/ domingo 16 de febrero de 2020

Cumbia, danzón y amor reviven al corazón

Los jueves en la Plaza de San Agustín se han convertido en una pista donde decenas de parejas se mueven al compás de lo mejor de la música de antaño

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Una voz imponente anuncia que se abre el baile de salón. La gente se emociona ante el llamado, pero previo a que los monitores hagan lo suyo, hay una sorpresa. “Ahora también estaremos los martes de 6 a 9 de la noche”, dice la voz y la plaza de San Agustín se le rinde en aplausos y alaridos.

Ahora sí, la Sonora Matancera retumba de lado a lado y las parejas bailan como si fuera la última pieza de la noche. “Lola, ay Lolita Lola, conmigo vas a acabar” dice la letra y los pasos van de un lado a otro. Algunos se mueven como si a ello se dedicaran, otros lo hacen de forma descoordinada y sin sentido, mientras que los más tímidos solo se dedican a mirar desde los rincones.

“Lola, con tu indiferencia, a mi corazón lo vas a matar”. Va media canción y hay quien se anima a bailar sin pareja. Con un trago sospechoso, recorre la plaza al ritmo de la música mientras es admirado por los que no se atreven. Gira y gira, inventa pasos, se tira al suelo y brinca. Nada. No logra hallar compañera para esta cumbia.

Foto: Mariana Luna | El Sol de Morelia

Cuenta Armando López Llanderal que el proyecto de los bailes de salón en San Agustín se retomó hace aproximadamente 8 meses. Tras una sequía de un año en el que la plaza se quedó sin música, decidieron acudir al Ayuntamiento de Morelia para solicitar la respectiva autorización.

La idea nació de su abuelo, el “Wero”, dueño de la tienda de abarrotes que lleva establecida más de 40 años en la calle Abasolo. A Armando le pareció una buena idea, dice que era una manera de mantener activos a los adultos mayores y al mismo tiempo se le daba vida al barrio.

Con sonido y equipo propio, Armando no cobra un salario fijo, solamente coloca una alcancía en forma de puerco y pide cooperación voluntaria. Dice que de 7:30 a 9:00 de la noche es el lapso más fuerte del baile, “es cuando las cumbias suenan a todo lo que da”.

Luego de varios jueves en San Agustín, presume que ha aprendido a identificar a sus bailadores de planta. Asegura que son por lo menos 60 personas las que nunca faltan a la cita. Bailan desde el primer danzón y hasta la última cumbia.

Foto: Mariana Luna |El Sol de Morelia

“Un, dos, tres va…”

José Luis Martínez y María Leonor Carrillo solo se detienen para darle un trago a la Coca-Cola. Hacen la diferencia, se entienden en cada movimiento y no dejan pasar una sola canción. Es química pura en la pista.

Las parejas de alrededor solamente observan y poco les falta para aplaudir. “Han de llevar toda la vida bailando”, seguramente piensa más de uno. Pero la realidad es que no. Relata José Luis que a lo mucho suman 6 meses como compañeros de baile, aunque admite que sí hubo un acoplamiento casi inmediato.

Comerciante y oriundo del Estado de México, José Luis aprendió a bailar desde niño, en el barrio. Comparte que lo mismo se mueve con los ritmos prehispánicos que con la música moderna “donde solo se dan brincos”.

Pero todo se trata de un “relax”, de darse tiempo para uno mismo. Lejos de los halagos que puedan recibir, explica que no le interesa la competencia, sino simplemente divertirse. “Cuando aprendes a vivir la vida, que ya te pasaron cosas fuertes pues, aprendes a disfrutar y a revalorar el tiempo que te queda”.

Foto: Mariana Luna |El Sol de Morelia

María Leonor es más callada, lo suyo es hablar con los pies y al ritmo de la música. Comparte que por nada del mundo se pierde los jueves de baile de salón. Su especialidad: la cumbia. Pero aclara que también le hace al danzón.

En un inicio, José Luis y María Leonor tenían parejas de baile distintas. Compartían los jueves, pero no los pasos. Hasta que un buen día, se quedaron solos en la pista y fue cuando ahí se encontraron. La música tiene un plan.

“Si falta el baile, nos venimos para abajo los viejitos”

Abren pista con elegancia, como se hacía en la época de oro. Leonardo Pared toma de la mano a su esposa Graciela Estrada y dan cátedra, como cada jueves. Él viste al estilo Tin-Tan: saco largo, pantalón holgado, sombrero tipo italiano y zapatos bicolor blanco y negro.

