Los estados norteamericanos en los que está vigente la pena de muerte tienen un problema desde hace años: los medicamentos necesarios para ejecutar las penas escasean. ¿El motivo? Las farmacéuticas no quieren que se mate con sus productos y, por tanto, han dejado de suministrarlos.
Ante este panorama, a los estados de Nevada y Nebraska se les ocurrió la idea de utilizar una combinación de opioides como inyección letal. Pero médicos y otros detractores de la medida argumentaron en contra y, finalmente, los tribunales aplazaron dos ejecuciones. Y de nuevo se plantea el tema: ¿existe una manera humana de matar?
Sin medicamentos
En los 31 estados de Estados Unidos en los que tiene vigencia la pena de muerte la inyección letal es desde hace décadas la forma de llevarla a cabo. Pero desde 2010, la cada vez mayor escasez de medicamentos está desatando todo tipo de debates, pues la búsqueda de alternativas como el sedante Midazolam acaba no pocas veces con una larga y cruenta lucha contra la muerte. Y ahora, incluso el Midazolam escasea.
Por eso, tanto en Nebraska como en Nevada está previsto apostar por el fentanilo, un opioide sintético que actúa como potente narcótico con un efecto 120 veces superior al de la morfina y que, ingerido en grandes cantidades, resulta letal. Además, hay una enorme disponibilidad.
”Simplemente lo pedimos a nuestro mayorista farmacéutico, como cualquier otro medicamento, y nos lo suministran” contó una portavoz de las autoridades penitenciarias de Nevada a The Washington Post.
Sin embargo, la pena máxima mediante fentanilo también puede ser tortuosa, sostienen algunos críticos.
Scott Dozier, de 47 años, iba a convertirse el pasado noviembre en el primer ejecutado con este método. Primero tenía que tomar Valium, luego fentanilo y finalmente un bloqueante neuromuscular. Sin embargo, un tribunal acabó también parándolo.
”Si los dos primeros medicamentos no funcionan como está previsto, o si se inyectan de manera errónea, como ha sucedido en tantos casos, la persona está despierta y consciente, intenta respirar pero es totalmente incapaz de moverse”, explica Mark Heath, anestesista de la Universidad de Columbia. Pero para un observador, esta lucha contra la muerte pasa prácticamente desapercibida.
Temores similares son los que se cernieron sobre la ejecución, también aplazada, del mexicano José Sandoval en Nebraska. A él iba a administrársele un cuarto preparado adicional: un compuesto químico (el cloruro de potasio) que provoca el paro cardíaco, pero que también genera quemaduras internas.
”No existe ninguna base médica ni científica. Sólo se trata de una serie de intentos: hacer acopio de medicamentos, probarlos en presos y observar si mueren y cómo lo hacen”, critica el anestesista Joel Zivot, de la Universidad Emory.
Ante semejantes complicaciones, algunos estados están volviendo a poner sobre la mesa argumentos jurídicos en pro de otros métodos para llevar a cabo las ejecuciones, como por ejemplo el uso de nitrógeno como gas letal o la muerte por disparo.
También la jurista Deborah Denno (Universidad de Fordham), que lleva más de dos décadas especializada en la pena de muerte, considera este último como el método que provoca menos incidentes causantes de sufrimiento. En su opinión, el motivo por el que se sigue apostando por alternativas químicas es porque en realidad, no se piensa en el condenado. “Se piensa en quienes están presentes. No queremos que una ejecución parezca lo que realmente es: alguien que mata a otra persona”.
Fentanilo, un opioide sintético que actúa como potente narcótico con un efecto 120 veces superior al de la morfina y que, ingerido en grandes cantidades, resulta letal.