/ domingo 22 de mayo de 2022

Tiripetío también ha sido semillero de humanismo: Huberto González en centenario de Normal

Aunque algunos egresados de la Normal ya jubilados no concuerdan con las peticiones de los estudiantes de ahora, reconocen la necesidad de estas escuelas en la sociedad

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- La imagen contemporánea de un normalista de Tiripetío es la capucha, la mano alzada, en un bloqueo donde seguramente hay saqueo a un camión de mercancía o una patrulla a punto de ser incendiada, pero la moneda también tiene otra cara, pulida por la educación, la pedagogía, el valor del esfuerzo y el humanismo, así lo vive Humberto González Carrillo, hoy jubilado, es uno de tres hermanos que estudiaron en la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, alcanzaron el grado de doctor, los tres se distinguieron por ser luchadores sociales y dos de ellos fueron presos políticos en el Palacio Negro de Lecumberri.

Con la piel curtida por el tiempo y la lucha, y su sus palabras bien articuladas al momento de hablar, es difícil adivinar a primera vista la historia de Humberto y saber, por ejemplo, que a los 17 años de edad egresó como maestro de la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga de Tiripetío, o que a esa edad lo mandaron a la sierra, a la comunidad Los Coyotitos, una ranchería de Lázaro Cárdenas que no aparecía en ningún mapa, no tenía camino y no tenía escuela, “con el paso de los años hicimos una brecha, camino que luego la gente usó para irse, hoy aquella comunidad de mis años de juventud está despoblada”, expresa él mismo.

Sus dos hermanos, Cruz González antes que él, y José Luis después, también fueron maestros rurales, igual que su papá, J. Cruz González Esqueda; el destino quiso que los dos hermanos de Humberto, cada uno en su momento, fueran dirigentes del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), años después fueran presos políticos en el Palacio Negro de Lecumberri; perseguidos por su actividad estudiantil en todo el país e incluso fuera de México.

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Humberto pisó pocas veces la cárcel, de entrada, por salida, era perseguido porque en sus años de estudiante sobresalió por ser dirigente de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSUM) en Tiripetío y a nivel Nacional. En su generación muchos estudiantes fueron férreamente perseguidos y hasta desaparecidos, hoy en día no hay una cifra fatal que indique cuántos estudiantes han desaparecido desde el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz; “desde 1966 muchos estudiantes ya eran perseguidos, en 1968 fue el golpe más fuerte, y la persecución continuó por muchos años más. Yo siempre tuve suerte. Me refugié en el Estado de México un tiempo y otros años en Sinaloa, allí tuve la oportunidad de dar clases en la universidad de ese estado”.

La protesta, la organización estudiantil y la causa común los distinguió toda la vida, luchando siempre con la bandera de la educación y el progreso colectivo, como dijo el poeta cantautor, ambos murieron como vivieron, siempre buscando el bien común, de ese talante suelen ser algunas generaciones de la escuela rural.

“Hoy el Gobierno federal abrió un programa de reparación del daño, me pregunto, qué reparación pueden hacerme a mí, o a muchos otros a los que persiguieron, pero es un tema que de manera particular cada persona tiene que valorar y decidir cómo tomarlo”, asentó Humberto.

Otras formas de ver la ley

Cuando incansablemente se reza que la educación debe ser laica, gratuita y obligatoria para todos los mexicanos, lo recitamos como un padre nuestro, pero su significado intrínseco sólo se vive en una escuela rural, más en aquellas que eran semillero de maestros que tendrían que regresar al campo a seguir educando y alfabetizando a las familia campesinas, ese fue su espíritu revolucionario, explica Humberto.

“La Escuela Normal de Tiripetío fue la primera en México y en América Latina, y era una respuesta a las causas que habían perseguido la Revolución Mexicana, era laica para abrir más escuelas a parte de las que tenía el clero; gratuita para que se crearan programas institucionales y obligar al gobierno a invertir en educación, y obligatoria para darle la oportunidad de estudiar a todas las mujeres y todas las personas que quisieran hacerlo”, dijo.

