/ sábado 30 de enero de 2021

El circo que se niega a dar su último acto

Crónica sobre una función circense donde las risas pretenden enterrar a la tristeza de la epidemia

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Hacer reír. Las luces se apagan. El sonido eleva a tope la expectativa. Un redoble de tambor por aquí, misterio por allá… “Amiguitos, el momento que todos estaban esperando… con ustedes el circo más grande y famoso de los Hermanossss Garner”. El escenario se ilumina y Rollito Junior aparece corriendo con una cámara fotográfica gigante. Sonríe, baila y saluda al poco público que se ha dado cita a la única función del día.

Viste con un traje amarillo mostaza, guantes blancos y gigantes, la tradicional nariz roja, maquillaje perfectamente equilibrado, así como un peluquín dorado. De inmediato comienza con su rutina y parece no importarle que el 95 por ciento de los asientos estén vacíos. Es más, acostumbrado a los tiempos pandémicos, Rollito Junior ha ido actualizando sus chistes y con cinismo mira a las gradas más alejadas para soltar el chascarrillo: “Saluden a la familia Soledad y de Gasparín, dicen que vienen mañana”.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

En un inicio las risas son cohibidas y los aplausos apenas hacen eco. Da pena iniciar con la festividad. Pero a Rollito le importa un comino y no para de alentar, de levantar los brazos. No se cansa de romper el hielo. Como parte de su acto, echa mano de su compañero Chicharín para presentar a los “máximos exponentes del género grupero… los Tlacuaches de Nuevo León”.

Pasan las canciones, las bromas y dinámicas. Los niños se empiezan a divertir y de a poco logran contagiar a los adultos. Una señora no puede más y se baja por unos segundos el cubrebocas para poder carcajearse a sus anchas. Hacer reír. Es la misión del payaso.

***

José Julián Ávila es del circo. Los recuerdos más remotos de su infancia se centran sobre un escenario, mirando a su abuelo actuar como Rollito. También se le viene a la mente su primera vez, cuando apenas con cinco años de edad fue lanzado al ruedo vestido de payaso. “Me dijeron tú metete, ve a hacer bola ahí con todos los demás”.

Fue creciendo entre carpas y a la par aprendiendo a hacer saltos en la cama elástica, a ser trapecista y todo lo que tenía que ver con la gimnasia. Pero las herencias no se discuten. Cuando falleció su abuelo, tomó la decisión de continuar con el legado y convertirse en Rollito Junior, el payaso que todos los días aparece en punto de las 18:15 horas para abrir la función.

Foto: Ivan Villanueva | El Sol de Morelia

Contrario a lo que muestra sobre el escenario, Julián es serio al conversar. Su voz se escapa con cierta timidez, al grado de que exige al oyente toda la atención posible. La mirada es taciturna, por momentos frágil, se pierde. Hace casi un año que llegaron a Morelia para seguir con la gira de trabajo. Era una ciudad más. Ni en sus mejores rutinas trabajadas a fuerza de imaginación, visualizó una pandemia de tal magnitud. Tampoco creyó que una mañana cualquiera podían llegar a decirle que “no se va a poder trabajar”.

Cruza los dedos con sus anchos guantes para confesar que tiene miedo. Le da pavor contagiarse de Covid-19, o peor aún, que su esposa y su niña enfermen. La sensación que le invade el cuerpo, dice, es porque no tiene la solvencia económica para sostener un imprevisto de ese tipo.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

El circo se está muriendo. Es una verdad que a Julián le duele admitir. Habla de sus ex compañeros, aquellos que ahora andan en la albañilería, la carpintería y todos esos oficios que les ha tocado aprender. “Vas viendo cómo van cerrando y te pones a pensar qué voy a hacer, toda mi vida es esto… ¿y ahora?”.

- ¿Por qué es importante que no se deje morir el circo?, se le pregunta.

Silencio. Más silencio. A Julián le tambalean los ojos, aprieta los dientes. No quiere echar a perder el maquillaje. Sigue en silencio. Busca las palabras, parece que ha dado con ellas, pero retrocede. Un poco más de silencio. Toma valor y responde: “A mí me llena ver a una persona reírse, me emociona. Decir circo es como si dijeras México”.

