/ sábado 25 de diciembre de 2021

Refugio de San Vicente: 37 años de servir a pesar de las carencias

Las Voluntarias Vicentinas son las encargadas de recibir a enfermos y familiares de enfermos en este albergue

Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- Dentro del corazón de la colonia Vasco de Quiroga, una de las demarcaciones más antiguas de todo Morelia, un grupo de mujeres dedicadas al servicio al prójimo y consagradas como Voluntarias Vicentinas, quienes dan albergue a los enfermos y a sus familiares que provienen de todo el estado y sus entidades vecinas en el Refugio San Vicente.

Desde hace 37 años, cuando la señora Carmelita Hurtado durante junio de 1984, donó el edificio sobre la calle Colcheros de Parangaricutíro número 37 a la asociación civil de las Vicentinas Vallisoletanas, el cual se remodeló y adaptó para ser el albergue que hoy en día, cuenta con más de 70 lugares para dar posada a los que reciben atención médica en esta ciudad.

Alejandrina Silva, Mercedes Romero, Aideé Calderón, María de los Ángeles González y Leticia Torres nos reciben con los brazos abiertos, así como lo hacen con aquellas personas que en busca de refugio después de terapias y consultas, acuden a San Vicente por un lugar fresco para descansar.

Gastos y muchas necesidades

Para iniciar con el recorrido, la presidenta de este refugio Alejandrina Silva, nos lleva a través de los dormitorios y baños que están divididos por género, así como por algunas habitaciones privadas que se usan de manera especial para ciertos pacientes.

La tarifa de hospedaje es de 30 pesos los adultos, mientras los niños pagan 15 pesos. Cubriendo esta cantidad, son acreedores del servicio de posada, uso de la cocina junto con una pequeña despensa, agua caliente para bañarse, así como de la disposición del oratorio y los espacios comunes del refugio.

El único requerimiento que las voluntarias piden, es un comprobante de que dicha persona se encuentra en un tratamiento médico, así como una credencial de elector.

Aunque las Vicentinas no dejan de ofrecer su servicios, Alejandrina acepta que existen muchas carencias dentro del recinto, pues la falta de infraestructura y de recursos para la operatividad del lugar, ocasionan complicaciones en el desempeño de este servicio.

“Nos falta tener adaptación para baños pues tienen escalones y no son aptos para sillas de ruedas, también tenemos problemas de humedad y falta mucho recurso para mantener nuestra despensa y pagar nuestros servicios”, expresó.

Mercedes Romero, quien es la vicepresidenta del refugio, explica que los gastos para atender a estas personas se elevan a casi los 14 mil pesos mensuales, entre los pagos de agua, luz, teléfono, la compra de una despensa que ofrecen a los residentes de manera gratuita, así como el salario de dos trabajadores de planta.

Para poder cubrir con estos gastos, se realiza venta de repostería en la Parroquia de La Inmaculada, además de recibir donativos por parte de particulares anónimos y de hijos de vicentinas que ya fallecieron.

También, cuentan con un bazar donde las personas les donan las prendas y ellas las pueden vender en precios desde los 5 pesos, con el fin de recaudar dinero para su operatividad.

La tesorera del refugio Aideé Calderón, explicó que estos servicios y productos no son regalados, pues al ponerle un precio aunque sea solo representativo, los beneficiados le dan un valor distinto.

“Como nos enseñó San Vicente, las cosas no se deben regalar, por eso cobramos 5 o 10 pesos, porque cuando se las regalan no lo valoran igual a cuando les cobras un precio, aunque sea solo representativo”, explica.

Sal de la rutina y hazte Vicentina: el amor por ayudar

El origen de las Voluntarias Vicentinas se remonta hasta el 23 de agosto de 1617, cuando San Vicente de Paul fundó la Cofradía de la Caridad, con la finalidad de combatir la pobreza en la Francia del siglo XVII.

Este objetivo, llega a la asociación civil de las Voluntarias Vicentinas Vallisoletanas, quienes por sola devoción y ánimo de ayudar, empeñan sus vidas en servir a los pobres de distintas maneras.

La presidenta de la asociación, María de los Ángeles reitera que el refugio es solo una parte de su labor, pues también cuentan con comedor comunitario, farmacia con rebajas de descuento y distintos centros de ayuda en todo Morelia.

A su vez, hace una invitación a las mujeres mayores de 20 años que busquen apoyar a la causa a unirse a las Voluntarias Vicentinas, pues refiere que es una forma de colaborar con las necesidades de la sociedad.

“Aquí no tenemos sueldo, aquí todo lo damos de corazón. Si se preguntan desde qué edad se puede ser Vicentina, puede ser desde los 20 años en adelante, mientras podamos caminar, no importa si tienes 50 años o más, puedes ser Vicentina”, expresa.

Para Leticia Torres, el ser Vicentina es más que una vocación, es una herencia que su madre le dejó, pues ella se desempeñó como voluntaria durante 40 años.

Leticia afirma que tardó 6 años para decidir consagrarse con la causa, pues es necesario tomar en cuenta que se inicia una vida de servicio en la que se requiere tener disposición completa de tiempo, pues el apoyo puede ser requerido en cualquier momento.