Aunque Humberto no comparte la actual organización de los normalistas, le queda claro que hoy los estudiantes salen a manifestarse porque los han obligado, hace muchos años que los pliegos petitorios son los mismos: mejores condiciones de estancia, más estudiantes y más oportunidades de educación para el sector campesino, “cuando yo entré a la normal, hace 50 años, concursamos mil estudiantes, 500 hicieron el examen en la región de Zitácuaro y otros 500 de la región de Pátzcuaro, de ambos exámenes sólo 70 alumnos fuimos admitidos, menos del 10% de los concursantes”.

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Ahora que Humberto ya está jubilado la matrícula de nuevo ingreso a esta escuela es de 150 estudiantes en el nuevo ciclo escolar, y más de seis mil interesados presentan el examen de admisión. “Siempre han amagado con cerrar la escuela. Cuando se fundó, el 22 de mayo de 1922, fue abierta inicialmente en Tacámbaro, en una franca lucha educativa contra el clero, porque allí era la capital del estado y allí estaban los seminarios y los conventos. Lamentablemente la escuela duró muy poco tiempo allí. Hoy Tacámbaro sigue siendo un gran centro de tradición educativa religiosa”, expresa Humberto en entrevista para El Sol de Morelia.

De Tacámbaro la escuela fue trasladada a la ex hacienda La Encarnación, en el municipio de Zitácuaro, y después de algunos años, se trasladó nuevamente a la ex hacienda de Coapa, Tiripetío. Las escuelas normales rurales siempre han ocupado cascos de haciendas, porque los estudiantes tenían que educarse para atender y entender su entorno, y si hoy las escuelas normales están olvidadas, son un claro reflejo del contexto que vive el campo mexicano.

El activismo se aprende para toda la vida

Desde su egreso de Tiripetío, Humberto ha tenido la oportunidad de impartir clases en infinidad de escuelas, desde primaria hasta universidades, además de ser asesor de tesis a nivel licenciatura y posgrados.

“Con mis hermanos compartimos muchas causas comunes, una vez coincidimos en Berlín, nos vimos frente al Palacio Nacional de aquel país, y pensábamos que sería muy poco probable que tres mexicanos, siendo hermanos y siendo egresados de la escuela normal de Tiripetío, estuviéramos en aquel país estudiando cada uno un posgrado.

A muchos años de distancia, ese activista de Tiripetío fundó la primaria donde hoy es su colonia, la inició en su propia casa, allí mismo fundó también un preescolar, aunque ahora está jubilado no olvida que en la Escuela Normal de Tiripetío se enseñó a educar y servir a la comunidad.

Los murales y el deterioro del edificio también cuentan la historia

La grandeza de la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, en Tiripetio parece desvanecerse al llegar a su primer centenario. Esta institución fue la primera de su tipo en México y en toda América Latina, el esplendor de los años de mayor auge contrasta apenas con los murales que revelan el coraje y el arrojo del carácter estudiantil, lo cierto es que esta institución ha flaqueado en su organización interna, los mismos muros que sostienen expresivos murales parecen amenazados por el paso del tiempo, muy en su interior de la escuela de Tiripetío se puede apreciar el caos generado por una lucha entre las ganas de estudiar y las condiciones que rallan en lo inhumano para vivir en un albergue que delata la falta de mantenimiento.

No está abandonado, porque cientos de moradores viven en esos edificios donde las paredes se minan o donde las baldosas de las alcantarillas delatan la incapacidad funcional de los drenajes. En un contexto propio de las novelas de Franz Kafka al que se le pueden agregar narcocorridos que emergen desde cocinas que compiten por hacerse escuchar, los estudiantes sobrellevan el día y festejan a su manera los primeros 100 años de existencia, la decadencia y la juventud ponen a prueba ese aforismo de Federico Nietzsche cuando soltó: “es necesario un caos para dar a luz una estrella danzarina”.