***

“¡Run, run, run runnnn…!” …

Jesús González Olalde, su esposa y su hijo no le temen a nada. Ni siquiera al Globo de la Muerte. Ante el público presumen ser los “Motociclistas Suicidas”. El más pequeño de la familia es el primero en aparecer con su uniforme al estilo motocross. Se da cuenta de la presencia de la cámara fotográfica y posa como los grandes. Sonríe y levanta el puño para darle la bienvenida a sus padres.

Los motores ensordecen y las miradas de los asistentes van de arriba-abajo-derecha-izquierda. En una esfera de metal, la familia no para de dar vueltas, son como destellos de colores que vuelan por todos lados. En las gradas hay admiración, pero también tensión y nerviosismo. En esos giros de 360 grados, uno tiene la sensación de que en cualquier momento algo puede salir mal. Pero Jesús y su esposa están convencidos de lo contrario y, para demostrarlo, se ponen de pie en sus motocicletas mientras el rugido de las máquinas no da señales de querer parar. Aplausos. No queda más que aplaudir.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

Fuera del acto, Jesús parece todo menos un temerario que rete a la muerte. Es delgado, de mirada casi pueril y naturalmente amable. Es elegante en su vestimenta, pero también en sus expresiones. Además de introducirse a diario en el Globo de la Muerte, también hace de payaso y malabarista.

Ha sido un año difícil para el mundo circense. Cuando las autoridades les comunicaron que no se podía trabajar más, a Jesús no le quedó de otra que salir a buscarse la comida del día. Pero siendo foráneo y con poca experiencia en otros ámbitos de la vida, no dio con nada.

Los once artistas que participan en los Hermanos Garner pasaron por lo mismo. Cuenta el representante del circo, Gustavo Valdez González, que se vieron obligados a salir a las calles a vender algodones y manzanas por las distintas colonias de Morelia. A esta acción, se sumó la donación voluntaria de despensas por parte de los ciudadanos. La respuesta positiva les ha permitido subsistir y aunque es un gesto que no terminan de agradecer, admite que en el fondo lo que quieren es que las familias acudan al circo, que le sigan dando un poco más de oxígeno.

***

En la mirada del Indio hay concentración total. “¡Jua!”, grita sobre el escenario mientras azota su látigo. Su penacho es imponente, el rostro está totalmente maquillado: negro, amarillo y blanco. El chaleco de cuero combina a la perfección con los colguijes que lleva encima del pecho y sobre sus bíceps. Muestra sin reservas sus hachas y cuchillos, pero no hay nada como sus ojos. En ellos hay fuego, un deseo irremediable de hacer la noche suya.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

Para el momento estelar de la función, se hace acompañar de su esposa y sus dos hijos adolescentes. “¡Jua!”, grita y ellos entienden que llegó el momento de convertirse en blancos humanos. Sin pensarlo dos veces se colocan sobre el tablero, cierran los ojos, aguantan la respiración y el Indio lanza sus armas sin piedad. “¡Pas, pas, pas… Jua!”.

La adrenalina y la euforia alcanzan su máximo esplendor cuando su hija gira a toda velocidad sobre la “Ruleta de la muerte”. El ambiente se enaltece con la música aborigen que suena de fondo. Al Indio, a Ricardo Arandú Prado Chaires, no le interesa cuántos asistentes están bajo la carpa. “Como decimos los circenses: cuando hay poquita gente es cuando se demuestra al verdadero artista”, me había dicho minutos antes de subir al escenario.

Su padre también se lo enseñó, cuando a los 8 años realizaba funciones de acrobacia junto a él. También aprendió que todos los días deben ser como la primera vez, sentir ese nerviosismo, ese miedo que asalta al pensar que se puede fallar, pero que afortunadamente quedará de lado cuando la emoción se apodere del cuerpo.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

Antes de salir a darlo todo, se recuerda a sí mismo de niño, colocado en la orilla de una tabla, viendo a su mamá saltar del otro extremo para comenzar a volar dando tres vueltas en el aire, hasta caer sentado en un sillón de tres metros y medio de altura. Todos los días la misma sensación de poner a prueba las horas de entrenamiento.

El Indio lanza fuego por la boca, está más excitado que nunca. Da unos leves brincoteos, va de un lado a otro saludando casi de manera personal al público. Deja escapar un último “¡Jua!” antes de clavar la mirada profunda, lejana. Sigue habiendo llamas en sus ojos. Es como si observara hacia el pasado, a su familia, a sus papás, a su abuelo, al tatarabuelo… a toda su tribu. El circo es cultura, me había dicho. El circo te transforma. El circo es lo más real.






Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Hacer reír. Las luces se apagan. El sonido eleva a tope la expectativa. Un redoble de tambor por aquí, misterio por allá… “Amiguitos, el momento que todos estaban esperando… con ustedes el circo más grande y famoso de los Hermanossss Garner”. El escenario se ilumina y Rollito Junior aparece corriendo con una cámara fotográfica gigante. Sonríe, baila y saluda al poco público que se ha dado cita a la única función del día.

Viste con un traje amarillo mostaza, guantes blancos y gigantes, la tradicional nariz roja, maquillaje perfectamente equilibrado, así como un peluquín dorado. De inmediato comienza con su rutina y parece no importarle que el 95 por ciento de los asientos estén vacíos. Es más, acostumbrado a los tiempos pandémicos, Rollito Junior ha ido actualizando sus chistes y con cinismo mira a las gradas más alejadas para soltar el chascarrillo: “Saluden a la familia Soledad y de Gasparín, dicen que vienen mañana”.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

En un inicio las risas son cohibidas y los aplausos apenas hacen eco. Da pena iniciar con la festividad. Pero a Rollito le importa un comino y no para de alentar, de levantar los brazos. No se cansa de romper el hielo. Como parte de su acto, echa mano de su compañero Chicharín para presentar a los “máximos exponentes del género grupero… los Tlacuaches de Nuevo León”.

Pasan las canciones, las bromas y dinámicas. Los niños se empiezan a divertir y de a poco logran contagiar a los adultos. Una señora no puede más y se baja por unos segundos el cubrebocas para poder carcajearse a sus anchas. Hacer reír. Es la misión del payaso.

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José Julián Ávila es del circo. Los recuerdos más remotos de su infancia se centran sobre un escenario, mirando a su abuelo actuar como Rollito. También se le viene a la mente su primera vez, cuando apenas con cinco años de edad fue lanzado al ruedo vestido de payaso. “Me dijeron tú metete, ve a hacer bola ahí con todos los demás”.

Fue creciendo entre carpas y a la par aprendiendo a hacer saltos en la cama elástica, a ser trapecista y todo lo que tenía que ver con la gimnasia. Pero las herencias no se discuten. Cuando falleció su abuelo, tomó la decisión de continuar con el legado y convertirse en Rollito Junior, el payaso que todos los días aparece en punto de las 18:15 horas para abrir la función.

Foto: Ivan Villanueva | El Sol de Morelia

Contrario a lo que muestra sobre el escenario, Julián es serio al conversar. Su voz se escapa con cierta timidez, al grado de que exige al oyente toda la atención posible. La mirada es taciturna, por momentos frágil, se pierde. Hace casi un año que llegaron a Morelia para seguir con la gira de trabajo. Era una ciudad más. Ni en sus mejores rutinas trabajadas a fuerza de imaginación, visualizó una pandemia de tal magnitud. Tampoco creyó que una mañana cualquiera podían llegar a decirle que “no se va a poder trabajar”.

Cruza los dedos con sus anchos guantes para confesar que tiene miedo. Le da pavor contagiarse de Covid-19, o peor aún, que su esposa y su niña enfermen. La sensación que le invade el cuerpo, dice, es porque no tiene la solvencia económica para sostener un imprevisto de ese tipo.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

El circo se está muriendo. Es una verdad que a Julián le duele admitir. Habla de sus ex compañeros, aquellos que ahora andan en la albañilería, la carpintería y todos esos oficios que les ha tocado aprender. “Vas viendo cómo van cerrando y te pones a pensar qué voy a hacer, toda mi vida es esto… ¿y ahora?”.

- ¿Por qué es importante que no se deje morir el circo?, se le pregunta.

Silencio. Más silencio. A Julián le tambalean los ojos, aprieta los dientes. No quiere echar a perder el maquillaje. Sigue en silencio. Busca las palabras, parece que ha dado con ellas, pero retrocede. Un poco más de silencio. Toma valor y responde: “A mí me llena ver a una persona reírse, me emociona. Decir circo es como si dijeras México”.

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“¡Run, run, run runnnn…!” …

Jesús González Olalde, su esposa y su hijo no le temen a nada. Ni siquiera al Globo de la Muerte. Ante el público presumen ser los “Motociclistas Suicidas”. El más pequeño de la familia es el primero en aparecer con su uniforme al estilo motocross. Se da cuenta de la presencia de la cámara fotográfica y posa como los grandes. Sonríe y levanta el puño para darle la bienvenida a sus padres.

