/ miércoles 19 de abril de 2023

Crímenes en altamar: la frontera sin ley donde los asesinos salen libres

Cada miércoles publicaremos un texto sobre la nueva serie documental que aborda distintos ilícitos que suceden en alta mar, lejos de la vista de todos


Alta mar es una frontera sin ley donde crímenes como el asesinato, la esclavitud y la destrucción del medio ambiente a menudo quedan impunes y los medios de comunicación los pasan por alto.

Te recomendamos: Reimaginando un reino: el propósito de "Dispatches from The Outlaw Ocean"

Pero el océano también es un lugar de descubrimiento y reinvención, que ofrece libertad frente a las limitaciones de la sociedad.

Nuestra nueva serie de cortometrajes, dividida en 10 partes, surge de más de una década de reportajes que exploran el crimen en alta mar. La serie narra un elenco de personajes arenosos que incluyen traficantes y contrabandistas, piratas y mercenarios, esclavos encadenados y conservacionistas vigilantes.

Como periodista, he pasado los últimos diez años informando desde esta frontera sin ley. Dirijo una organización de periodismo de investigación The Outlaw Oceans Project, que informa sobre los crímenes cometidos en este espacio.

Dos tercios del planeta están cubiertos por agua. Es la frontera más salvaje de nuestro planeta, tan impresionante como imprescindible para la vida, un lugar de descubrimiento y de reinvención incesante, una metáfora de la libertad, pero también un territorio profundamente distópico, donde se despliega la parte más siniestra de la humanidad.

Más de 50 millones de personas trabajan en el mar, donde los abusos contra el medio ambiente y los derechos humanos se suelen cometer con impunidad.

En este episodio compartimos una investigación sobre el turbio mundo de las armerías flotantes, mercenarios y piratas cuyos delitos en alta mar son frecuentes, pero no denunciados y por lo tanto quedan impunes.

El video me llegó por una fuente de la Interpol. En el asunto, lo uńico que decía era "prepárate". La policía había pedido ayuda a la Interpol para desentrañar el misterio de lo que parece ser el brutal asesinato de cuatro hombres en el mar.


Episodio 1: “Where Killers Go Free”

Aparece un video espantoso en un teléfono celular, abandonado en la parte trasera de un taxi. Cuatro hombres se aferran desesperadamente a los restos, en algún lugar de alta mar. Suenan disparos. Los hombres son asesinados a tiros, metódicamente, uno por uno. Hay innumerables testigos de la matanza.

Sin embargo, como el 99 por ciento de todos los asesinatos que ocurren en aguas internacionales, el crimen no se denuncia. Cuando las imágenes finalmente salen a la luz y se vuelven virales, ningún gobierno está dispuesto a investigar.

La matanza en cámara lenta, de 10 minutos de duración, fue registrada en vídeo y las imágenes se hicieron virales. La Interpol acudió a mí porque este es exactamente el tipo de brutalidad en el mar sobre el que informo. Me di cuenta de que el barco volcado era un dhow tradicional de África Oriental, y de que la persona que mandaba disparar hablaba en chino.

Pero las circunstancias en torno a estos asesinatos seguían siendo un misterio: nadie había denunciado el incidente y nadie estaba haciendo nada al respecto.

¿Cómo pudo ocurrir un crimen así sin que nadie hiciera nada?

¿Qué hace que la violencia en alta mar sea diferente a las demás y casi imposible de resolver?

En aquel momento, la piratería somalí estaba en primera plana. Ganaban cientos de millones de dólares robando los cargamentos y pidiendo recompensas por la tripulación. Solo ese año, 450 barcos y su tripulación habían sido atacados en alta mar.

Estos vídeos captan la violencia creciente de la época, un negocio de 20 mil millones de dólares en seguridad privada que nació prácticamente de un día para otro.

Fuera de las aguas y de las leyes nacionales, se instalaban auténticos arsenales flotantes en esta tierra de nadie con guardias a bordo listos para entrar en acción para proteger el cargamento y defenderse de los ataques piratas. Los océanos se habían llenado de armas.

“Al principio era una vida como de estrella de rock. Nos pagaban mucho dinero por el trabajo, nosotros decíamos que eran sueldos de futbolista. Básicamente lo que hacíamos era beber cerveza en Djibouti y dar palizas a los legionarios, o viajar en los barcos esperando un ataque de los piratas”, dice uno de los guardias.