Bailan a la luz del templo de San Agustín, bailan como desde hace 55 años, cuando decidieron casarse. Criados en un vecindario de la ciudad, el baile los conectó y de los pasos nació el amor. Graciela tenía apenas 13 años y Leonardo 18, pero qué importaba la distancia cuando había música de por medio.

Foto: Mariana Luna | El Sol de Morelia

“Estos bailes son una delicia, nos mantiene jóvenes, agiles, es una sanación, se siente como si uno hiciera ejercicio, pero no solo en lo físico, sino también en lo espiritual… si nos faltara esto, nos venimos para abajo los viejitos” describe con cierta preocupación Graciela.

Y es que de un tiempo para acá, alerta que los espacios para el baile de salón se han venido reduciendo en Morelia. Hace 15 años, precisa que fue el mismo San Agustín que albergó la música y el baile, posteriormente se trasladaron a la plaza José María Morelos, donde cuenta Graciela que hasta orquesta y templetes había.

Luego vino una decaída y los danzones que suenan por Morelia cada vez son más intermitentes. “Ha venido a menos porque ya no hay presupuesto para nosotros los abuelitos”. Inclusive, el estilo pachuco se ha ido olvidando, lamenta Leonardo, quien dice no entender cómo se puede ir a bailar con tenis.

Foto: Mariana Luna | El Sol de Morelia

En los bailes de salón se han formado parejas, se han mirado viudos y divorciados para darse una segunda oportunidad. A Graciela y Leonardo la música los ha salvado como matrimonio. En los momentos de mayor crisis, siempre bailando han encontrado la respuesta, la unión que necesitaban.

Todo radica en la ilusión, confiesa Graciela. Cuenta que cada jueves es la emoción de imaginar y planear cómo se arreglarán, qué ropa usarán, cómo sorprenderán a su pareja. “El baile es nuestra vida” se repite una y otra vez.

La pareja no desprecia una sola canción, pero si les hacen sonar “Cómo han pasado los años” de Rafael Ferro, el baile se convierte en otra cosa. Es su pieza favorita, la de toda la vida. La han bailado desde que se conocieron en aquel vecindario siendo casi unos niños, cuando formaron una familia de cuatro hijos y ahora lo hacen cada jueves en San Agustín. Y es que en cualquier lugar donde suene la música, sin importar la pista, dicen que lo único seguro es que uno va terminar por encontrarse con el amor.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Una voz imponente anuncia que se abre el baile de salón. La gente se emociona ante el llamado, pero previo a que los monitores hagan lo suyo, hay una sorpresa. “Ahora también estaremos los martes de 6 a 9 de la noche”, dice la voz y la plaza de San Agustín se le rinde en aplausos y alaridos.

Ahora sí, la Sonora Matancera retumba de lado a lado y las parejas bailan como si fuera la última pieza de la noche. “Lola, ay Lolita Lola, conmigo vas a acabar” dice la letra y los pasos van de un lado a otro. Algunos se mueven como si a ello se dedicaran, otros lo hacen de forma descoordinada y sin sentido, mientras que los más tímidos solo se dedican a mirar desde los rincones.

“Lola, con tu indiferencia, a mi corazón lo vas a matar”. Va media canción y hay quien se anima a bailar sin pareja. Con un trago sospechoso, recorre la plaza al ritmo de la música mientras es admirado por los que no se atreven. Gira y gira, inventa pasos, se tira al suelo y brinca. Nada. No logra hallar compañera para esta cumbia.

Foto: Mariana Luna | El Sol de Morelia

Cuenta Armando López Llanderal que el proyecto de los bailes de salón en San Agustín se retomó hace aproximadamente 8 meses. Tras una sequía de un año en el que la plaza se quedó sin música, decidieron acudir al Ayuntamiento de Morelia para solicitar la respectiva autorización.

La idea nació de su abuelo, el “Wero”, dueño de la tienda de abarrotes que lleva establecida más de 40 años en la calle Abasolo. A Armando le pareció una buena idea, dice que era una manera de mantener activos a los adultos mayores y al mismo tiempo se le daba vida al barrio.

Con sonido y equipo propio, Armando no cobra un salario fijo, solamente coloca una alcancía en forma de puerco y pide cooperación voluntaria. Dice que de 7:30 a 9:00 de la noche es el lapso más fuerte del baile, “es cuando las cumbias suenan a todo lo que da”.

Luego de varios jueves en San Agustín, presume que ha aprendido a identificar a sus bailadores de planta. Asegura que son por lo menos 60 personas las que nunca faltan a la cita. Bailan desde el primer danzón y hasta la última cumbia.

