/ lunes 19 de febrero de 2024

Rezar por la lluvia

Como no hubo previsiones y tenemos poco o nada para mitigar la falta de agua, la esperanza, la única esperanza, está en rezar para que la lluvia moje los campos y las serranías, no se sequen los embalses y el agua llegue para todos.

La previsión ambiental es un concepto extraño o muy desteñido en el sistema de políticas federales y estatales. Como la realidad natural tiene un comportamiento pasmoso y rebelde a los tiempos de la política, los gobernantes corresponden el “desdén” de la naturaleza con el desdén de los recursos para su cuidado.

La creencia en la infinitud e inalterabilidad de los ciclos naturales ha llevado a creer a los políticos que no tiene caso ocuparse en el reino de lo natural porque este se autocorrige por sí solo y para bien de la civilización de nuestra especie sapiens.

Al paso de las décadas este comportamiento omiso y derrochador de los bienes que se obtienen de la naturaleza está arrojando sinsabores que incomodan la estabilidad de la sociedad actual de gozo y bienestar sin responsabilidad, sin ética.

La nueva realidad que nos golpea no tiene respuesta efectiva porque los tiempos para hacerlo fueron desdeñados. Parados en la misma concepción inmediatista, alimentada por la extrema confianza en la técnica, nuestros políticos ofrecen alternativas simplistas ajenas a la compleja lógica del comportamiento de los fenómenos naturales.

Como las reservas de agua almacenada en embalses tienen fecha cercana de caducidad se les ocurre que es tan fácil resolver perforando para sacar agua del subsuelo o construyendo alocadamente represas para capturarla.

Les preocupa, y mucho, que los votantes en pleno proceso electoral articulen protestas que rebasen los rediles de los buenos modales y retiren preferencias. Tienen pánico de no encontrar soluciones inmediatas, funcionales en semanas, que mitiguen la sed que viene y calme los ánimos indignados.

Desde su perspectiva el problema no está en las causas sistémicas derivadas de la deforestación ilegal, el cambio de uso de suelo, la apropiación ilegal de aguas que secan ecosistemas y los manantiales que dan de beber a los pueblos, en suma, en la rapacidad de los sistemas productivos no sustentables. En su entendimiento está que meterse a resolver esas causas llevará mucho tiempo, tal vez generaciones porque el daño ha sido brutal, y eso no aporta votos para la próxima elección.

El político quiere verse entregando un garrafón de agua por familia, llevando una pipa para llenar los aljibes de una colonia; desea verse regalando botellas de agua para que los niños sacien su sed.

Su sueño, al estilo del Moisés Bíblico, es mirar cómo los aviones “bombardean” las nubes con yoduro de plata y acetona, y mirar a los pobladores correr por sus cubetas para recoger el agua que los políticos les han mandado; desean ver infinidad de represas nuevas coronadas por la triunfal placa: “obra de este gobierno para resolver la falta de agua”.

No alcanzan a ver que el agua no llegará por esos medios. No quieren aceptar que, en gran parte por su omisión y en muchos casos complicidad se ha propiciado la destrucción de los ecosistemas de bosque y con ello los sistemas biológicos que propician el ciclo del agua. Para ellos no es electoralmente rentable asumir que el daño no se corrige con un garrafón, una represa o un bombardeo de nubes, que la recuperación supone regeneración por muchos años.

El último recurso que le queda a la clase política es rezar con gran pasión y fe para que se obre el milagro de la lluvia y darle vuelta a esa incomoda página que le merma tiempo, recursos y fuerzas que necesita para hacer política banal, repartir garrafones, abrazar criminales, cultivar odios, inventar cajas chinas, que eso sí jala votos.

Si los rezos no dan resultados ningún programa banal podrá contener la crisis de gobernabilidad motivada por la carencia de agua. Ningún dinero repartido a diestra y siniestra será suficiente para humedecer siquiera los labios del seguidor más firme. Y es que décadas de descuido de los equilibrios medio ambientales tiene un costo que más temprano que tarde debe pagarse. La naturaleza es un gran fiador largo placista, pero, cuando cobra suele ser feroz.



