/ sábado 24 de abril de 2021

El Aguaje: un pueblo donde el silencio huele a miedo

Este viernes, un grupo religioso recorrió uno de los caminos más peligrosos de este país para llevar un mensaje de esperanza

Aguililla, Michoacán. (OEM-Infomex).- Son cinco vestidos los que aún se sostienen en el improvisado clóset de una habitación. En ese cuarto hay al menos dos decenas de perforaciones y se cuentan por cientos los tiros que se hicieron recientemente en toda esa casa, donde la taza del baño aún cuenta con sangre fresca, con ese líquido que se traduce en muerte violenta.

En la sala-comedor, las botellas salieron volando en pedazos, la comida está podrida y absolutamente todo huele a miedo, más cuando entre el viento se cuelan los cánticos de las aves, de los pájaros, de los búhos. Hacia el lado de la cochera, alguien tiró el portal de metal para rafaguear todo un muro y pintar varias veces las siglas más comunes en esta región, cuatro letras que anuncian la llegada de un enemigo poderoso.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

La construcción ubicada en la entrada de El Aguaje, comunidad perteneciente a Aguililla, , luce como si fuera la escenografía de una película de Tarantino, pero no es otra cosa que la realidad en este pueblo donde casi todos han huido, pues los enfrentamientos entre el Cartel Jalisco Nueva Generación contra los Cárteles Unidos de Michoacán es la constante, el pan de todos los días.

Frente a esa casa hay otra, más pequeña, pero también herida por un tiroteo que dejó un velo de novia en la entrada, que arrasó con todo a su paso excepto con una figura de la Virgen de Guadalupe, que pareciera el único símbolo que podría respetarse entre bandos contrarios.

Lo anteriores son solo dos ejemplos de lo que se puede encontrar en ese intrincado camino que lleva de Apatzingán a Aguililla, ruta recorrida este viernes por un convoy religioso encabezado por el nuncio apostólico en México Franco Coppola, acompañado del obispo Cristóbal Ascencio García.

Mientras se ofrecía una misa en la cabecera de Aguililla, atiborrada de gente vestida de blanco que llenó las gradas de una cancha de la escuela primaria, un maestro jubilado nos comenta que la llegada del nuncio es un respiro para el pueblo. “Aquí todos los días salimos con miedo, con el predicamento de que tal vez no regresemos a casa”. Es entonces que nos relata que hace unos días fue a la tienda cuando se soltaron las detonaciones, por lo que no dudó en regresar al auto y arrancarse para su casa, donde su esposa lo esperaba con angustia.

Foto: Iván Arias | El Sol de Morelia

El hombre luce sereno, optimista, dice que todos los ahí reunidos son gente buena, pero se quiebra cuando nos cuenta que hace 14 años le secuestraron a su hijo en Apatzingán y desde entonces no sabe si vive o muere. “Al principio me metía a los lugares más oscuros, más sórdidos, pensé que tal vez anduviera por ahí, pero alguien me advirtió que ya no insistiera o me iban a matar”.

Más tarde podemos conversar con un hombre viejo que sobrevive gracias a una prótesis en la pierna, pero nada le ha devuelto su brazo derecho. Come en una fonda frente a la plaza y cuenta que lleva 28 años trabajando en el Ayuntamiento, pero la actual administración no le quiere pagar sus gastos médicos que cada vez son más por su avanzada diabetes. ¿Vacunarse contra el Covid-19? “Ni loco”, dice, pues asegura que el gobierno se quiere deshacer de los ancianos y en una de esas lo mandan matar.

Es esa generación la que más desesperanzada se observa. Ya en El Aguaje, un hombre que acaba de salir de la misa ofrecida por Coppola confiesa que siempre ha vivido en el pueblo y nada ni nadie lo va a mover. “Dios nos pone en el camino y la muerte anda por donde quiera”, sentencia, antes de alejarse por una calle solitaria.

Entrevistado después de la misa, el sacerdote Manuel Amezcua García dice que esta visita es un impulso “para que el Señor convierta los corazones; porque ahí donde los seres humanos no podemos, es cuando aparece Dios. O como dijo el presidente: ante una realidad inobjetable, él tiene otros datos”.

