/ jueves 4 de octubre de 2018

“O” de Otoño

Estefanía Riveros Figueroa

Lector, antes de comenzar, te recomiendo escuchar “El otoño” de Vivaldi, para sumergirte mientras lees.

Si te das cuenta, todo lo que te rodea tiene mensajes para ti. El otoño los tiene en cada hoja caída como un soplo de cambio que renueva y se lleva lo que ya fue, pero trae lo que vendrá. Mensajes otoñales que son siempre sutiles, mensajes sosegados como la senectud de otro año que fenece.

De manera crucial, el otoño comprende el periodo del año que nos habla de transición, que nos prepara para el cambio que nuestros cuerpos, espíritus y estómagos van a vivir en invierno, porque suceden muchas cosas durante esta etapa, que nos afectan en aspectos tanto psicológicos, como fisiológicos. El otoño es la época para cosechar lo que se plantó, la época que trae las reservas de comida ante la escasez propia del invierno que le sucederá, de tal suerte que provistos de una buena cosecha, el otoño es también sinónimo de abundancia y suele relacionarse con la cornucopia, es decir, con el cuerno de la abundancia, un mito que surgió de la cultura griega.

Se cuenta que la nodriza de Zeus era una ninfa de nombre Amaltea que lo crió ya que Zeus fue escondido por su madre Rea en Creta para evitar que su padre Cronos lo devorara. La ninfa conmovida, se dedicó a alimentar a Zeus a base de miel y leche de una cabra, a la cual se le rompió un cuerno, mismo que Amaltea llenó de alimentos varios para ofrecérselo a Zeus.

Ante tal gesto, Zeus llevó hasta las estrellas a la cabra con su único cuerno, convirtiéndola en la constelación de Capricornio que al tener un solo cuerno, también se le conoce como unicornio y que para la astrología representa uno de los cuatro signos cardinales, relacionado con el elemento tierra y representativo de la siembra.

En el marco de este pintoresco mito, podemos reflexionar sobre abrir nuestra vida a la abundancia natural que nos depara nuestro ciclo de la vida, porque todos pasamos por muchos otoños antes de vivir el último otoño, el definitivo que nos provee de la cosecha para la otra vida que nos espera después.

En ese sentido, las plantas siempre sabias nos enseñan a adaptarnos a los cambios y prepararnos antes de que sucedan, por ejemplo ante el descenso de la temperatura, las hojas de los árboles caducifolios disminuyen su producción de clorofila y abandonan su característico color verde con el fin de perder las hojas que de otro modo, sería muy complicado alimentar durante el frío, una práctica que nos enseña a dejar ir lo que no podemos seguir manteniendo, como los rencores o los miedos, incluso aprender a dejar de luchar y encontrar la paz.

Disminuimos el paso y vemos la vida desde el otro lado del camino, el camino que ya recorrimos, un camino que se nos presenta dorado por las hojas caídas. En cada hoja vemos la ambivalencia de nuestro trayecto: el oro de los triunfos, pero también de los fracasos desperdigados por el suelo. Los colores ocre, anaranjado y rojizo del otoño nos envuelven porque son cálidos como el hogar, adormecen nuestros sentidos, nos conducen a un ritmo más pasivo de vida y de manera subconsciente nos abren el apetito para incrementar las fuerzas que aún requerimos antes del invierno, es la naturaleza que nos enseña a morir en esta vida para renacer en la siguiente.

En el plano psicológico, el otoño nos impacta por medio de la disminución de las horas de luz disponibles (el llamado Trastorno Afectivo Estacional), provocando cambios en nuestro humor, reviviendo añoranzas del pasado y preparándonos para meditar un poco en soledad; son menos las horas de actividad y más las horas de oscuridad, el telón de la luna redonda como el faro que guía al alma hacia los arcanos de la eternidad…

Así es, el otoño nos prepara en muchos sentidos, comienza con la letra “o” redonda como sus lunas llenas, eterno como los círculos, que igual nos invita a la glotonería, tanto como nos recuerda que el camino hacia el cambio es un tapete dorado de hojas que nos conducirá más allá del sueño del invierno. (M)

Estefanía Riveros Figueroa

Lector, antes de comenzar, te recomiendo escuchar “El otoño” de Vivaldi, para sumergirte mientras lees.

