/ miércoles 20 de mayo de 2020

Mujeres tomando consciencia y la calle

Mientras marchaba el 8 de marzo en Morelia que para mi es por la dignidad y libertad de las mujeres y contra la violencia, vi mujeres emocionadas, vi hombres aplaudiendo la marcha desde la banqueta, vi rostros atónitos por lo numeroso del contingente y algunos hasta asustados sobre todo en las cadenas de mujeres y hombres en los quicios de las iglesias que rezaban el rosario mientras pasábamos.

Vi a un pequeño grupo de mujeres radicales encapuchadas pintando pisos y muros, subiéndose a las fuentes, golpeando una piñata frente a un edificio público y cada vez que escalaban sus intentos por hacer cosas más agresivas la gran mayoría gritaba “eso no, así no” e inhibían un poco sus actos.

Vi a cientos de mujeres pacíficas gritar levantando el puño “mujer escucha esta es tu lucha”, “mujer consciente se une al contingente”, consignas que si bien escuche en las marchas de años anteriores hoy tomaban relevancia porque había mujeres de todas las condiciones, profesiones, etnias y edades efectivamente tomando consciencia.

Esta vez ya no sólo éramos las activistas del feminismo de cada 8 de marzo, había muchos rostros jóvenes, madres con sus hijas e hijos. Niñas con camisetas y consignas. Señoras mayores que sonreían y seguían la ruta aunque no podían brincar cuando el que contingente gritaba “la que no brinque es macho”.

Encontré abogadas, juezas, psicólogas, maestras, empresarias, estudiantes, funcionarias estatales, municipales y mujeres periodistas en su doble papel, estábamos todas y si, se sentía orgullo de estar ahí aunque la causa sea la violencia.

Tomamos la calle, por que la calle es nuestra, pero sobre todo porque los diferentes tipos de violencia están detrás de la mayoría de esas estupendas mujeres que ahora alzan la voz.

Sin duda los representantes de instituciones públicas y religiosas, contribuyeron a exacerbar lo ánimos de las mujeres y a que creciera la inconformidad y las posiciones radicales, pero confluimos las mujeres de todas las ideologías porque es un grito que debe escucharse en todos los rincones.

La sociedad misma es responsable de las más crueles manifestaciones de la violencia. Responsables somos todas y todos.

Generalmente las familias, los vecinos o los amigos sabemos cuando hay violencia en un noviazgo o matrimonio, sabemos cuando hay niñas y niños maltratados, cuando el alcoholismo o drogadicción de algún miembro de la familia o grupo potencia las conductas que dañan a las mujeres.

Difícilmente un hombre violento se reconoce como tal y menos decidiría reformarse, reeducarse. Tan difícil como resulta para la mayoría de las mujeres salirse del círculo de las violencia y proteger a los más pequeños.

La llamada de atención efectivamente es para todos por el cerco que impone la cultura patriarcal, que toca al hogar, a escuelas, a la iglesia, a los centros de trabajo, a los comercios, y las autoridades.

También es problema de los gobiernos municipales y estatales, porque cuando una mujer buscan ayuda es porque llegó a un límite en que ella ya no puede protegerse. Si no encuentran protección policiaca, la compresión y atención de un ministerio público o de una autoridad municipal su vida efectivamente está en riesgo.

Es problema de la sociedad si no denuncia y tolera la violencia, y es problema de la autoridad cuando no puede brindar protección y justicia.

La IMPUNIDAD fue la gasolina para el movimiento porque a los acosadores y violadores no son castigados ya que sus crímenes son de comisión oculta, sin testigos y son hechos que dejan devastadas a las mujeres que tienen que seguir un camino tortuoso de re victimización si deciden buscar justicia.

Un feminicida no sólo mata, priva de la libertad, humilla, tortura, viola, cercena el cuerpo de su víctima y lo exponen con la más fría crueldad.

Por eso sociedad y gobierno somos responsables y juntos debemos trabajar para cambiar la ominosa realidad.

