sillas para dar paso a lo que de antemano ya sabes, pero no quieres aceptar: “Les pedimos que ya se retiren”. El infierno también tiene límites.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex). - Es el escaño más bajo del infierno. Cuando la madrugada te asalta, es fácil ser tentado y acceder a tomarte una cerveza con el diablo. En este lugar, cualquier martes es fin de semana y mientras el sol no asome, el tiempo humano se reduce a la nada.

Por el día es la “Cueva de Chucho”, restaurante que casi se disfraza como familiar; en las noches, vive una metamorfosis y al desenmascararse se muestra como es: la Burbuja. Nada de clases sociales, apariencias, sectas o religión. Caben todos y para todos hay.

Es el rincón desesperado y la salvación cuando los bares cierran, es la frontera en la que los horarios de reglamento municipal no tienen peso. Pero también es el espacio indicado para aquellos marginados que buscan cruzar miradas, lograr contactar con alguien, hacer clic con una sola palabra y que la noche haga lo suyo.

En la rockola lo mismo suena American Idiot de Green Day que las más dolorosas y castigadoras canciones de José José. Esta dinámica multicultural de la música se termina cuando aparece Kassandra, la cantante y bailarina trans que se apodera del soundtrack de la bohemia y de la pista.

Foto: Carmen Hernández | El Sol de Morelia

“Apúrale, pon algo antes de que llegue” es común escuchar y meter monedas de forma apresurada, aunque se trata de un acto riesgoso, pues la rockola falla de vez en vez y no te regala ni una sola canción y mucho menos te regresa el dinero.

Cuando aparece Kassandra, vuelve la música disco. Con pasos sensuales y una coreografía perfectamente ensayada, recorre cada una de las mesas. Canta y lanza miradas a los presentes, quienes le devuelven gestos borrosos cortesía del alcohol.

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Lo de ella no es por dinero. Si es su noche, será ovacionada en una ola de aplausos y con sonrisa de por medio, palmará el efímero éxito. Pero si la cosa no anda, es ignorada olímpicamente, mientras finge no importarle.

Foto: Carmen Hernández | El Sol de Morelia

Aventurarse en la Burbuja es obtener el pase directo a un desenlace que no te será indiferente. En esta cueva tambaleas entre lo anecdótico y la tragedia. Por sus mesas han pasado historias de amor de una noche, sexo y fiestas que se resguardaron en afters interminables; pero están los que perdieron su quincena, su celular y hasta la dignidad que se da de golpes en una terrible cruda moral.

Decía el escritor y periodista argentino, Enrique Symns, que el bar es “la última oferta de la eternidad, la última oferta que queda de la libertad, del peligro a que pierdas a tu novia, a que te enojes con tu amigo... a que aparezcan personas desconocidas”. Mucho de esto tiene la Burbuja.

Aunque hay aferrados a las jarras de cerveza oscura y a una historia más, el Dios Sol no perdona. La rockola es silenciada y el personal de limpieza comienza a levantar las sillas para dar paso a lo que de antemano ya sabes, pero no quieres aceptar: “Les pedimos que ya se retiren”. El infierno también tiene límites.

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