/ sábado 29 de febrero de 2020

Toritos de petate: tradición con muchas influencias

Uno de los libros más citados es el escrito por Jorge Amós Martínez Ayala, donde se desmitifica que el rito fue traído por los españoles durante la época de Conquista

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Es poca la literatura y escasas las publicaciones bien documentadas que existen alrededor del torito de petate, esa tradición michoacana que vemos año con año previo a la Cuaresma y en plena época de carnavales. Uno de los libros más citados es el escrito por Jorge Amós Martínez Ayala, ¡Epa! Toro prieto. Los toritos de petate. Una tradición de origen africano traída a Valladolid por los esclavos de lengua Bantú en el siglo XVII, donde se desmitifican ideas que habían sido arraigadas, como que el rito fue traído por los españoles durante la época de Conquista.

A la publicación ahora se suma un material audiovisual: Ecos del Torito de Petate en Cuitzeo, en el que varios expertos dan su opinión respecto a una danza que ha ido cambiando con el paso de los años, tornándose incluso violenta en ciertos barrios de Morelia.

No se sabe con certeza el origen de la danza con toros, dice en ese documental Leonardo Ramos Pintor, gestor cultural del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Cuitzeo, y añade: “Hay quien dice que viene de los agustinos, otros afirman que la trajo Vasco de Quiroga”.

Por su parte, Baltazar Figueroa Izquierdo, recopilador de la AC Cuitzeo Siglo XXI, y Francisco Guzmán Zizumbo, profesor de Bachillerato de Jéruco, coinciden en que este tipo de danzas se hicieron para llamar la atención de indígenas purépechas que temían a los españoles en la Conquista, asustados por una nueva lengua y unos dioses ajenos. El primero agrega que otra creencia es que los indígenas se burlaban de las corridas de toros con este baile, pero Martínez Ayala deja en claro que no hay que creer del todo que el torito de petate es invención de los michoacanos. Este baile tan celebrado en municipios como Charo, Tarímbaro, Santa Ana Maya, Cuitzeo, Morelia y Copándaro, afirma Amos, tiene rasgos violentos que no llegaron por mera ocurrencia o descomposición social: “El ritual de pelear los toros y que los que lo manejan se líen a golpes tiene que ver con una petición para que llueva, es la representación de la sangre con el agua; si queremos que llueva tiene que haber sangre, y esa sangre se extrae de muchas maneras, a veces mediante un ritual y otras con golpes. Si tomamos en cuenta que en esta época llegan las últimas lluvias de la temporada anterior, el ritual es eficaz”.

Sentencia que el toro es un animal relacionado con el sacrificio, pues se le mata en las corridas, se le mata también en las reuniones familiares para ofrecerlo como comida. “Hay muchos elementos que uno puede ver claramente, equidistantes, ritos que ubican al toro como deidad, sin embargo, la expresión está presente desde los pueblos nahuas en la Costa, los otomíes y mazahuas en el oriente, pero también hay toros en Sinaloa, en Campeche, en Sonora, por lo que uno piensa que es una tradición mexicana, nada más que también hay toros en la Argentina, Brasil, Colombia y el Caribe, incluso en la Luisiana Francesa existió como representación teatral”.

Otra referencia la encontramos en el libro Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, disponible en la biblioteca Digital de la UNAM. En ella, Antonio de Ciudad Real relata las andanzas de fray Alonso Ponce, enviado de la orden franciscana a la Nueva España entre 1584 y 1589. En uno de sus capítulos en los que describe su paso por Michoacán, se señala: “Martes 21 de octubre (1586)… llegó a decir misa al mesmo pueblo y convento de Tarímbaro, donde se le hizo muy solemne recibimiento, con música de trompeta y chirimías, con una danza de indios enmascarados que iban corriendo un toro, danzando al son del tamboril”.

Foto: Cortesía

Presencia africana

Tanto en su libro como en la entrevista que otorga al documental que señalamos, Jorge Amos afirma que migrantes africanos arribaron a Michoacán en el siglo XVII y habrían traído este ritual pagano. “En las comunidades alrededor de la Laguna de Cuitzeo hubo una fuerte presencia de pastoreo y todos esos rebaños los traían esclavos africanos”. Leonardo Ramos Pintor añade: “Otra versión histórica afirma que toda esa clase de danzas llegaron de África”, por lo que concluye que lo que tenemos en el estado es una fusión de culturas europeas y africanas. Amós añade que al torito de petate, en la encarnación de un animal bravo, se le persigue hasta “matarlo” para que después renazca, lo que en el llamado continente negro es parte de sus mitos. En específico, el autor subraya que esos toritos habrían sido traídos por los esclavos de lengua Bantú, pues entre 1580 y 1640 eran “propiedad” de portugueses que los trajeron de Angola, El Congo y Mozambique. Así, aquella Valladolid se componía en un 30 por ciento por descendientes africanos, mientras que el Tarímbaro del siglo XVI estaba rodeado por haciendas con población negra.

