/ martes 30 de enero de 2024

Evangelio laico

Este cinco de febrero se cumplirá el aniversario 107 de haber sido promulgada nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un documento de indiscutible valía en cuanto al orden jurídico regulador en nuestro país.

Nuestra ley fundamental es un muestrario interminable de la edad, circunstancias e historia de México. El 5 de febrero de 1917 nuestro país presentaba otras características porque en 1910 la revolución cobrara su vigor ante la demanda por una democracia que rompiera la inamovible, hasta entonces, administración de Porfirio Díaz plagada de claroscuros, un régimen envejecido con todo y su elite de los científicos. Francisco I. Madero izaba la bandera del sufragio efectivo no reelección, la misma que Díaz usó contra Benito Juárez en el siglo XIX.

El orden va de la mano de la gobernabilidad, actualmente sufrimos la irrupción, con todas sus consecuencias, de los poderes fácticos, tal empoderamiento refleja un retrato de nuestra realidad, un fresco inequívoco de la violencia hermanada a la ilegalidad, la impunidad como azote.

Nuestra Constitución registra una kilométrica lista de enmiendas, adiciones y cambios que en algunos casos obedecen a situaciones plenamente justificadas, en otros son el reflejo de la visión, equivocada o no, de los mandatarios y el Poder Legislativo.

Si hablamos de la historia de las constituciones, habría que recordar el antecedente más cercano a la promulgada en 1917, en primer término habría que acudir al referente del siglo XIX y la generación lustrosa de la Reforma de 1857 que con la Carta Magna de entonces vendrían a sentar las bases del estado laico, una visión de estadistas acompañaría a los legisladores en aquel tiempo y personajes como Benito Juárez. Melchor Ocampo brilló con luz propia para introducir a nuestro país por un camino proyectado a la modernidad para sacudir de una vez por todas las brumas espesas de la superstición medieval y dar pasos firmes a un cambio social, la ruptura de paradigmas.

La Constitución de 1917 promulgada en Querétaro, en el entonces teatro Agustín de Iturbide, ahora llamado de La República, llegó en un momento crucial cuando los caminos de herradura de México aún destilaban la sangre revolucionaria en el forje de caudillos, en férreo combate por el poder temporal, los tiempos de las levas y la incertidumbre.

El contenido del documento constitucional en 1917 reconoce derechos universales, ratifica la educación laica, reitera la separación iglesia-Estado; el artículo 123 es baluarte para la defensa de la clase trabajadora. Se trató de un compendio legal y moderno para aquellos tiempos convulsionados.

Más allá de los debates que se suscitan con frecuencia entre quienes hablan de introducir más reformas o de los que exigen un nuevo constituyente, el asunto toral está en cumplir con la aplicación de la norma, esto implica ser un país auténticamente de leyes que se apliquen para evitar con ello la impunidad.

La impunidad implica que no existe la aplicación de castigo, la procuración y administración de justicia en nuestro país son elementos con asignaturas pendientes, más allá de pronunciar estentóreos discursos a favor de un nuevo constituyente lo fundamental es asumir a plenitud la responsabilidad.

Como lo indica el epitafio de los constituyentes, nuestra Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917 fue el evangelio laico escrito por hombres libres.


Presidente de la Crónica de Paracho 2020-2022, Trabajó como Secretario en Secretaría de Difusión Cultural y Extensión Universitaria.

Este cinco de febrero se cumplirá el aniversario 107 de haber sido promulgada nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un documento de indiscutible valía en cuanto al orden jurídico regulador en nuestro país.

Nuestra ley fundamental es un muestrario interminable de la edad, circunstancias e historia de México. El 5 de febrero de 1917 nuestro país presentaba otras características porque en 1910 la revolución cobrara su vigor ante la demanda por una democracia que rompiera la inamovible, hasta entonces, administración de Porfirio Díaz plagada de claroscuros, un régimen envejecido con todo y su elite de los científicos. Francisco I. Madero izaba la bandera del sufragio efectivo no reelección, la misma que Díaz usó contra Benito Juárez en el siglo XIX.

El orden va de la mano de la gobernabilidad, actualmente sufrimos la irrupción, con todas sus consecuencias, de los poderes fácticos, tal empoderamiento refleja un retrato de nuestra realidad, un fresco inequívoco de la violencia hermanada a la ilegalidad, la impunidad como azote.

Nuestra Constitución registra una kilométrica lista de enmiendas, adiciones y cambios que en algunos casos obedecen a situaciones plenamente justificadas, en otros son el reflejo de la visión, equivocada o no, de los mandatarios y el Poder Legislativo.

Si hablamos de la historia de las constituciones, habría que recordar el antecedente más cercano a la promulgada en 1917, en primer término habría que acudir al referente del siglo XIX y la generación lustrosa de la Reforma de 1857 que con la Carta Magna de entonces vendrían a sentar las bases del estado laico, una visión de estadistas acompañaría a los legisladores en aquel tiempo y personajes como Benito Juárez. Melchor Ocampo brilló con luz propia para introducir a nuestro país por un camino proyectado a la modernidad para sacudir de una vez por todas las brumas espesas de la superstición medieval y dar pasos firmes a un cambio social, la ruptura de paradigmas.

La Constitución de 1917 promulgada en Querétaro, en el entonces teatro Agustín de Iturbide, ahora llamado de La República, llegó en un momento crucial cuando los caminos de herradura de México aún destilaban la sangre revolucionaria en el forje de caudillos, en férreo combate por el poder temporal, los tiempos de las levas y la incertidumbre.

El contenido del documento constitucional en 1917 reconoce derechos universales, ratifica la educación laica, reitera la separación iglesia-Estado; el artículo 123 es baluarte para la defensa de la clase trabajadora. Se trató de un compendio legal y moderno para aquellos tiempos convulsionados.

Más allá de los debates que se suscitan con frecuencia entre quienes hablan de introducir más reformas o de los que exigen un nuevo constituyente, el asunto toral está en cumplir con la aplicación de la norma, esto implica ser un país auténticamente de leyes que se apliquen para evitar con ello la impunidad.

La impunidad implica que no existe la aplicación de castigo, la procuración y administración de justicia en nuestro país son elementos con asignaturas pendientes, más allá de pronunciar estentóreos discursos a favor de un nuevo constituyente lo fundamental es asumir a plenitud la responsabilidad.

Como lo indica el epitafio de los constituyentes, nuestra Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917 fue el evangelio laico escrito por hombres libres.


Presidente de la Crónica de Paracho 2020-2022, Trabajó como Secretario en Secretaría de Difusión Cultural y Extensión Universitaria.

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