Me invitaron a pasar unos días a bordo de The Resolution, uno de esos arsenales flotantes. Mi contacto, Kevin Thompson, era un veterano con experiencia que había estado en Irak y Afganistán, y ahora estaba luchando contra los piratas en alta mar.

Si uno de estos arsenales fuera secuestrado, entonces no hay más que decir, acabas de armar a todo Yemen o toda Somalia, más o menos.

“Cuando se nos acercan a menos de 800 metros, es cuando disparamos tiros de advertencia… Algunos de los piratas quieren entablar pelea y se acercan y entonces empiezan a dispararnos”.

“Cada vez que me he enfrentado a piratas en un tiroteo, obviamente he salido vencedor, por eso sigo aquí”.



Para ahorrar dinero, la industria naviera, responsable del traslado del 80 por ciento de todo lo que consumimos en tierra, pasó de tener equipos de seguridad formados por cuatro hombres en equipos de dos o tres y con menos experiencia.


Kevin dice que The Resolution es la mejor del sector, pero yo he oído muchas quejas de otros arsenales flotantes por la suciedad de las instalaciones, la falta de wifi y, sobre todo, el aburrimiento.

Aunque intangible, este aburrimiento les pesaba, y cuanto más tiempo pasaban así, más aplastados se sentían. Por lo tanto, es fácil cometer errores ante un ataque, con consecuencias que pueden ser letales.

Creo que estar en el mar saca lo peor de la gente”, agrega.

No podía sacarme el vídeo del asesinato de la cabeza. El dhow volcado no encajaba con las historias que me habían contado los cazadores de piratas.

Los hombres abatidos estaban desarmados, era posible ver sus redes de pesca, el barco se hundía y los asesinos se reían relajados, como después de tirar al blanco.

Usan la excusa de la piratería para hacer lo que les da la gana porque en esa parte del mundo hay muchos piratas y dicen: ‘Ah si eran unos piratas, entonces no hay problema’… Pero como estás en aguas internacionales, y en el mar no hay ley, se puede ir y matar a alguien a quien no había que matar, sólo porque está pescando en tu zona”.

Logramos un gran avance gracias a una empresa privada de código abierto llamada Trygg Mat Tracking. Contacté con ellos y les pedí ayuda para investigar este crimen, dado que prácticamente no había nadie más que lo estuviera haciendo.

Duncan Copeland, consejero delegado de Trygg Mat Tracking (TMT), asegura:

“Lo que hicimos fue obtener varias imágenes del barco con fragmentos muy movidos y con mucho grano de la grabación. Después de eso, pusimos a nuestros sistemas a comparar imágenes y, al final revisamos más de tres mil fotos de unos 300 barcos. Por suerte pudimos dar con dos barcos que coincidían lo suficiente con las características, y uno en particular que, con un margen de confianza bastante alta, era el que buscábamos”.

Ese barco era un buque llamado Ping Shin número 101 -continúa Copeland- Tenía bandera de Taiwán, pero también llevaba un tiempo con licencia de las Seychelles para trabajar en sus aguas. El panorama es complejo: Barcos que pertenecen a un país y enarbolan la bandera de otro con una tripulación internacional.

El Ping Shin número 101 pertenecía a Taiwán, una de las mayores flotas del mundo. El capitán era chino, el contramaestre y los marineros venían de media docena de países diferentes. Formaba parte de una conocida flota de delincuentes que opera bajo banderas de otras naciones, lo que le permitía vulnerar las leyes internacionales de pesca con repetida impunidad.

La Unión Europea ya lo tenía dentro de su sistema de tarjetas amarillas por violaciones y agresiones a embarcaciones artesanales menores. Operando en manada, el Ping Shin 101 tenía todas las ventajas sobre ese trozo de océano, un pequeño dhow no tenía ninguna posibilidad.

En colaboración con TMT, mi personal rastreó miles de páginas de Facebook y de imágenes públicas, y pudimos identificar a los culpables, pero no el motivo de los asesinatos.