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Es innegable el expresionismo de sus murales que plasman fechas y organizaciones campesinas a fines a las causas normalistas, pero esta historia amurallada ha sido insuficiente para evitar que la Normal de Tiripetío “ceda terreno” y pierda el fundamento de su escénica, de las parcelas de varias hectáreas que tenían los estudiantes para aprender a cultivar alimento, al menos hasta la primera mitad de su siglo de existencia, ahora tienen apenas una hortaliza que no pasa de 20 metros cuadrados, y el establo donde aprendían nociones básicas de veterinaria hoy se ve reducido a un rincón donde anuncian con un letrero la crianza de conejos.

Detrás de ese último bosquejo de granja hay un montículo de tierra recién removida, una veladora sobre él emula una especie de tumba pequeña, vaticinando tal vez el final de una esplendorosa institución, o haciendo evidente que a pesar de las circunstancias la llama sigue viva.

Desde su nacimiento la escuela rural perseguía que se alfabetizaran a hijos de obreros y campesinos; sus primeros 50 años sólo fue para mujeres, hoy se caracteriza por ser una de las instituciones que más ha protagonizado protestas y movimientos junto a grupos magisteriales, los últimos 15 años sus movimientos han protestado bajo el argumento de exigir plazas automáticas para sus egresados, beneficio que les fue retirado en el 2008, durante administración estatal que encabezó Fausto Vallejo Figueroa.

Las protestas muchas veces se salen de control, los estudiantes incendian vehículos o hasta secuestran camiones con tal de llamar la atención y obligar la entrega de plazas.

Historia del edificio

“Se necesita sangre tipo Tiripetío para los michoacanos”, así reza la oración escrita sobre la fachada principal de la Normal, creada en mayo de 1922. Se instaló sobre el casco de una gran hacienda en la región cañera de Michoacán, hoy en día aún se corta caña de azúcar en esta zona para el ingenio de Pedernales, construido a unos 50 kilómetros de esta antigua hacienda.

Son 100 años de historia educativa los que han contado los muros de esta escuela, cada generación de estudiantes pelea una placa en los muros de cantera rosa. En bronce, en granito, en placas de plástico, en cobre o en acero, cada generación ha dejado aquí estampado el recuerdo de su paso. La placa más antigua data de 1959, exalta una leyenda con letras de bronce: “Con gratitud y cariño a nuestra escuela normal, generación 1959-1964”.

Junto a esta placa se incrustó otra en el año 2019, en ella se rememora el final de la Normal rural para educadoras, a medio siglo de su creación, con letras plateadas consigna la leyenda: “Esc. Nor. Rur. Vasco de Quiroga, con cariño y gratitud a nuestra querida escuela: 50 aniversario de nuestra clausura, generación 1964-1969, Educación y progreso. Última generación de mujeres”.

La fachada principal permanece flanqueada por una bandera roja que pende de la azotea hasta el piso, con letras negras y la mano izquierda en alto, ondea al viento con el nombre de las 14 normales rurales mexicanas que siguen del lado de la resistencia: Panotla, Tlaxcala; Amilcingo, Morelos; Ayotzinapa, Guerrero; Tamazolapan, Oaxaca; Tiripetío, Michoacán; El Quinto, Sonora; Aguilera, Durango; Saucillo, Coahuila; El Cedral, San Luis Potosí; San Marcos, Zacatecas; Cañada Honda, Aguascalientes; Atequiza, Jalisco; Tenería, Estado de México; Cherán, Michoacán; Mactumactza, Chiapas; Hecelchecan, Campeche y Teteles, Puebla.

Los pueblos deben resistir hasta que la lucha termine: David Cabañas

El coraje y la indignación no se deben acabar nunca, porque el imperialismo va a caer un día y los pueblos deben seguir existiendo, este fue el llamado de David Cabañas Barrientos, hermano de Lucio Cabañas e invitado especial en la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, en el marco del festejo por los 100 años de existencia de este centro educativo.