Si te das cuenta, todo lo que te rodea tiene mensajes para ti. El otoño los tiene en cada hoja caída como un soplo de cambio que renueva y se lleva lo que ya fue, pero trae lo que vendrá. Mensajes otoñales que son siempre sutiles, mensajes sosegados como la senectud de otro año que fenece.

De manera crucial, el otoño comprende el periodo del año que nos habla de transición, que nos prepara para el cambio que nuestros cuerpos, espíritus y estómagos van a vivir en invierno, porque suceden muchas cosas durante esta etapa, que nos afectan en aspectos tanto psicológicos, como fisiológicos. El otoño es la época para cosechar lo que se plantó, la época que trae las reservas de comida ante la escasez propia del invierno que le sucederá, de tal suerte que provistos de una buena cosecha, el otoño es también sinónimo de abundancia y suele relacionarse con la cornucopia, es decir, con el cuerno de la abundancia, un mito que surgió de la cultura griega.

Se cuenta que la nodriza de Zeus era una ninfa de nombre Amaltea que lo crió ya que Zeus fue escondido por su madre Rea en Creta para evitar que su padre Cronos lo devorara. La ninfa conmovida, se dedicó a alimentar a Zeus a base de miel y leche de una cabra, a la cual se le rompió un cuerno, mismo que Amaltea llenó de alimentos varios para ofrecérselo a Zeus.

Ante tal gesto, Zeus llevó hasta las estrellas a la cabra con su único cuerno, convirtiéndola en la constelación de Capricornio que al tener un solo cuerno, también se le conoce como unicornio y que para la astrología representa uno de los cuatro signos cardinales, relacionado con el elemento tierra y representativo de la siembra.

En el marco de este pintoresco mito, podemos reflexionar sobre abrir nuestra vida a la abundancia natural que nos depara nuestro ciclo de la vida, porque todos pasamos por muchos otoños antes de vivir el último otoño, el definitivo que nos provee de la cosecha para la otra vida que nos espera después.

En ese sentido, las plantas siempre sabias nos enseñan a adaptarnos a los cambios y prepararnos antes de que sucedan, por ejemplo ante el descenso de la temperatura, las hojas de los árboles caducifolios disminuyen su producción de clorofila y abandonan su característico color verde con el fin de perder las hojas que de otro modo, sería muy complicado alimentar durante el frío, una práctica que nos enseña a dejar ir lo que no podemos seguir manteniendo, como los rencores o los miedos, incluso aprender a dejar de luchar y encontrar la paz.

Disminuimos el paso y vemos la vida desde el otro lado del camino, el camino que ya recorrimos, un camino que se nos presenta dorado por las hojas caídas. En cada hoja vemos la ambivalencia de nuestro trayecto: el oro de los triunfos, pero también de los fracasos desperdigados por el suelo. Los colores ocre, anaranjado y rojizo del otoño nos envuelven porque son cálidos como el hogar, adormecen nuestros sentidos, nos conducen a un ritmo más pasivo de vida y de manera subconsciente nos abren el apetito para incrementar las fuerzas que aún requerimos antes del invierno, es la naturaleza que nos enseña a morir en esta vida para renacer en la siguiente.

En el plano psicológico, el otoño nos impacta por medio de la disminución de las horas de luz disponibles (el llamado Trastorno Afectivo Estacional), provocando cambios en nuestro humor, reviviendo añoranzas del pasado y preparándonos para meditar un poco en soledad; son menos las horas de actividad y más las horas de oscuridad, el telón de la luna redonda como el faro que guía al alma hacia los arcanos de la eternidad…

Así es, el otoño nos prepara en muchos sentidos, comienza con la letra “o” redonda como sus lunas llenas, eterno como los círculos, que igual nos invita a la glotonería, tanto como nos recuerda que el camino hacia el cambio es un tapete dorado de hojas que nos conducirá más allá del sueño del invierno. (M)

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