Esto no fue un ataque de piratería. En este caso, las entrevistas a la tripulación parecían indicar que el que había subido la apuesta había sido ese capitán en concreto, que se había vuelto muy agresivo y muy conflictivo con otras embarcaciones que pudieran estar pescando en la zona en la que él quería pescar.

El capitán no se limitó a ordenar a los guardias de seguridad que dispararan; en un momento dado, llegó a tomar el arma para ponerse él mismo a disparar. Con seguridad ese día murieron más que las cuatro personas que se ven asesinadas en cámara. Lo más probable es que el número estuviera más cerca de 10 o 15.

Desde aquel incidente, el Ping Shin 101 ha desaparecido misteriosamente. Por entrevistas con su antigua tripulación, ahora sabemos que el barco fue hundido por su capitán, probablemente a propósito, y quizá para deshacerse de pruebas que lo incriminaran.

Un investigador privado tardó años en localizar al capitán, así como los nombres de algunas de las víctimas del tiroteo.

Tres de ellas eran hermanos de Pakistán, padres jóvenes que dejaron atrás familias con niños pequeños. Tras siete años de investigación de The Outlaw Ocean Project, el capitán que ordenó los asesinatos fue finalmente detenido.

Hay que tener en cuenta que por cada video que se graba y es subido a una plataforma como YouTube, debe de haber muchos casos de los que no hay documentación.

Una vez más, esto se inscribe en esa idea de que están pasando muchas cosas en el mar de las que nunca oímos hablar, particularmente en alta mar, fuera de la vista y fuera de las preocupaciones de los países.

Lo que se hizo evidente para mí es que si no hubiera sido por un asesinato captado por la cámara de un teléfono móvil, y olvidado por descuido en un taxi de Fiji, nadie en ninguna parte se habría enterado de que esto había sucedido.

Aunque haya docenas de testigos y montones de pruebas, los crímenes violentos se repiten una y otra vez con total impunidad porque la mano de obra que trabaja en este espacio es pobre, invisible, y no tiene ningún poder para que se ejerza la ley.

También ocurre porque la ley marítima no impone ningún requisito de información, no hay una base de datos central donde se registren los crímenes, y los registros nacionales no quieren investigaciones que puedan obligarles a hacer algo al respecto porque los procesos legales para hacerlo son complejos y caros.

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Según un viejo refrán, el único crimen que se combate es el que se ve, y en el mar eso no ocurre mucho.

En el océano sin ley no hay huellas de derrape y los cuerpos y las pruebas sencillamente se hunden bajo las olas.



Alta mar es una frontera sin ley donde crímenes como el asesinato, la esclavitud y la destrucción del medio ambiente a menudo quedan impunes y los medios de comunicación los pasan por alto.

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Pero el océano también es un lugar de descubrimiento y reinvención, que ofrece libertad frente a las limitaciones de la sociedad.

Nuestra nueva serie de cortometrajes, dividida en 10 partes, surge de más de una década de reportajes que exploran el crimen en alta mar. La serie narra un elenco de personajes arenosos que incluyen traficantes y contrabandistas, piratas y mercenarios, esclavos encadenados y conservacionistas vigilantes.

Como periodista, he pasado los últimos diez años informando desde esta frontera sin ley. Dirijo una organización de periodismo de investigación The Outlaw Oceans Project, que informa sobre los crímenes cometidos en este espacio.

Dos tercios del planeta están cubiertos por agua. Es la frontera más salvaje de nuestro planeta, tan impresionante como imprescindible para la vida, un lugar de descubrimiento y de reinvención incesante, una metáfora de la libertad, pero también un territorio profundamente distópico, donde se despliega la parte más siniestra de la humanidad.

Más de 50 millones de personas trabajan en el mar, donde los abusos contra el medio ambiente y los derechos humanos se suelen cometer con impunidad.

En este episodio compartimos una investigación sobre el turbio mundo de las armerías flotantes, mercenarios y piratas cuyos delitos en alta mar son frecuentes, pero no denunciados y por lo tanto quedan impunes.

El video me llegó por una fuente de la Interpol. En el asunto, lo uńico que decía era "prepárate". La policía había pedido ayuda a la Interpol para desentrañar el misterio de lo que parece ser el brutal asesinato de cuatro hombres en el mar.