Formado en la lucha social, al igual que su hermano, frente a estudiantes e invitados David narró la historia que vio nacer el movimiento social que a nivel nacional abanderó Lucio Cabañas. La historia inició la noche del 8 de noviembre de 1957, cuando los policías municipales de Atoyac, Guerrero, mataron a su papá. “Lo mataron porque podían, porque no había ley, ni justicia, ni ministerio público. Ese día mi hermano, que había egresado de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, dijo que el Gobierno se había ganado un enemigo más, y así comenzó su rebelión con el Partido de los Pobres”, rememoró David.

En el casco de la vieja hacienda de Tiri, David, hoy docente de la Facultad de Leyes de la UNAM, reiteró que no ha dejado la causa popular, su lucha continúa y así seguirá mientras le quede aliento, ya no en forma de guerrilla, ahora en forma de resistencia intelectual y siempre en forma de educación.

“La primera batalla que enarboló mi hermano fue para impedir el saqueo de madera. Allá en el pueblo, la gente lo buscó para que los ayudara a detener la tala clandestina, destruyeron un camino para impedir el paso de camiones y así inició el levantamiento contra los capitalistas, desde entonces eran los empresarios los que querían matarlo, por eso se fue a vivir en la clandestinidad en el cerro, y a pesar de eso lo buscaban en todo México, pero los campesinos y los maestros sabían dónde encontrarlo”, rememoró David Cabañas.

Desde Tiripetío, la primera escuela normal rural de América Latina, David recuerda que la educación fue siempre uno de los objetivos principales de la lucha social, pero Lucio Cabañas tenía otros objetivos, su lucha era por la desaparición de poderes, porque en Atoyac los policías mataban a destajo, eso se repetía en muchos lugares del país, y lo vivió en todo su movimiento desde 1858 a 1967, a raíz de este movimiento en la costa de Guerrero comenzaron las primeras desapariciones de personas por grupos paramilitares, los desaparecidos eran maestros a los que Lucio estaba organizando.

“Para entonces el Gobierno había dado una orden, ‘no debe quedar nadie de la familia Cabañas’. Tuvimos que emprender la lucha también y cambiarnos de nombre. Yo tuve 19 nombres diferentes, mi hermano sólo se cambió el nombre una vez, él se llamaba 'Lucío', y dicen que con un cuchillo se arrancó el acento”, bromeó David Cabañas.

Reveló también un pasaje histórico sobre la muerte de su hermano, que a Lucio Cabañas no lo mató el Ejército, cuando se vio rodeado él mismo se quitó la vida, eso fue tras una batalla en El Otatal, municipio de Tecpan, Guerrero, la mañana del 2 de diciembre de 1974.

Te podría interesar: A través de Fonemich pagarán nómina federalizada a magisterio

Hoy, a 100 años de existencia, que se cumplen el 22 de mayo, se concibe a la Normal de Tiri como un centro del acto de resistencia, y de una la rebeldía que ha generado un estigma de desprestigio sobre las normales rurales de todo el país, por eso los estudiantes, docentes y pedagogos quieren mostrar o otra cara de la moneda con este evento denominado 1er Congreso Estudiantil de México, Por la Liberación de la Juventud y la Clase Trabajadora.

Aun así, David Cabañas insistió en el llamada de resistencia, “no vengo aquí porque me sobre tiempo, o porque quiero pasarme, vengo a decirles que la lucha no ha terminado, que deben seguir resistiendo, porque siempre habrá ataques, persecución, desapariciones forzadas, por eso debemos resistirnos, hemos logrado muchas conquistas, pero aún siguen manteniendo a pueblos enteros en pobreza. Nuestra lucha no ha concluido y tal vez muchos no alcanzaremos a ver el final, el capitalismo tiene muchas caras y está infiltrado en todas partes, tenemos que seguir avanzando y educando a los pueblos”, llamó Cabañas.