Esta vocación también la desarrollaron durante la pandemia, pues a pesar de la contingencia sanitaria y las restricciones de apertura, solo cerraron un mes y continuaron trabajando a puertas cerradas.

Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- Dentro del corazón de la colonia Vasco de Quiroga, una de las demarcaciones más antiguas de todo Morelia, un grupo de mujeres dedicadas al servicio al prójimo y consagradas como Voluntarias Vicentinas, quienes dan albergue a los enfermos y a sus familiares que provienen de todo el estado y sus entidades vecinas en el Refugio San Vicente.

Desde hace 37 años, cuando la señora Carmelita Hurtado durante junio de 1984, donó el edificio sobre la calle Colcheros de Parangaricutíro número 37 a la asociación civil de las Vicentinas Vallisoletanas, el cual se remodeló y adaptó para ser el albergue que hoy en día, cuenta con más de 70 lugares para dar posada a los que reciben atención médica en esta ciudad.

Alejandrina Silva, Mercedes Romero, Aideé Calderón, María de los Ángeles González y Leticia Torres nos reciben con los brazos abiertos, así como lo hacen con aquellas personas que en busca de refugio después de terapias y consultas, acuden a San Vicente por un lugar fresco para descansar.

Gastos y muchas necesidades

Para iniciar con el recorrido, la presidenta de este refugio Alejandrina Silva, nos lleva a través de los dormitorios y baños que están divididos por género, así como por algunas habitaciones privadas que se usan de manera especial para ciertos pacientes.

La tarifa de hospedaje es de 30 pesos los adultos, mientras los niños pagan 15 pesos. Cubriendo esta cantidad, son acreedores del servicio de posada, uso de la cocina junto con una pequeña despensa, agua caliente para bañarse, así como de la disposición del oratorio y los espacios comunes del refugio.

El único requerimiento que las voluntarias piden, es un comprobante de que dicha persona se encuentra en un tratamiento médico, así como una credencial de elector.

Aunque las Vicentinas no dejan de ofrecer su servicios, Alejandrina acepta que existen muchas carencias dentro del recinto, pues la falta de infraestructura y de recursos para la operatividad del lugar, ocasionan complicaciones en el desempeño de este servicio.

“Nos falta tener adaptación para baños pues tienen escalones y no son aptos para sillas de ruedas, también tenemos problemas de humedad y falta mucho recurso para mantener nuestra despensa y pagar nuestros servicios”, expresó.

Mercedes Romero, quien es la vicepresidenta del refugio, explica que los gastos para atender a estas personas se elevan a casi los 14 mil pesos mensuales, entre los pagos de agua, luz, teléfono, la compra de una despensa que ofrecen a los residentes de manera gratuita, así como el salario de dos trabajadores de planta.

Para poder cubrir con estos gastos, se realiza venta de repostería en la Parroquia de La Inmaculada, además de recibir donativos por parte de particulares anónimos y de hijos de vicentinas que ya fallecieron.

También, cuentan con un bazar donde las personas les donan las prendas y ellas las pueden vender en precios desde los 5 pesos, con el fin de recaudar dinero para su operatividad.

La tesorera del refugio Aideé Calderón, explicó que estos servicios y productos no son regalados, pues al ponerle un precio aunque sea solo representativo, los beneficiados le dan un valor distinto.

“Como nos enseñó San Vicente, las cosas no se deben regalar, por eso cobramos 5 o 10 pesos, porque cuando se las regalan no lo valoran igual a cuando les cobras un precio, aunque sea solo representativo”, explica.

Sal de la rutina y hazte Vicentina: el amor por ayudar

El origen de las Voluntarias Vicentinas se remonta hasta el 23 de agosto de 1617, cuando San Vicente de Paul fundó la Cofradía de la Caridad, con la finalidad de combatir la pobreza en la Francia del siglo XVII.

Este objetivo, llega a la asociación civil de las Voluntarias Vicentinas Vallisoletanas, quienes por sola devoción y ánimo de ayudar, empeñan sus vidas en servir a los pobres de distintas maneras.

La presidenta de la asociación, María de los Ángeles reitera que el refugio es solo una parte de su labor, pues también cuentan con comedor comunitario, farmacia con rebajas de descuento y distintos centros de ayuda en todo Morelia.

A su vez, hace una invitación a las mujeres mayores de 20 años que busquen apoyar a la causa a unirse a las Voluntarias Vicentinas, pues refiere que es una forma de colaborar con las necesidades de la sociedad.

“Aquí no tenemos sueldo, aquí todo lo damos de corazón. Si se preguntan desde qué edad se puede ser Vicentina, puede ser desde los 20 años en adelante, mientras podamos caminar, no importa si tienes 50 años o más, puedes ser Vicentina”, expresa.

Para Leticia Torres, el ser Vicentina es más que una vocación, es una herencia que su madre le dejó, pues ella se desempeñó como voluntaria durante 40 años.

Leticia afirma que tardó 6 años para decidir consagrarse con la causa, pues es necesario tomar en cuenta que se inicia una vida de servicio en la que se requiere tener disposición completa de tiempo, pues el apoyo puede ser requerido en cualquier momento.

Esta vocación también la desarrollaron durante la pandemia, pues a pesar de la contingencia sanitaria y las restricciones de apertura, solo cerraron un mes y continuaron trabajando a puertas cerradas.

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