Mientras marchaba el 8 de marzo en Morelia que para mi es por la dignidad y libertad de las mujeres y contra la violencia, vi mujeres emocionadas, vi hombres aplaudiendo la marcha desde la banqueta, vi rostros atónitos por lo numeroso del contingente y algunos hasta asustados sobre todo en las cadenas de mujeres y hombres en los quicios de las iglesias que rezaban el rosario mientras pasábamos.

Vi a un pequeño grupo de mujeres radicales encapuchadas pintando pisos y muros, subiéndose a las fuentes, golpeando una piñata frente a un edificio público y cada vez que escalaban sus intentos por hacer cosas más agresivas la gran mayoría gritaba “eso no, así no” e inhibían un poco sus actos.

Vi a cientos de mujeres pacíficas gritar levantando el puño “mujer escucha esta es tu lucha”, “mujer consciente se une al contingente”, consignas que si bien escuche en las marchas de años anteriores hoy tomaban relevancia porque había mujeres de todas las condiciones, profesiones, etnias y edades efectivamente tomando consciencia.

Esta vez ya no sólo éramos las activistas del feminismo de cada 8 de marzo, había muchos rostros jóvenes, madres con sus hijas e hijos. Niñas con camisetas y consignas. Señoras mayores que sonreían y seguían la ruta aunque no podían brincar cuando el que contingente gritaba “la que no brinque es macho”.

Encontré abogadas, juezas, psicólogas, maestras, empresarias, estudiantes, funcionarias estatales, municipales y mujeres periodistas en su doble papel, estábamos todas y si, se sentía orgullo de estar ahí aunque la causa sea la violencia.

Tomamos la calle, por que la calle es nuestra, pero sobre todo porque los diferentes tipos de violencia están detrás de la mayoría de esas estupendas mujeres que ahora alzan la voz.

Sin duda los representantes de instituciones públicas y religiosas, contribuyeron a exacerbar lo ánimos de las mujeres y a que creciera la inconformidad y las posiciones radicales, pero confluimos las mujeres de todas las ideologías porque es un grito que debe escucharse en todos los rincones.

La sociedad misma es responsable de las más crueles manifestaciones de la violencia. Responsables somos todas y todos.

Generalmente las familias, los vecinos o los amigos sabemos cuando hay violencia en un noviazgo o matrimonio, sabemos cuando hay niñas y niños maltratados, cuando el alcoholismo o drogadicción de algún miembro de la familia o grupo potencia las conductas que dañan a las mujeres.

Difícilmente un hombre violento se reconoce como tal y menos decidiría reformarse, reeducarse. Tan difícil como resulta para la mayoría de las mujeres salirse del círculo de las violencia y proteger a los más pequeños.

La llamada de atención efectivamente es para todos por el cerco que impone la cultura patriarcal, que toca al hogar, a escuelas, a la iglesia, a los centros de trabajo, a los comercios, y las autoridades.

También es problema de los gobiernos municipales y estatales, porque cuando una mujer buscan ayuda es porque llegó a un límite en que ella ya no puede protegerse. Si no encuentran protección policiaca, la compresión y atención de un ministerio público o de una autoridad municipal su vida efectivamente está en riesgo.

Es problema de la sociedad si no denuncia y tolera la violencia, y es problema de la autoridad cuando no puede brindar protección y justicia.

La IMPUNIDAD fue la gasolina para el movimiento porque a los acosadores y violadores no son castigados ya que sus crímenes son de comisión oculta, sin testigos y son hechos que dejan devastadas a las mujeres que tienen que seguir un camino tortuoso de re victimización si deciden buscar justicia.

Un feminicida no sólo mata, priva de la libertad, humilla, tortura, viola, cercena el cuerpo de su víctima y lo exponen con la más fría crueldad.

Por eso sociedad y gobierno somos responsables y juntos debemos trabajar para cambiar la ominosa realidad.

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