A esta celebración David Cabañas acudió a este evento acompañado de un nutrido grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la UNAM, además de otras luchadoras y luchadores sociales que han participado en la resistencia desde antes y después del movimiento estudiantil de 1968; el pasado sábado 21 de mayo se realizará el mayor evento para celebrar 100 años de la existencia de la Normal Rural Vasco de Quiroga en Tiripetío, Michoacán.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- La imagen contemporánea de un normalista de Tiripetío es la capucha, la mano alzada, en un bloqueo donde seguramente hay saqueo a un camión de mercancía o una patrulla a punto de ser incendiada, pero la moneda también tiene otra cara, pulida por la educación, la pedagogía, el valor del esfuerzo y el humanismo, así lo vive Humberto González Carrillo, hoy jubilado, es uno de tres hermanos que estudiaron en la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, alcanzaron el grado de doctor, los tres se distinguieron por ser luchadores sociales y dos de ellos fueron presos políticos en el Palacio Negro de Lecumberri.

Con la piel curtida por el tiempo y la lucha, y su sus palabras bien articuladas al momento de hablar, es difícil adivinar a primera vista la historia de Humberto y saber, por ejemplo, que a los 17 años de edad egresó como maestro de la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga de Tiripetío, o que a esa edad lo mandaron a la sierra, a la comunidad Los Coyotitos, una ranchería de Lázaro Cárdenas que no aparecía en ningún mapa, no tenía camino y no tenía escuela, “con el paso de los años hicimos una brecha, camino que luego la gente usó para irse, hoy aquella comunidad de mis años de juventud está despoblada”, expresa él mismo.

Sus dos hermanos, Cruz González antes que él, y José Luis después, también fueron maestros rurales, igual que su papá, J. Cruz González Esqueda; el destino quiso que los dos hermanos de Humberto, cada uno en su momento, fueran dirigentes del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), años después fueran presos políticos en el Palacio Negro de Lecumberri; perseguidos por su actividad estudiantil en todo el país e incluso fuera de México.

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Humberto pisó pocas veces la cárcel, de entrada, por salida, era perseguido porque en sus años de estudiante sobresalió por ser dirigente de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSUM) en Tiripetío y a nivel Nacional. En su generación muchos estudiantes fueron férreamente perseguidos y hasta desaparecidos, hoy en día no hay una cifra fatal que indique cuántos estudiantes han desaparecido desde el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz; “desde 1966 muchos estudiantes ya eran perseguidos, en 1968 fue el golpe más fuerte, y la persecución continuó por muchos años más. Yo siempre tuve suerte. Me refugié en el Estado de México un tiempo y otros años en Sinaloa, allí tuve la oportunidad de dar clases en la universidad de ese estado”.

La protesta, la organización estudiantil y la causa común los distinguió toda la vida, luchando siempre con la bandera de la educación y el progreso colectivo, como dijo el poeta cantautor, ambos murieron como vivieron, siempre buscando el bien común, de ese talante suelen ser algunas generaciones de la escuela rural.

“Hoy el Gobierno federal abrió un programa de reparación del daño, me pregunto, qué reparación pueden hacerme a mí, o a muchos otros a los que persiguieron, pero es un tema que de manera particular cada persona tiene que valorar y decidir cómo tomarlo”, asentó Humberto.

Otras formas de ver la ley

Cuando incansablemente se reza que la educación debe ser laica, gratuita y obligatoria para todos los mexicanos, lo recitamos como un padre nuestro, pero su significado intrínseco sólo se vive en una escuela rural, más en aquellas que eran semillero de maestros que tendrían que regresar al campo a seguir educando y alfabetizando a las familia campesinas, ese fue su espíritu revolucionario, explica Humberto.

“La Escuela Normal de Tiripetío fue la primera en México y en América Latina, y era una respuesta a las causas que habían perseguido la Revolución Mexicana, era laica para abrir más escuelas a parte de las que tenía el clero; gratuita para que se crearan programas institucionales y obligar al gobierno a invertir en educación, y obligatoria para darle la oportunidad de estudiar a todas las mujeres y todas las personas que quisieran hacerlo”, dijo.