La danza

Otro indicador que plasma la fusión de culturas en torno a este baile es encontrado por José Luis Zúñiga Orozco, autor del libro La danza del toro de Silao, donde abunda en los significados: “En un momento determinado un toro sale de los corrales y entra a la hacienda, donde hay una fiesta, lo que hace que el dueño intenta atraparlo a bordo de un caballo y armado con un lazo. Al no lograrlo, manda al caporal, pero éste sólo logra que entre a la hacienda y ahí se topa con la María Marota, La Maringuía, hija del propietario, que lo torea al estilo español”. Otro personaje que observa la escena es la sirvienta, también conocida como La Borracha, quien imita los movimientos de los toreros pero con torpeza. Zúñiga añade que esa empleada tiene por esposo a “El Moco”, hombre que porta una máscara protectora en la que refleja enfermedades como la fiebre, la gripe y la viruela, plagas que llegaron con la Conquista. En suma, esta versión de la danza pone en un mismo cuadro a españoles e indígenas, con la muerte y hasta el Diablo como símbolos que dan final a la fiesta.

Cambios

En la actualidad, una de las figuras centrales del torito urbano es el apache, al que el promotor cultural Gerardo Ascencio Campos describe así en su forma tradicional: “Debe de ir vestido con su penacho de plumas de guajolote, adornado con espejos, figuras de hoja de lata en forma de sol, media luna y estrellas, chaleco y falda de satín o charmesse color rojo, de igual forma adornados con figuras de hoja de lata, cascabeles y fleco. Puede llevar el torso descubierto o con una camiseta de manga corta o larga color rojo; medias rojas o de popotillo color natural, huaraches, una rata, ardilla, conejo o liebre que lleva colocada de manera terciada, y en muchas de las veces sostiene con sus labios durante su recorrido y baile por las calles. Su rostro va pintado con una mezcla de manteca y tizne, con rayas de pintura color blanco, rojo y amarillo”.

Sin embargo, el personaje sufriría un cambio sustancial en la década de los setenta, cuando según Ascencio, “apareció el torito El Consentido, con comparsa de Eugenio Rodríguez Ayala, que tenía como apache a Javier Urueta, joven conocido como El Greco o La Olga, por su cadenciosa forma de bailar y su indumentaria innovadora: peluca rubia o negra, camiseta o blusa roja con estampado de piel de tigre, falda de la misma tela que la blusa adornada con fleco, botas de luchador y machete, el rostro pintado en negro y blanco con motivos que recuerdan a la apariencia de los artistas roqueros. Javier Urueta logró influenciar a las generaciones siguientes de apaches y su sello permanece en nuestros días”, concluye el también cronista.

Foto: Cortesía

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Es poca la literatura y escasas las publicaciones bien documentadas que existen alrededor del torito de petate, esa tradición michoacana que vemos año con año previo a la Cuaresma y en plena época de carnavales. Uno de los libros más citados es el escrito por Jorge Amós Martínez Ayala, ¡Epa! Toro prieto. Los toritos de petate. Una tradición de origen africano traída a Valladolid por los esclavos de lengua Bantú en el siglo XVII, donde se desmitifican ideas que habían sido arraigadas, como que el rito fue traído por los españoles durante la época de Conquista.

A la publicación ahora se suma un material audiovisual: Ecos del Torito de Petate en Cuitzeo, en el que varios expertos dan su opinión respecto a una danza que ha ido cambiando con el paso de los años, tornándose incluso violenta en ciertos barrios de Morelia.

No se sabe con certeza el origen de la danza con toros, dice en ese documental Leonardo Ramos Pintor, gestor cultural del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Cuitzeo, y añade: “Hay quien dice que viene de los agustinos, otros afirman que la trajo Vasco de Quiroga”.

Por su parte, Baltazar Figueroa Izquierdo, recopilador de la AC Cuitzeo Siglo XXI, y Francisco Guzmán Zizumbo, profesor de Bachillerato de Jéruco, coinciden en que este tipo de danzas se hicieron para llamar la atención de indígenas purépechas que temían a los españoles en la Conquista, asustados por una nueva lengua y unos dioses ajenos. El primero agrega que otra creencia es que los indígenas se burlaban de las corridas de toros con este baile, pero Martínez Ayala deja en claro que no hay que creer del todo que el torito de petate es invención de los michoacanos. Este baile tan celebrado en municipios como Charo, Tarímbaro, Santa Ana Maya, Cuitzeo, Morelia y Copándaro, afirma Amos, tiene rasgos violentos que no llegaron por mera ocurrencia o descomposición social: “El ritual de pelear los toros y que los que lo manejan se líen a golpes tiene que ver con una petición para que llueva, es la representación de la sangre con el agua; si queremos que llueva tiene que haber sangre, y esa sangre se extrae de muchas maneras, a veces mediante un ritual y otras con golpes. Si tomamos en cuenta que en esta época llegan las últimas lluvias de la temporada anterior, el ritual es eficaz”.