Los motores ensordecen y las miradas de los asistentes van de arriba-abajo-derecha-izquierda. En una esfera de metal, la familia no para de dar vueltas, son como destellos de colores que vuelan por todos lados. En las gradas hay admiración, pero también tensión y nerviosismo. En esos giros de 360 grados, uno tiene la sensación de que en cualquier momento algo puede salir mal. Pero Jesús y su esposa están convencidos de lo contrario y, para demostrarlo, se ponen de pie en sus motocicletas mientras el rugido de las máquinas no da señales de querer parar. Aplausos. No queda más que aplaudir.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

Fuera del acto, Jesús parece todo menos un temerario que rete a la muerte. Es delgado, de mirada casi pueril y naturalmente amable. Es elegante en su vestimenta, pero también en sus expresiones. Además de introducirse a diario en el Globo de la Muerte, también hace de payaso y malabarista.

Ha sido un año difícil para el mundo circense. Cuando las autoridades les comunicaron que no se podía trabajar más, a Jesús no le quedó de otra que salir a buscarse la comida del día. Pero siendo foráneo y con poca experiencia en otros ámbitos de la vida, no dio con nada.

Los once artistas que participan en los Hermanos Garner pasaron por lo mismo. Cuenta el representante del circo, Gustavo Valdez González, que se vieron obligados a salir a las calles a vender algodones y manzanas por las distintas colonias de Morelia. A esta acción, se sumó la donación voluntaria de despensas por parte de los ciudadanos. La respuesta positiva les ha permitido subsistir y aunque es un gesto que no terminan de agradecer, admite que en el fondo lo que quieren es que las familias acudan al circo, que le sigan dando un poco más de oxígeno.

***

En la mirada del Indio hay concentración total. “¡Jua!”, grita sobre el escenario mientras azota su látigo. Su penacho es imponente, el rostro está totalmente maquillado: negro, amarillo y blanco. El chaleco de cuero combina a la perfección con los colguijes que lleva encima del pecho y sobre sus bíceps. Muestra sin reservas sus hachas y cuchillos, pero no hay nada como sus ojos. En ellos hay fuego, un deseo irremediable de hacer la noche suya.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

Para el momento estelar de la función, se hace acompañar de su esposa y sus dos hijos adolescentes. “¡Jua!”, grita y ellos entienden que llegó el momento de convertirse en blancos humanos. Sin pensarlo dos veces se colocan sobre el tablero, cierran los ojos, aguantan la respiración y el Indio lanza sus armas sin piedad. “¡Pas, pas, pas… Jua!”.

La adrenalina y la euforia alcanzan su máximo esplendor cuando su hija gira a toda velocidad sobre la “Ruleta de la muerte”. El ambiente se enaltece con la música aborigen que suena de fondo. Al Indio, a Ricardo Arandú Prado Chaires, no le interesa cuántos asistentes están bajo la carpa. “Como decimos los circenses: cuando hay poquita gente es cuando se demuestra al verdadero artista”, me había dicho minutos antes de subir al escenario.

Su padre también se lo enseñó, cuando a los 8 años realizaba funciones de acrobacia junto a él. También aprendió que todos los días deben ser como la primera vez, sentir ese nerviosismo, ese miedo que asalta al pensar que se puede fallar, pero que afortunadamente quedará de lado cuando la emoción se apodere del cuerpo.

Foto: Iván Villanueva | El Sol de Morelia

Antes de salir a darlo todo, se recuerda a sí mismo de niño, colocado en la orilla de una tabla, viendo a su mamá saltar del otro extremo para comenzar a volar dando tres vueltas en el aire, hasta caer sentado en un sillón de tres metros y medio de altura. Todos los días la misma sensación de poner a prueba las horas de entrenamiento.

El Indio lanza fuego por la boca, está más excitado que nunca. Da unos leves brincoteos, va de un lado a otro saludando casi de manera personal al público. Deja escapar un último “¡Jua!” antes de clavar la mirada profunda, lejana. Sigue habiendo llamas en sus ojos. Es como si observara hacia el pasado, a su familia, a sus papás, a su abuelo, al tatarabuelo… a toda su tribu. El circo es cultura, me había dicho. El circo te transforma. El circo es lo más real.






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