Aunque Humberto no comparte la actual organización de los normalistas, le queda claro que hoy los estudiantes salen a manifestarse porque los han obligado, hace muchos años que los pliegos petitorios son los mismos: mejores condiciones de estancia, más estudiantes y más oportunidades de educación para el sector campesino, “cuando yo entré a la normal, hace 50 años, concursamos mil estudiantes, 500 hicieron el examen en la región de Zitácuaro y otros 500 de la región de Pátzcuaro, de ambos exámenes sólo 70 alumnos fuimos admitidos, menos del 10% de los concursantes”.

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Ahora que Humberto ya está jubilado la matrícula de nuevo ingreso a esta escuela es de 150 estudiantes en el nuevo ciclo escolar, y más de seis mil interesados presentan el examen de admisión. “Siempre han amagado con cerrar la escuela. Cuando se fundó, el 22 de mayo de 1922, fue abierta inicialmente en Tacámbaro, en una franca lucha educativa contra el clero, porque allí era la capital del estado y allí estaban los seminarios y los conventos. Lamentablemente la escuela duró muy poco tiempo allí. Hoy Tacámbaro sigue siendo un gran centro de tradición educativa religiosa”, expresa Humberto en entrevista para El Sol de Morelia.

De Tacámbaro la escuela fue trasladada a la ex hacienda La Encarnación, en el municipio de Zitácuaro, y después de algunos años, se trasladó nuevamente a la ex hacienda de Coapa, Tiripetío. Las escuelas normales rurales siempre han ocupado cascos de haciendas, porque los estudiantes tenían que educarse para atender y entender su entorno, y si hoy las escuelas normales están olvidadas, son un claro reflejo del contexto que vive el campo mexicano.

El activismo se aprende para toda la vida

Desde su egreso de Tiripetío, Humberto ha tenido la oportunidad de impartir clases en infinidad de escuelas, desde primaria hasta universidades, además de ser asesor de tesis a nivel licenciatura y posgrados.

“Con mis hermanos compartimos muchas causas comunes, una vez coincidimos en Berlín, nos vimos frente al Palacio Nacional de aquel país, y pensábamos que sería muy poco probable que tres mexicanos, siendo hermanos y siendo egresados de la escuela normal de Tiripetío, estuviéramos en aquel país estudiando cada uno un posgrado.

A muchos años de distancia, ese activista de Tiripetío fundó la primaria donde hoy es su colonia, la inició en su propia casa, allí mismo fundó también un preescolar, aunque ahora está jubilado no olvida que en la Escuela Normal de Tiripetío se enseñó a educar y servir a la comunidad.

Los murales y el deterioro del edificio también cuentan la historia

La grandeza de la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, en Tiripetio parece desvanecerse al llegar a su primer centenario. Esta institución fue la primera de su tipo en México y en toda América Latina, el esplendor de los años de mayor auge contrasta apenas con los murales que revelan el coraje y el arrojo del carácter estudiantil, lo cierto es que esta institución ha flaqueado en su organización interna, los mismos muros que sostienen expresivos murales parecen amenazados por el paso del tiempo, muy en su interior de la escuela de Tiripetío se puede apreciar el caos generado por una lucha entre las ganas de estudiar y las condiciones que rallan en lo inhumano para vivir en un albergue que delata la falta de mantenimiento.

No está abandonado, porque cientos de moradores viven en esos edificios donde las paredes se minan o donde las baldosas de las alcantarillas delatan la incapacidad funcional de los drenajes. En un contexto propio de las novelas de Franz Kafka al que se le pueden agregar narcocorridos que emergen desde cocinas que compiten por hacerse escuchar, los estudiantes sobrellevan el día y festejan a su manera los primeros 100 años de existencia, la decadencia y la juventud ponen a prueba ese aforismo de Federico Nietzsche cuando soltó: “es necesario un caos para dar a luz una estrella danzarina”.

