/ jueves 13 de septiembre de 2018

GOLPE DE TIMÓN

Diez años después… Teodoro Barajas Rodríguez La historia refleja los síntomas de las enfermedades de los pueblos, dijo alguna vez Mao Tse Tung; en el trayecto de los últimos años existen registros de actos consumados que no tienen lugar en el olvido, no puede haber amnesia ante los embates de la brutalidad convertida en mortaja, máxime los sucesos que dibujan el rostro horripilante del terrorismo.

Este 15 de septiembre vuelve la memoria a situarnos en esa fecha de 2008 en Morelia, en la plancha central de la Plaza Melchor Ocampo, esa noche se perpetró un atentado terrorista que dejó secuelas en la Ciudad de las Canteras Rosas, la misma que vio nacer al Generalísimo José María Morelos y Pavón. Desde entonces las cosas cambiaron, dicho recuerdo no se diluye ni lo hará, ese fantasma deambula porque las alertas nunca se apagaron ante el embate de mala entraña. El 15 de septiembre del año 2008 detonó un acto vil, terrorista, homicida que nos sacudió por la magnitud desalmada, nuestra gente, nuestra plaza, nuestra ciudad símbolo de pertenencia vivía una noche triste. La actividad sosegada se interrumpió por la detonación de granadas.

Fue una cruel sorpresa que, como tal, nos tomó desprevenidos. Gritos, lamentos, exabruptos, incertidumbre, fueron los elementos que se expandieron por doquier.

Primer atentado terrorista en la era moderna, no importaban las ideologías, las condiciones sociales, unánime fue la condena, no había lugar para otra cosa.

La noche que vestía sus galas festivas del grito fue rasgada, maltrecha, un sinsentido se alojaba entre las baldosas y el viento.

La confusión, el caos. El dolor, la indignación más elocuente. No podía ser verdad, pero lo fue. La plaza Melchor Ocampo, llamada así en homenaje al filósofo de la Reforma, fue tomada por la violencia y el pánico.

Melchor Ocampo sugería el diálogo como instrumento de la civilidad, los desalmados apostaron a la violencia, al terror.

Ese hecho aciago no se olvida, víctimas fatales, lesiones permanentes, todo ello no puede diluirse por la magnitud que implica y sencillamente porque la capacidad de indignación se niega a morir. Nuestra ciudad saluda al presente y hace un guiño al porvenir, la siembra de futuro continúa porque la inmensa mayoría de morelianos no tiene vinculación alguna con el crimen y hechos execrables. Vivimos en la actualidad un periodo temporal sanguinario, nos tocó vivir este trayecto del siglo XXI que en algunos casos resulta próximo a un infierno, pero peor sería claudicar.

Aquel 15 de septiembre ha quedado en nuestra memoria como una manifestación violenta y cobarde que detonó en brutal masacre.

En otros puntos del país han ocurrido actos de esa índole, no diría de esa naturaleza porque esas barbaries son más bien desnaturalizadas, no podemos petrificarnos y asumir que es algo normal en una dinámica en la que suele imponerse la impunidad.

Esa noche permanece como una fecha aciaga en que se rompió la tradicional verbena para dar paso a una doliente sorpresa, las heridas y las malas artes de unos desalmados dejaban las cicatrices. Definitivamente, no hay olvido. (F)

Diez años después… Teodoro Barajas Rodríguez La historia refleja los síntomas de las enfermedades de los pueblos, dijo alguna vez Mao Tse Tung; en el trayecto de los últimos años existen registros de actos consumados que no tienen lugar en el olvido, no puede haber amnesia ante los embates de la brutalidad convertida en mortaja, máxime los sucesos que dibujan el rostro horripilante del terrorismo.

Este 15 de septiembre vuelve la memoria a situarnos en esa fecha de 2008 en Morelia, en la plancha central de la Plaza Melchor Ocampo, esa noche se perpetró un atentado terrorista que dejó secuelas en la Ciudad de las Canteras Rosas, la misma que vio nacer al Generalísimo José María Morelos y Pavón. Desde entonces las cosas cambiaron, dicho recuerdo no se diluye ni lo hará, ese fantasma deambula porque las alertas nunca se apagaron ante el embate de mala entraña. El 15 de septiembre del año 2008 detonó un acto vil, terrorista, homicida que nos sacudió por la magnitud desalmada, nuestra gente, nuestra plaza, nuestra ciudad símbolo de pertenencia vivía una noche triste. La actividad sosegada se interrumpió por la detonación de granadas.

Fue una cruel sorpresa que, como tal, nos tomó desprevenidos. Gritos, lamentos, exabruptos, incertidumbre, fueron los elementos que se expandieron por doquier.

Primer atentado terrorista en la era moderna, no importaban las ideologías, las condiciones sociales, unánime fue la condena, no había lugar para otra cosa.

La noche que vestía sus galas festivas del grito fue rasgada, maltrecha, un sinsentido se alojaba entre las baldosas y el viento.

La confusión, el caos. El dolor, la indignación más elocuente. No podía ser verdad, pero lo fue. La plaza Melchor Ocampo, llamada así en homenaje al filósofo de la Reforma, fue tomada por la violencia y el pánico.

Melchor Ocampo sugería el diálogo como instrumento de la civilidad, los desalmados apostaron a la violencia, al terror.

Ese hecho aciago no se olvida, víctimas fatales, lesiones permanentes, todo ello no puede diluirse por la magnitud que implica y sencillamente porque la capacidad de indignación se niega a morir. Nuestra ciudad saluda al presente y hace un guiño al porvenir, la siembra de futuro continúa porque la inmensa mayoría de morelianos no tiene vinculación alguna con el crimen y hechos execrables. Vivimos en la actualidad un periodo temporal sanguinario, nos tocó vivir este trayecto del siglo XXI que en algunos casos resulta próximo a un infierno, pero peor sería claudicar.

Aquel 15 de septiembre ha quedado en nuestra memoria como una manifestación violenta y cobarde que detonó en brutal masacre.

En otros puntos del país han ocurrido actos de esa índole, no diría de esa naturaleza porque esas barbaries son más bien desnaturalizadas, no podemos petrificarnos y asumir que es algo normal en una dinámica en la que suele imponerse la impunidad.

Esa noche permanece como una fecha aciaga en que se rompió la tradicional verbena para dar paso a una doliente sorpresa, las heridas y las malas artes de unos desalmados dejaban las cicatrices. Definitivamente, no hay olvido. (F)

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