Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Para entender el fenómeno de los menores de edad reclutados por el crimen organizado, no se puede perder de vista que es la primera generación nacida después del inicio de la guerra contra el narcotráfico en 2006, dice el periodista y escritor Falko Ernst. El también integrante de Crisis Group apunta en entrevista que los niños que crecen en zonas dominadas por el narco
“no conocen otra cosa, viven con la presencia de adultos armados y de ciertas formas de violencia”.
Conocedor del territorio michoacano, del cual ha escrito decenas de artículos periodísticos, añade que los padres de familia en las comunidades rurales ya ni siquiera explican a sus hijos por qué hay una guerra cotidiana en su propio pueblo, “lo que facilita el ingreso de los jóvenes a las filas de grupos armados o a las economías ilegales que funcionan de forma simultánea”.
En un pueblo de la Tierra Caliente, explica Ernst, un adolescente de 14 años se enfrenta a tres escenarios: seguir cosechando limones con pagos mínimos, migrar a los Estados Unidos o aceptar las invitaciones de los cárteles, donde se les promete buen pago y ascenso social inmediato,
“un anzuelo que se les vende con la idea de que manejarán una camioneta repleta de armas”.
El sueño de una vida mejor es un engaño, afirma el periodista, pues en su gran mayoría esos jóvenes terminan asesinados, en la cárcel o prófugos, “y siguen siendo pobres, porque las posiciones de poder y la riqueza de los mercados ilegales se reparten entre muy pocas personas, nunca entre los sicarios”.
En ese entorno, el reclutamiento no necesariamente es por métodos violentos. Ernst ha dialogado con hombres de grupos criminales quienes relatan que “los niños llegan solos”, o como le dijo un jefe de plaza en Apatzingán: “Relleno de carne siempre habrá”. No son todos los casos, pues hay zonas donde los adolescentes sí sufren violencia física para que trabajen en el crimen, además de que muchos son inducidos al consumo de cristal con el propósito de “formar soldados para la guerra”.
Finalmente, Falko Ernst apunta que sin que sea un factor de causalidad, la narcocultura traducida en narcocorridos o corridos bélicos representa un medio aspiracionista para niños y adolescentes, pues “es la edad en la que sueñan con ser alguien”.