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Es innegable el expresionismo de sus murales que plasman fechas y organizaciones campesinas a fines a las causas normalistas, pero esta historia amurallada ha sido insuficiente para evitar que la Normal de Tiripetío “ceda terreno” y pierda el fundamento de su escénica, de las parcelas de varias hectáreas que tenían los estudiantes para aprender a cultivar alimento, al menos hasta la primera mitad de su siglo de existencia, ahora tienen apenas una hortaliza que no pasa de 20 metros cuadrados, y el establo donde aprendían nociones básicas de veterinaria hoy se ve reducido a un rincón donde anuncian con un letrero la crianza de conejos.

Detrás de ese último bosquejo de granja hay un montículo de tierra recién removida, una veladora sobre él emula una especie de tumba pequeña, vaticinando tal vez el final de una esplendorosa institución, o haciendo evidente que a pesar de las circunstancias la llama sigue viva.

Desde su nacimiento la escuela rural perseguía que se alfabetizaran a hijos de obreros y campesinos; sus primeros 50 años sólo fue para mujeres, hoy se caracteriza por ser una de las instituciones que más ha protagonizado protestas y movimientos junto a grupos magisteriales, los últimos 15 años sus movimientos han protestado bajo el argumento de exigir plazas automáticas para sus egresados, beneficio que les fue retirado en el 2008, durante administración estatal que encabezó Fausto Vallejo Figueroa.

Las protestas muchas veces se salen de control, los estudiantes incendian vehículos o hasta secuestran camiones con tal de llamar la atención y obligar la entrega de plazas.

Historia del edificio

“Se necesita sangre tipo Tiripetío para los michoacanos”, así reza la oración escrita sobre la fachada principal de la Normal, creada en mayo de 1922. Se instaló sobre el casco de una gran hacienda en la región cañera de Michoacán, hoy en día aún se corta caña de azúcar en esta zona para el ingenio de Pedernales, construido a unos 50 kilómetros de esta antigua hacienda.

Son 100 años de historia educativa los que han contado los muros de esta escuela, cada generación de estudiantes pelea una placa en los muros de cantera rosa. En bronce, en granito, en placas de plástico, en cobre o en acero, cada generación ha dejado aquí estampado el recuerdo de su paso. La placa más antigua data de 1959, exalta una leyenda con letras de bronce: “Con gratitud y cariño a nuestra escuela normal, generación 1959-1964”.

Junto a esta placa se incrustó otra en el año 2019, en ella se rememora el final de la Normal rural para educadoras, a medio siglo de su creación, con letras plateadas consigna la leyenda: “Esc. Nor. Rur. Vasco de Quiroga, con cariño y gratitud a nuestra querida escuela: 50 aniversario de nuestra clausura, generación 1964-1969, Educación y progreso. Última generación de mujeres”.

La fachada principal permanece flanqueada por una bandera roja que pende de la azotea hasta el piso, con letras negras y la mano izquierda en alto, ondea al viento con el nombre de las 14 normales rurales mexicanas que siguen del lado de la resistencia: Panotla, Tlaxcala; Amilcingo, Morelos; Ayotzinapa, Guerrero; Tamazolapan, Oaxaca; Tiripetío, Michoacán; El Quinto, Sonora; Aguilera, Durango; Saucillo, Coahuila; El Cedral, San Luis Potosí; San Marcos, Zacatecas; Cañada Honda, Aguascalientes; Atequiza, Jalisco; Tenería, Estado de México; Cherán, Michoacán; Mactumactza, Chiapas; Hecelchecan, Campeche y Teteles, Puebla.

Los pueblos deben resistir hasta que la lucha termine: David Cabañas

El coraje y la indignación no se deben acabar nunca, porque el imperialismo va a caer un día y los pueblos deben seguir existiendo, este fue el llamado de David Cabañas Barrientos, hermano de Lucio Cabañas e invitado especial en la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, en el marco del festejo por los 100 años de existencia de este centro educativo.