Sentencia que el toro es un animal relacionado con el sacrificio, pues se le mata en las corridas, se le mata también en las reuniones familiares para ofrecerlo como comida. “Hay muchos elementos que uno puede ver claramente, equidistantes, ritos que ubican al toro como deidad, sin embargo, la expresión está presente desde los pueblos nahuas en la Costa, los otomíes y mazahuas en el oriente, pero también hay toros en Sinaloa, en Campeche, en Sonora, por lo que uno piensa que es una tradición mexicana, nada más que también hay toros en la Argentina, Brasil, Colombia y el Caribe, incluso en la Luisiana Francesa existió como representación teatral”.

Otra referencia la encontramos en el libro Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, disponible en la biblioteca Digital de la UNAM. En ella, Antonio de Ciudad Real relata las andanzas de fray Alonso Ponce, enviado de la orden franciscana a la Nueva España entre 1584 y 1589. En uno de sus capítulos en los que describe su paso por Michoacán, se señala: “Martes 21 de octubre (1586)… llegó a decir misa al mesmo pueblo y convento de Tarímbaro, donde se le hizo muy solemne recibimiento, con música de trompeta y chirimías, con una danza de indios enmascarados que iban corriendo un toro, danzando al son del tamboril”.

Foto: Cortesía

Presencia africana

Tanto en su libro como en la entrevista que otorga al documental que señalamos, Jorge Amos afirma que migrantes africanos arribaron a Michoacán en el siglo XVII y habrían traído este ritual pagano. “En las comunidades alrededor de la Laguna de Cuitzeo hubo una fuerte presencia de pastoreo y todos esos rebaños los traían esclavos africanos”. Leonardo Ramos Pintor añade: “Otra versión histórica afirma que toda esa clase de danzas llegaron de África”, por lo que concluye que lo que tenemos en el estado es una fusión de culturas europeas y africanas. Amós añade que al torito de petate, en la encarnación de un animal bravo, se le persigue hasta “matarlo” para que después renazca, lo que en el llamado continente negro es parte de sus mitos. En específico, el autor subraya que esos toritos habrían sido traídos por los esclavos de lengua Bantú, pues entre 1580 y 1640 eran “propiedad” de portugueses que los trajeron de Angola, El Congo y Mozambique. Así, aquella Valladolid se componía en un 30 por ciento por descendientes africanos, mientras que el Tarímbaro del siglo XVI estaba rodeado por haciendas con población negra.

La danza

Otro indicador que plasma la fusión de culturas en torno a este baile es encontrado por José Luis Zúñiga Orozco, autor del libro La danza del toro de Silao, donde abunda en los significados: “En un momento determinado un toro sale de los corrales y entra a la hacienda, donde hay una fiesta, lo que hace que el dueño intenta atraparlo a bordo de un caballo y armado con un lazo. Al no lograrlo, manda al caporal, pero éste sólo logra que entre a la hacienda y ahí se topa con la María Marota, La Maringuía, hija del propietario, que lo torea al estilo español”. Otro personaje que observa la escena es la sirvienta, también conocida como La Borracha, quien imita los movimientos de los toreros pero con torpeza. Zúñiga añade que esa empleada tiene por esposo a “El Moco”, hombre que porta una máscara protectora en la que refleja enfermedades como la fiebre, la gripe y la viruela, plagas que llegaron con la Conquista. En suma, esta versión de la danza pone en un mismo cuadro a españoles e indígenas, con la muerte y hasta el Diablo como símbolos que dan final a la fiesta.

Cambios

En la actualidad, una de las figuras centrales del torito urbano es el apache, al que el promotor cultural Gerardo Ascencio Campos describe así en su forma tradicional: “Debe de ir vestido con su penacho de plumas de guajolote, adornado con espejos, figuras de hoja de lata en forma de sol, media luna y estrellas, chaleco y falda de satín o charmesse color rojo, de igual forma adornados con figuras de hoja de lata, cascabeles y fleco. Puede llevar el torso descubierto o con una camiseta de manga corta o larga color rojo; medias rojas o de popotillo color natural, huaraches, una rata, ardilla, conejo o liebre que lleva colocada de manera terciada, y en muchas de las veces sostiene con sus labios durante su recorrido y baile por las calles. Su rostro va pintado con una mezcla de manteca y tizne, con rayas de pintura color blanco, rojo y amarillo”.

Sin embargo, el personaje sufriría un cambio sustancial en la década de los setenta, cuando según Ascencio, “apareció el torito El Consentido, con comparsa de Eugenio Rodríguez Ayala, que tenía como apache a Javier Urueta, joven conocido como El Greco o La Olga, por su cadenciosa forma de bailar y su indumentaria innovadora: peluca rubia o negra, camiseta o blusa roja con estampado de piel de tigre, falda de la misma tela que la blusa adornada con fleco, botas de luchador y machete, el rostro pintado en negro y blanco con motivos que recuerdan a la apariencia de los artistas roqueros. Javier Urueta logró influenciar a las generaciones siguientes de apaches y su sello permanece en nuestros días”, concluye el también cronista.

Foto: Cortesía

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