/ sábado 13 de marzo de 2021

En busca del Tata Vasco: crónica urbana de Quiroga

A las afueras del templo de San Diego de Alcalá, ubicado en el municipio, la señora afirmó que el español fue un obispo bueno que ayudó a los indígenas

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Apenas da un paso hacia el interior del templo y comienza a cantar en tonos tan elevados como desafinados: “¡Alabaré, alabaré, alabaré!”. Mientras la señora recorre los pasillos con los coros eclesiásticos, en un costado una mujer llora sobre la tumba de cristal que contiene un Cristo de cerámica. Por cada milagro que le implora, deposita un billete.

En una esquina, ya muy cerca del presbiterio, se encuentra un altar dedicado a Vasco de Quiroga. Velas, muchas velas, rosarios, flores y un cuadro enorme en el que figura su rostro con pintura de óleo. Frente a él, en la parte más alta del recinto, se lee: “No ha hecho cosa igual con ningún pueblo”.

A las afueras del templo de San Diego de Alcalá, ubicado en el municipio de Quiroga, la señora María Teresa Barriga Tovar dice que sí, que Don Vasco de Quiroga fue un obispo bueno que ayudó a los indígenas, que gracias a él se perfeccionó la elaboración de ollas y otras piezas.

A unos metros más adelante, en el mercado de artesanías, Joaquín Chávez apela a los libros de historia: “Ahí dice que fue un benefactor de los indígenas, es en lo que se basa uno, nosotros crecimos con eso; pero la realidad es que es en Santa Fe de la Laguna donde pueden decir más, ya que aquí es muy superficial lo que hizo”.

Está en su estudio, en un cuatro por cuatro atiborrado de libros y documentos amarillos. El espacio desprende las clásicas moléculas aromáticas parecidas a la vainilla, a todo lo viejo y placentero. Antes de comenzar a grabar, me explica que es un tema delicado. Se llama Rubén Aguilar Calderón. Ochenta años. Cronista involuntario de Quiroga.

Aparece sobre su sofá con lentes que reafirman su gusto por la lectura desde tiempos imprecisos, usa una chamarra café que combina con sus libreros, sonríe con tal naturalidad que pone a dudar sobre su edad. Insiste: es un tema delicado por la religiosidad de la figura.

“En la religión tiene un impacto muy aceptable por todos los habitantes de aquí de Quiroga y sus alrededores, dejó buenos antecedentes porque siempre se preocupó por combatir la pobreza y el maltrato hacia los indios, sobre todo la esclavitud”.

Pero el nombre del municipio es engañoso. Con franqueza, admite que de todas las localidades donde trabajó el obispo español, seguramente fue esta zona geográfica la que menor interés le provocó, a excepción de Santa Fe de la Laguna, la comunidad predilecta del Tata Vasco.

Inclusive, el cronista y autor del libro Quiroga, fragmentos de su historia, relata que el cambio de nombre de San Diego Cocupao a Quiroga no se dio en honor al personaje, sino a un favor personal solicitado por el entonces gobernador de Michoacán, Melchor Ocampo.

“Una comisión que se organizó en el barrio bajo de Quiroga, fue en 1852 a hablar con el gobernador para pedirle que al pueblo se le elevara a la categoría de Villa con el nombre de Ocampo; pero el gobernador se resistió al argumentar que no merecía ese honor y en cambio, les solicitó que en honor a Don Vasco de Quiroga, la localidad pasara de Cocupao a la actual Quiroga”.

Para Rubén, más allá de la labor del clérigo, se dice sorprendido de la capacidad que tuvo para adaptar su vida, algo que él llama “ser una persona muy virtuosa en el sentido moral”. No se explica cómo un abogado como él, que sirvió a gentes importantes de España, pasó a ser obispo gracias a una fortaleza espiritual y al tacto, ese cambio demasiado brusco al que no estaba acostumbrado.

Vuelve a lo delicado. Se niega a opinar sobre el proceso de beatificación en el que se encuentra Vasco de Quiroga. “Es un control interno de la Iglesia que yo ni siquiera entendería… eso se juega en otra cancha”.