Como no hubo previsiones y tenemos poco o nada para mitigar la falta de agua, la esperanza, la única esperanza, está en rezar para que la lluvia moje los campos y las serranías, no se sequen los embalses y el agua llegue para todos.

La previsión ambiental es un concepto extraño o muy desteñido en el sistema de políticas federales y estatales. Como la realidad natural tiene un comportamiento pasmoso y rebelde a los tiempos de la política, los gobernantes corresponden el “desdén” de la naturaleza con el desdén de los recursos para su cuidado.

La creencia en la infinitud e inalterabilidad de los ciclos naturales ha llevado a creer a los políticos que no tiene caso ocuparse en el reino de lo natural porque este se autocorrige por sí solo y para bien de la civilización de nuestra especie sapiens.

Al paso de las décadas este comportamiento omiso y derrochador de los bienes que se obtienen de la naturaleza está arrojando sinsabores que incomodan la estabilidad de la sociedad actual de gozo y bienestar sin responsabilidad, sin ética.

La nueva realidad que nos golpea no tiene respuesta efectiva porque los tiempos para hacerlo fueron desdeñados. Parados en la misma concepción inmediatista, alimentada por la extrema confianza en la técnica, nuestros políticos ofrecen alternativas simplistas ajenas a la compleja lógica del comportamiento de los fenómenos naturales.

Como las reservas de agua almacenada en embalses tienen fecha cercana de caducidad se les ocurre que es tan fácil resolver perforando para sacar agua del subsuelo o construyendo alocadamente represas para capturarla.

Les preocupa, y mucho, que los votantes en pleno proceso electoral articulen protestas que rebasen los rediles de los buenos modales y retiren preferencias. Tienen pánico de no encontrar soluciones inmediatas, funcionales en semanas, que mitiguen la sed que viene y calme los ánimos indignados.

Desde su perspectiva el problema no está en las causas sistémicas derivadas de la deforestación ilegal, el cambio de uso de suelo, la apropiación ilegal de aguas que secan ecosistemas y los manantiales que dan de beber a los pueblos, en suma, en la rapacidad de los sistemas productivos no sustentables. En su entendimiento está que meterse a resolver esas causas llevará mucho tiempo, tal vez generaciones porque el daño ha sido brutal, y eso no aporta votos para la próxima elección.

El político quiere verse entregando un garrafón de agua por familia, llevando una pipa para llenar los aljibes de una colonia; desea verse regalando botellas de agua para que los niños sacien su sed.

Su sueño, al estilo del Moisés Bíblico, es mirar cómo los aviones “bombardean” las nubes con yoduro de plata y acetona, y mirar a los pobladores correr por sus cubetas para recoger el agua que los políticos les han mandado; desean ver infinidad de represas nuevas coronadas por la triunfal placa: “obra de este gobierno para resolver la falta de agua”.

No alcanzan a ver que el agua no llegará por esos medios. No quieren aceptar que, en gran parte por su omisión y en muchos casos complicidad se ha propiciado la destrucción de los ecosistemas de bosque y con ello los sistemas biológicos que propician el ciclo del agua. Para ellos no es electoralmente rentable asumir que el daño no se corrige con un garrafón, una represa o un bombardeo de nubes, que la recuperación supone regeneración por muchos años.

El último recurso que le queda a la clase política es rezar con gran pasión y fe para que se obre el milagro de la lluvia y darle vuelta a esa incomoda página que le merma tiempo, recursos y fuerzas que necesita para hacer política banal, repartir garrafones, abrazar criminales, cultivar odios, inventar cajas chinas, que eso sí jala votos.

Si los rezos no dan resultados ningún programa banal podrá contener la crisis de gobernabilidad motivada por la carencia de agua. Ningún dinero repartido a diestra y siniestra será suficiente para humedecer siquiera los labios del seguidor más firme. Y es que décadas de descuido de los equilibrios medio ambientales tiene un costo que más temprano que tarde debe pagarse. La naturaleza es un gran fiador largo placista, pero, cuando cobra suele ser feroz.