Foto: Mariana Luna |El Sol de Morelia

“Un, dos, tres va…”

José Luis Martínez y María Leonor Carrillo solo se detienen para darle un trago a la Coca-Cola. Hacen la diferencia, se entienden en cada movimiento y no dejan pasar una sola canción. Es química pura en la pista.

Las parejas de alrededor solamente observan y poco les falta para aplaudir. “Han de llevar toda la vida bailando”, seguramente piensa más de uno. Pero la realidad es que no. Relata José Luis que a lo mucho suman 6 meses como compañeros de baile, aunque admite que sí hubo un acoplamiento casi inmediato.

Comerciante y oriundo del Estado de México, José Luis aprendió a bailar desde niño, en el barrio. Comparte que lo mismo se mueve con los ritmos prehispánicos que con la música moderna “donde solo se dan brincos”.

Pero todo se trata de un “relax”, de darse tiempo para uno mismo. Lejos de los halagos que puedan recibir, explica que no le interesa la competencia, sino simplemente divertirse. “Cuando aprendes a vivir la vida, que ya te pasaron cosas fuertes pues, aprendes a disfrutar y a revalorar el tiempo que te queda”.

Foto: Mariana Luna |El Sol de Morelia

María Leonor es más callada, lo suyo es hablar con los pies y al ritmo de la música. Comparte que por nada del mundo se pierde los jueves de baile de salón. Su especialidad: la cumbia. Pero aclara que también le hace al danzón.

En un inicio, José Luis y María Leonor tenían parejas de baile distintas. Compartían los jueves, pero no los pasos. Hasta que un buen día, se quedaron solos en la pista y fue cuando ahí se encontraron. La música tiene un plan.

“Si falta el baile, nos venimos para abajo los viejitos”

Abren pista con elegancia, como se hacía en la época de oro. Leonardo Pared toma de la mano a su esposa Graciela Estrada y dan cátedra, como cada jueves. Él viste al estilo Tin-Tan: saco largo, pantalón holgado, sombrero tipo italiano y zapatos bicolor blanco y negro.

Bailan a la luz del templo de San Agustín, bailan como desde hace 55 años, cuando decidieron casarse. Criados en un vecindario de la ciudad, el baile los conectó y de los pasos nació el amor. Graciela tenía apenas 13 años y Leonardo 18, pero qué importaba la distancia cuando había música de por medio.

Foto: Mariana Luna | El Sol de Morelia

“Estos bailes son una delicia, nos mantiene jóvenes, agiles, es una sanación, se siente como si uno hiciera ejercicio, pero no solo en lo físico, sino también en lo espiritual… si nos faltara esto, nos venimos para abajo los viejitos” describe con cierta preocupación Graciela.

Y es que de un tiempo para acá, alerta que los espacios para el baile de salón se han venido reduciendo en Morelia. Hace 15 años, precisa que fue el mismo San Agustín que albergó la música y el baile, posteriormente se trasladaron a la plaza José María Morelos, donde cuenta Graciela que hasta orquesta y templetes había.

Luego vino una decaída y los danzones que suenan por Morelia cada vez son más intermitentes. “Ha venido a menos porque ya no hay presupuesto para nosotros los abuelitos”. Inclusive, el estilo pachuco se ha ido olvidando, lamenta Leonardo, quien dice no entender cómo se puede ir a bailar con tenis.

Foto: Mariana Luna | El Sol de Morelia

En los bailes de salón se han formado parejas, se han mirado viudos y divorciados para darse una segunda oportunidad. A Graciela y Leonardo la música los ha salvado como matrimonio. En los momentos de mayor crisis, siempre bailando han encontrado la respuesta, la unión que necesitaban.

Todo radica en la ilusión, confiesa Graciela. Cuenta que cada jueves es la emoción de imaginar y planear cómo se arreglarán, qué ropa usarán, cómo sorprenderán a su pareja. “El baile es nuestra vida” se repite una y otra vez.

La pareja no desprecia una sola canción, pero si les hacen sonar “Cómo han pasado los años” de Rafael Ferro, el baile se convierte en otra cosa. Es su pieza favorita, la de toda la vida. La han bailado desde que se conocieron en aquel vecindario siendo casi unos niños, cuando formaron una familia de cuatro hijos y ahora lo hacen cada jueves en San Agustín. Y es que en cualquier lugar donde suene la música, sin importar la pista, dicen que lo único seguro es que uno va terminar por encontrarse con el amor.

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