El Tata Vasco aparece mirando con compasión a un indígena arrodillado. Trata de abrazarlo, de levantarlo, pero la estatua creada por Ernesto Tamariz Galicia e instalada en la plaza Madrigal de las Altas Torres en el año de 1950 deja el misterio sobre el aire.

El regidor del Ayuntamiento de Quiroga e historiador, Fernando Velázquez Farías, observa la obra y argumenta que se trata de un trabajo distinto a todos los que hay en Michoacán. Sin afán de competir, explica que en los otros monumentos el obispo siempre lleva consigo el báculo, lo que desde su percepción, es una señal de autoridad.

En torno a la figura de Vasco de Quiroga rondan dos mitos: que realmente no enseñó artes y oficios a los indígenas; y que no fue el protector que tanto se cree. Respecto al primer punto, el historiador desglosa que las investigaciones permiten afirmar que efectivamente no es del todo cierto, ya que desde antes de la Conquista, los purépechas eran conocidos por ser grandes maestros artesanos y prueba de ello, son las piezas prehispánicas de cerámica y alfarería que se exhiben en los museos

“Sobre lo que se sabe de su formación, es que él desde que estaba en Madrigal de las Altas Torres hizo votos de pobreza, castidad y humildad; es decir, cuando llegó a la Nueva España lo hizo con una mentalidad humanista que ya tenía fuerza en Europa en aquel momento entre los intelectuales y que él reafirmó primero en África y después en Michoacán”.

A Fernando le cuesta trabajo admitir los señalamientos de explotación y abusos en contra de los indígenas que recaen sobre Vasco de Quiroga. Sin mencionar directamente la palabra esclavitud, contrargumenta que a este personaje se le debe enmarcar dentro del contexto histórico, por lo que sería un error juzgarlo con la mirada del presente, “se hace necesario ubicarnos en el tiempo donde él se desarrolló y desenvolvió”.

También hay otra idea que ronda por Quiroga y sus alrededores, un pensamiento que parece tan peligroso que no se puede decir, pero que ahí está entre los habitantes del municipio. Esa atrevida posibilidad que iría en contra de una beatificación, la de creer que Vasco de Quiroga era un humano y nada más.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Apenas da un paso hacia el interior del templo y comienza a cantar en tonos tan elevados como desafinados: “¡Alabaré, alabaré, alabaré!”. Mientras la señora recorre los pasillos con los coros eclesiásticos, en un costado una mujer llora sobre la tumba de cristal que contiene un Cristo de cerámica. Por cada milagro que le implora, deposita un billete.

En una esquina, ya muy cerca del presbiterio, se encuentra un altar dedicado a Vasco de Quiroga. Velas, muchas velas, rosarios, flores y un cuadro enorme en el que figura su rostro con pintura de óleo. Frente a él, en la parte más alta del recinto, se lee: “No ha hecho cosa igual con ningún pueblo”.

A las afueras del templo de San Diego de Alcalá, ubicado en el municipio de Quiroga, la señora María Teresa Barriga Tovar dice que sí, que Don Vasco de Quiroga fue un obispo bueno que ayudó a los indígenas, que gracias a él se perfeccionó la elaboración de ollas y otras piezas.

A unos metros más adelante, en el mercado de artesanías, Joaquín Chávez apela a los libros de historia: “Ahí dice que fue un benefactor de los indígenas, es en lo que se basa uno, nosotros crecimos con eso; pero la realidad es que es en Santa Fe de la Laguna donde pueden decir más, ya que aquí es muy superficial lo que hizo”.

Está en su estudio, en un cuatro por cuatro atiborrado de libros y documentos amarillos. El espacio desprende las clásicas moléculas aromáticas parecidas a la vainilla, a todo lo viejo y placentero. Antes de comenzar a grabar, me explica que es un tema delicado. Se llama Rubén Aguilar Calderón. Ochenta años. Cronista involuntario de Quiroga.

Aparece sobre su sofá con lentes que reafirman su gusto por la lectura desde tiempos imprecisos, usa una chamarra café que combina con sus libreros, sonríe con tal naturalidad que pone a dudar sobre su edad. Insiste: es un tema delicado por la religiosidad de la figura.