Episodio 1: “Where Killers Go Free”

Aparece un video espantoso en un teléfono celular, abandonado en la parte trasera de un taxi. Cuatro hombres se aferran desesperadamente a los restos, en algún lugar de alta mar. Suenan disparos. Los hombres son asesinados a tiros, metódicamente, uno por uno. Hay innumerables testigos de la matanza.

Sin embargo, como el 99 por ciento de todos los asesinatos que ocurren en aguas internacionales, el crimen no se denuncia. Cuando las imágenes finalmente salen a la luz y se vuelven virales, ningún gobierno está dispuesto a investigar.

La matanza en cámara lenta, de 10 minutos de duración, fue registrada en vídeo y las imágenes se hicieron virales. La Interpol acudió a mí porque este es exactamente el tipo de brutalidad en el mar sobre el que informo. Me di cuenta de que el barco volcado era un dhow tradicional de África Oriental, y de que la persona que mandaba disparar hablaba en chino.

Pero las circunstancias en torno a estos asesinatos seguían siendo un misterio: nadie había denunciado el incidente y nadie estaba haciendo nada al respecto.

¿Cómo pudo ocurrir un crimen así sin que nadie hiciera nada?

¿Qué hace que la violencia en alta mar sea diferente a las demás y casi imposible de resolver?

En aquel momento, la piratería somalí estaba en primera plana. Ganaban cientos de millones de dólares robando los cargamentos y pidiendo recompensas por la tripulación. Solo ese año, 450 barcos y su tripulación habían sido atacados en alta mar.

Estos vídeos captan la violencia creciente de la época, un negocio de 20 mil millones de dólares en seguridad privada que nació prácticamente de un día para otro.

Fuera de las aguas y de las leyes nacionales, se instalaban auténticos arsenales flotantes en esta tierra de nadie con guardias a bordo listos para entrar en acción para proteger el cargamento y defenderse de los ataques piratas. Los océanos se habían llenado de armas.

“Al principio era una vida como de estrella de rock. Nos pagaban mucho dinero por el trabajo, nosotros decíamos que eran sueldos de futbolista. Básicamente lo que hacíamos era beber cerveza en Djibouti y dar palizas a los legionarios, o viajar en los barcos esperando un ataque de los piratas”, dice uno de los guardias.

Me invitaron a pasar unos días a bordo de The Resolution, uno de esos arsenales flotantes. Mi contacto, Kevin Thompson, era un veterano con experiencia que había estado en Irak y Afganistán, y ahora estaba luchando contra los piratas en alta mar.

Si uno de estos arsenales fuera secuestrado, entonces no hay más que decir, acabas de armar a todo Yemen o toda Somalia, más o menos.

“Cuando se nos acercan a menos de 800 metros, es cuando disparamos tiros de advertencia… Algunos de los piratas quieren entablar pelea y se acercan y entonces empiezan a dispararnos”.

“Cada vez que me he enfrentado a piratas en un tiroteo, obviamente he salido vencedor, por eso sigo aquí”.



Para ahorrar dinero, la industria naviera, responsable del traslado del 80 por ciento de todo lo que consumimos en tierra, pasó de tener equipos de seguridad formados por cuatro hombres en equipos de dos o tres y con menos experiencia.


Kevin dice que The Resolution es la mejor del sector, pero yo he oído muchas quejas de otros arsenales flotantes por la suciedad de las instalaciones, la falta de wifi y, sobre todo, el aburrimiento.

Aunque intangible, este aburrimiento les pesaba, y cuanto más tiempo pasaban así, más aplastados se sentían. Por lo tanto, es fácil cometer errores ante un ataque, con consecuencias que pueden ser letales.

Creo que estar en el mar saca lo peor de la gente”, agrega.

No podía sacarme el vídeo del asesinato de la cabeza. El dhow volcado no encajaba con las historias que me habían contado los cazadores de piratas.

Los hombres abatidos estaban desarmados, era posible ver sus redes de pesca, el barco se hundía y los asesinos se reían relajados, como después de tirar al blanco.

Usan la excusa de la piratería para hacer lo que les da la gana porque en esa parte del mundo hay muchos piratas y dicen: ‘Ah si eran unos piratas, entonces no hay problema’… Pero como estás en aguas internacionales, y en el mar no hay ley, se puede ir y matar a alguien a quien no había que matar, sólo porque está pescando en tu zona”.