Formado en la lucha social, al igual que su hermano, frente a estudiantes e invitados David narró la historia que vio nacer el movimiento social que a nivel nacional abanderó Lucio Cabañas. La historia inició la noche del 8 de noviembre de 1957, cuando los policías municipales de Atoyac, Guerrero, mataron a su papá. “Lo mataron porque podían, porque no había ley, ni justicia, ni ministerio público. Ese día mi hermano, que había egresado de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, dijo que el Gobierno se había ganado un enemigo más, y así comenzó su rebelión con el Partido de los Pobres”, rememoró David.

En el casco de la vieja hacienda de Tiri, David, hoy docente de la Facultad de Leyes de la UNAM, reiteró que no ha dejado la causa popular, su lucha continúa y así seguirá mientras le quede aliento, ya no en forma de guerrilla, ahora en forma de resistencia intelectual y siempre en forma de educación.

“La primera batalla que enarboló mi hermano fue para impedir el saqueo de madera. Allá en el pueblo, la gente lo buscó para que los ayudara a detener la tala clandestina, destruyeron un camino para impedir el paso de camiones y así inició el levantamiento contra los capitalistas, desde entonces eran los empresarios los que querían matarlo, por eso se fue a vivir en la clandestinidad en el cerro, y a pesar de eso lo buscaban en todo México, pero los campesinos y los maestros sabían dónde encontrarlo”, rememoró David Cabañas.

Desde Tiripetío, la primera escuela normal rural de América Latina, David recuerda que la educación fue siempre uno de los objetivos principales de la lucha social, pero Lucio Cabañas tenía otros objetivos, su lucha era por la desaparición de poderes, porque en Atoyac los policías mataban a destajo, eso se repetía en muchos lugares del país, y lo vivió en todo su movimiento desde 1858 a 1967, a raíz de este movimiento en la costa de Guerrero comenzaron las primeras desapariciones de personas por grupos paramilitares, los desaparecidos eran maestros a los que Lucio estaba organizando.

“Para entonces el Gobierno había dado una orden, ‘no debe quedar nadie de la familia Cabañas’. Tuvimos que emprender la lucha también y cambiarnos de nombre. Yo tuve 19 nombres diferentes, mi hermano sólo se cambió el nombre una vez, él se llamaba 'Lucío', y dicen que con un cuchillo se arrancó el acento”, bromeó David Cabañas.

Reveló también un pasaje histórico sobre la muerte de su hermano, que a Lucio Cabañas no lo mató el Ejército, cuando se vio rodeado él mismo se quitó la vida, eso fue tras una batalla en El Otatal, municipio de Tecpan, Guerrero, la mañana del 2 de diciembre de 1974.

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Hoy, a 100 años de existencia, que se cumplen el 22 de mayo, se concibe a la Normal de Tiri como un centro del acto de resistencia, y de una la rebeldía que ha generado un estigma de desprestigio sobre las normales rurales de todo el país, por eso los estudiantes, docentes y pedagogos quieren mostrar o otra cara de la moneda con este evento denominado 1er Congreso Estudiantil de México, Por la Liberación de la Juventud y la Clase Trabajadora.

Aun así, David Cabañas insistió en el llamada de resistencia, “no vengo aquí porque me sobre tiempo, o porque quiero pasarme, vengo a decirles que la lucha no ha terminado, que deben seguir resistiendo, porque siempre habrá ataques, persecución, desapariciones forzadas, por eso debemos resistirnos, hemos logrado muchas conquistas, pero aún siguen manteniendo a pueblos enteros en pobreza. Nuestra lucha no ha concluido y tal vez muchos no alcanzaremos a ver el final, el capitalismo tiene muchas caras y está infiltrado en todas partes, tenemos que seguir avanzando y educando a los pueblos”, llamó Cabañas.

A esta celebración David Cabañas acudió a este evento acompañado de un nutrido grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la UNAM, además de otras luchadoras y luchadores sociales que han participado en la resistencia desde antes y después del movimiento estudiantil de 1968; el pasado sábado 21 de mayo se realizará el mayor evento para celebrar 100 años de la existencia de la Normal Rural Vasco de Quiroga en Tiripetío, Michoacán.

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