“En la religión tiene un impacto muy aceptable por todos los habitantes de aquí de Quiroga y sus alrededores, dejó buenos antecedentes porque siempre se preocupó por combatir la pobreza y el maltrato hacia los indios, sobre todo la esclavitud”.

Pero el nombre del municipio es engañoso. Con franqueza, admite que de todas las localidades donde trabajó el obispo español, seguramente fue esta zona geográfica la que menor interés le provocó, a excepción de Santa Fe de la Laguna, la comunidad predilecta del Tata Vasco.

Inclusive, el cronista y autor del libro Quiroga, fragmentos de su historia, relata que el cambio de nombre de San Diego Cocupao a Quiroga no se dio en honor al personaje, sino a un favor personal solicitado por el entonces gobernador de Michoacán, Melchor Ocampo.

“Una comisión que se organizó en el barrio bajo de Quiroga, fue en 1852 a hablar con el gobernador para pedirle que al pueblo se le elevara a la categoría de Villa con el nombre de Ocampo; pero el gobernador se resistió al argumentar que no merecía ese honor y en cambio, les solicitó que en honor a Don Vasco de Quiroga, la localidad pasara de Cocupao a la actual Quiroga”.

Para Rubén, más allá de la labor del clérigo, se dice sorprendido de la capacidad que tuvo para adaptar su vida, algo que él llama “ser una persona muy virtuosa en el sentido moral”. No se explica cómo un abogado como él, que sirvió a gentes importantes de España, pasó a ser obispo gracias a una fortaleza espiritual y al tacto, ese cambio demasiado brusco al que no estaba acostumbrado.

Vuelve a lo delicado. Se niega a opinar sobre el proceso de beatificación en el que se encuentra Vasco de Quiroga. “Es un control interno de la Iglesia que yo ni siquiera entendería… eso se juega en otra cancha”.

El Tata Vasco aparece mirando con compasión a un indígena arrodillado. Trata de abrazarlo, de levantarlo, pero la estatua creada por Ernesto Tamariz Galicia e instalada en la plaza Madrigal de las Altas Torres en el año de 1950 deja el misterio sobre el aire.

El regidor del Ayuntamiento de Quiroga e historiador, Fernando Velázquez Farías, observa la obra y argumenta que se trata de un trabajo distinto a todos los que hay en Michoacán. Sin afán de competir, explica que en los otros monumentos el obispo siempre lleva consigo el báculo, lo que desde su percepción, es una señal de autoridad.

En torno a la figura de Vasco de Quiroga rondan dos mitos: que realmente no enseñó artes y oficios a los indígenas; y que no fue el protector que tanto se cree. Respecto al primer punto, el historiador desglosa que las investigaciones permiten afirmar que efectivamente no es del todo cierto, ya que desde antes de la Conquista, los purépechas eran conocidos por ser grandes maestros artesanos y prueba de ello, son las piezas prehispánicas de cerámica y alfarería que se exhiben en los museos

“Sobre lo que se sabe de su formación, es que él desde que estaba en Madrigal de las Altas Torres hizo votos de pobreza, castidad y humildad; es decir, cuando llegó a la Nueva España lo hizo con una mentalidad humanista que ya tenía fuerza en Europa en aquel momento entre los intelectuales y que él reafirmó primero en África y después en Michoacán”.

A Fernando le cuesta trabajo admitir los señalamientos de explotación y abusos en contra de los indígenas que recaen sobre Vasco de Quiroga. Sin mencionar directamente la palabra esclavitud, contrargumenta que a este personaje se le debe enmarcar dentro del contexto histórico, por lo que sería un error juzgarlo con la mirada del presente, “se hace necesario ubicarnos en el tiempo donde él se desarrolló y desenvolvió”.

También hay otra idea que ronda por Quiroga y sus alrededores, un pensamiento que parece tan peligroso que no se puede decir, pero que ahí está entre los habitantes del municipio. Esa atrevida posibilidad que iría en contra de una beatificación, la de creer que Vasco de Quiroga era un humano y nada más.

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