Logramos un gran avance gracias a una empresa privada de código abierto llamada Trygg Mat Tracking. Contacté con ellos y les pedí ayuda para investigar este crimen, dado que prácticamente no había nadie más que lo estuviera haciendo.

Duncan Copeland, consejero delegado de Trygg Mat Tracking (TMT), asegura:

“Lo que hicimos fue obtener varias imágenes del barco con fragmentos muy movidos y con mucho grano de la grabación. Después de eso, pusimos a nuestros sistemas a comparar imágenes y, al final revisamos más de tres mil fotos de unos 300 barcos. Por suerte pudimos dar con dos barcos que coincidían lo suficiente con las características, y uno en particular que, con un margen de confianza bastante alta, era el que buscábamos”.

Ese barco era un buque llamado Ping Shin número 101 -continúa Copeland- Tenía bandera de Taiwán, pero también llevaba un tiempo con licencia de las Seychelles para trabajar en sus aguas. El panorama es complejo: Barcos que pertenecen a un país y enarbolan la bandera de otro con una tripulación internacional.

El Ping Shin número 101 pertenecía a Taiwán, una de las mayores flotas del mundo. El capitán era chino, el contramaestre y los marineros venían de media docena de países diferentes. Formaba parte de una conocida flota de delincuentes que opera bajo banderas de otras naciones, lo que le permitía vulnerar las leyes internacionales de pesca con repetida impunidad.

La Unión Europea ya lo tenía dentro de su sistema de tarjetas amarillas por violaciones y agresiones a embarcaciones artesanales menores. Operando en manada, el Ping Shin 101 tenía todas las ventajas sobre ese trozo de océano, un pequeño dhow no tenía ninguna posibilidad.

En colaboración con TMT, mi personal rastreó miles de páginas de Facebook y de imágenes públicas, y pudimos identificar a los culpables, pero no el motivo de los asesinatos.

Esto no fue un ataque de piratería. En este caso, las entrevistas a la tripulación parecían indicar que el que había subido la apuesta había sido ese capitán en concreto, que se había vuelto muy agresivo y muy conflictivo con otras embarcaciones que pudieran estar pescando en la zona en la que él quería pescar.

El capitán no se limitó a ordenar a los guardias de seguridad que dispararan; en un momento dado, llegó a tomar el arma para ponerse él mismo a disparar. Con seguridad ese día murieron más que las cuatro personas que se ven asesinadas en cámara. Lo más probable es que el número estuviera más cerca de 10 o 15.

Desde aquel incidente, el Ping Shin 101 ha desaparecido misteriosamente. Por entrevistas con su antigua tripulación, ahora sabemos que el barco fue hundido por su capitán, probablemente a propósito, y quizá para deshacerse de pruebas que lo incriminaran.

Un investigador privado tardó años en localizar al capitán, así como los nombres de algunas de las víctimas del tiroteo.

Tres de ellas eran hermanos de Pakistán, padres jóvenes que dejaron atrás familias con niños pequeños. Tras siete años de investigación de The Outlaw Ocean Project, el capitán que ordenó los asesinatos fue finalmente detenido.

Hay que tener en cuenta que por cada video que se graba y es subido a una plataforma como YouTube, debe de haber muchos casos de los que no hay documentación.

Una vez más, esto se inscribe en esa idea de que están pasando muchas cosas en el mar de las que nunca oímos hablar, particularmente en alta mar, fuera de la vista y fuera de las preocupaciones de los países.

Lo que se hizo evidente para mí es que si no hubiera sido por un asesinato captado por la cámara de un teléfono móvil, y olvidado por descuido en un taxi de Fiji, nadie en ninguna parte se habría enterado de que esto había sucedido.

Aunque haya docenas de testigos y montones de pruebas, los crímenes violentos se repiten una y otra vez con total impunidad porque la mano de obra que trabaja en este espacio es pobre, invisible, y no tiene ningún poder para que se ejerza la ley.

También ocurre porque la ley marítima no impone ningún requisito de información, no hay una base de datos central donde se registren los crímenes, y los registros nacionales no quieren investigaciones que puedan obligarles a hacer algo al respecto porque los procesos legales para hacerlo son complejos y caros.

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