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Aguililla, Michoacán. (OEM-Infomex).- Son cinco vestidos los que aún se sostienen en el improvisado clóset de una habitación. En ese cuarto hay al menos dos decenas de perforaciones y se cuentan por cientos los tiros que se hicieron recientemente en toda esa casa, donde la taza del baño aún cuenta con sangre fresca, con ese líquido que se traduce en muerte violenta.

En la sala-comedor, las botellas salieron volando en pedazos, la comida está podrida y absolutamente todo huele a miedo, más cuando entre el viento se cuelan los cánticos de las aves, de los pájaros, de los búhos. Hacia el lado de la cochera, alguien tiró el portal de metal para rafaguear todo un muro y pintar varias veces las siglas más comunes en esta región, cuatro letras que anuncian la llegada de un enemigo poderoso.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

La construcción ubicada en la entrada de El Aguaje, comunidad perteneciente a Aguililla, , luce como si fuera la escenografía de una película de Tarantino, pero no es otra cosa que la realidad en este pueblo donde casi todos han huido, pues los enfrentamientos entre el Cartel Jalisco Nueva Generación contra los Cárteles Unidos de Michoacán es la constante, el pan de todos los días.

Frente a esa casa hay otra, más pequeña, pero también herida por un tiroteo que dejó un velo de novia en la entrada, que arrasó con todo a su paso excepto con una figura de la Virgen de Guadalupe, que pareciera el único símbolo que podría respetarse entre bandos contrarios.

Lo anteriores son solo dos ejemplos de lo que se puede encontrar en ese intrincado camino que lleva de Apatzingán a Aguililla, ruta recorrida este viernes por un convoy religioso encabezado por el nuncio apostólico en México Franco Coppola, acompañado del obispo Cristóbal Ascencio García.

Mientras se ofrecía una misa en la cabecera de Aguililla, atiborrada de gente vestida de blanco que llenó las gradas de una cancha de la escuela primaria, un maestro jubilado nos comenta que la llegada del nuncio es un respiro para el pueblo. “Aquí todos los días salimos con miedo, con el predicamento de que tal vez no regresemos a casa”. Es entonces que nos relata que hace unos días fue a la tienda cuando se soltaron las detonaciones, por lo que no dudó en regresar al auto y arrancarse para su casa, donde su esposa lo esperaba con angustia.

Foto: Iván Arias | El Sol de Morelia

El hombre luce sereno, optimista, dice que todos los ahí reunidos son gente buena, pero se quiebra cuando nos cuenta que hace 14 años le secuestraron a su hijo en Apatzingán y desde entonces no sabe si vive o muere. “Al principio me metía a los lugares más oscuros, más sórdidos, pensé que tal vez anduviera por ahí, pero alguien me advirtió que ya no insistiera o me iban a matar”.

Más tarde podemos conversar con un hombre viejo que sobrevive gracias a una prótesis en la pierna, pero nada le ha devuelto su brazo derecho. Come en una fonda frente a la plaza y cuenta que lleva 28 años trabajando en el Ayuntamiento, pero la actual administración no le quiere pagar sus gastos médicos que cada vez son más por su avanzada diabetes. ¿Vacunarse contra el Covid-19? “Ni loco”, dice, pues asegura que el gobierno se quiere deshacer de los ancianos y en una de esas lo mandan matar.

Es esa generación la que más desesperanzada se observa. Ya en El Aguaje, un hombre que acaba de salir de la misa ofrecida por Coppola confiesa que siempre ha vivido en el pueblo y nada ni nadie lo va a mover. “Dios nos pone en el camino y la muerte anda por donde quiera”, sentencia, antes de alejarse por una calle solitaria.

Entrevistado después de la misa, el sacerdote Manuel Amezcua García dice que esta visita es un impulso “para que el Señor convierta los corazones; porque ahí donde los seres humanos no podemos, es cuando aparece Dios. O como dijo el presidente: ante una realidad inobjetable, él tiene otros datos”.

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