/ lunes 29 de noviembre de 2021

Basta solo una crisis política, económica, o religiosa para que los derechos de las mujeres se cuestionen. Estad alertas.

Estamos a escasos días para el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las instituciones se van a pintar de naranja, en todos lados vamos a escuchar hablar de esto, las autoridades tendrán actos de conmemoración, inauguraran centros de apoyo o refugios, los políticos se dirán ser los mayores aliados feministas y todos y todas nos pintaran que con sus acciones en un año ya no habrá más violencia hacia nosotras, pero va llegar el 26 y las cosas van a seguir como siempre; con meras simulaciones.

Las estadísticas oficiales dicen que 1 de cada 3 mujeres en el mundo hemos sufrido abusos a lo largo de nuestra vida, sin embargo, la vida cotidiana, las pláticas con otras mujeres, el intercambio de historias y los acompañamientos que damos las feministas nos hacen pensar que es número puede ser 2 de cada 3, aunque la diferencia sería que no todas estamos conscientes de que hemos sido violentadas.

Nacer en un mundo patriarcal como el nuestro, donde es el minuto uno que se sabe que somos mujeres se nos asigna un rol de género, es saber que por lo menos una vez en nuestra vida seremos violentadas y las violencias son variadas, son muchas, y de muchas índoles; psicológicas, emocionales, económicas, físicas, sexuales y muchas de ellas son minúsculas, casi invisibles, pero son la base que sostiene todas las demás.

Hace unos años le dio la vuelta al mundo el #MiPrimerAcoso, y fue desolador encontrar que el promedio de edad en que las mujeres sufrimos nuestra primera agresión por acoso es los 10 años, sin embargo, había miles de casos de mujeres contando que fueron víctimas de agresiones desde los 5 años, y también hay cientos de casos documentados en los que incluso desde bebés se sufren agresiones sexuales. Nacer mujer es una condena y más si además nos atraviesan otros factores de vulnerabilidad.

A un mes de que concluya el año, estamos cerca de las 300 mujeres asesinadas en la entidad, y dolorosamente superamos la cifra del año pasado y el antepasado con creces, comprobando como siempre que Simone de Beauvoir tuvo toda la razón cuando a forma de grito de guerra dijo que deberíamos permanecer alerta durante toda nuestra vida, pues basta solo una crisis política, económica, o religiosa para que nuestros derechos se cuestionen y así lo vimos durante la pandemia de COVID-19 donde la tasa de feminicidios incrementó un 65%, la violencia doméstica tuvo un aumento del 45%, y según un nuevo informe de la ONU Mujeres basado en datos de 13 países, 2 de cada 3 mujeres padecieron alguna forma de violencia o conocían a alguna mujer que la sufría.

Por desgracia, solo 1 de cada 10 dijo que recurriría a la policía en busca de ayuda. A su vez, se llegó a la conclusión que estas mujeres tienen más probabilidades de enfrentarse a situaciones de pobreza y escasez de alimentos. Si bien en México tenemos muchos años ya de vivir una violencia generalizada, la violencia por razón de sexo ha venido reflejando un incremento alarmante y nuevamente las autoridades parecen estar sobrepasadas.

Desde niñas nos enseñan a soportar violencias, a callar agresiones; que si el niño nos jala el cabello o nos molesta es porque le gustamos, que si nos levantan la falda de la escuela no digamos nada, que si nos gritan en la calle no volteemos y sigamos caminando y conforme vamos creciendo nos vamos dando cuenta que las agresiones se vuelven cada vez más graves, pero las reacciones siguen siendo las mismas: mantener silencio, solapar agresores y en caso de animarnos a hablar, condenarnos socialmente y proteger a los victimarios.

Como mujeres nos toca hacer frente unido, reconocernos en las otras y saber que no estamos solas, no callarnos ante las injusticias y acompañarnos cuando sepamos que otra está siendo víctima de violencia. Debemos actuar ya como sociedad y exigir a las autoridades hacer su trabajo, crear políticas públicas de prevención y de educación y no sólo reactivas.

Detener esta otra pandemia comienza por creerle a las víctimas, romper el pacto con los agresores, adoptar enfoques integrales y con la suficiente financiación para dejar de lado las simulaciones y que aborden las causas fundamentales de la violencia y así transformar de fondo las normas sociales dañinas contras las mujeres y niñas.

Estamos a escasos días para el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las instituciones se van a pintar de naranja, en todos lados vamos a escuchar hablar de esto, las autoridades tendrán actos de conmemoración, inauguraran centros de apoyo o refugios, los políticos se dirán ser los mayores aliados feministas y todos y todas nos pintaran que con sus acciones en un año ya no habrá más violencia hacia nosotras, pero va llegar el 26 y las cosas van a seguir como siempre; con meras simulaciones.

Las estadísticas oficiales dicen que 1 de cada 3 mujeres en el mundo hemos sufrido abusos a lo largo de nuestra vida, sin embargo, la vida cotidiana, las pláticas con otras mujeres, el intercambio de historias y los acompañamientos que damos las feministas nos hacen pensar que es número puede ser 2 de cada 3, aunque la diferencia sería que no todas estamos conscientes de que hemos sido violentadas.

Nacer en un mundo patriarcal como el nuestro, donde es el minuto uno que se sabe que somos mujeres se nos asigna un rol de género, es saber que por lo menos una vez en nuestra vida seremos violentadas y las violencias son variadas, son muchas, y de muchas índoles; psicológicas, emocionales, económicas, físicas, sexuales y muchas de ellas son minúsculas, casi invisibles, pero son la base que sostiene todas las demás.

Hace unos años le dio la vuelta al mundo el #MiPrimerAcoso, y fue desolador encontrar que el promedio de edad en que las mujeres sufrimos nuestra primera agresión por acoso es los 10 años, sin embargo, había miles de casos de mujeres contando que fueron víctimas de agresiones desde los 5 años, y también hay cientos de casos documentados en los que incluso desde bebés se sufren agresiones sexuales. Nacer mujer es una condena y más si además nos atraviesan otros factores de vulnerabilidad.

A un mes de que concluya el año, estamos cerca de las 300 mujeres asesinadas en la entidad, y dolorosamente superamos la cifra del año pasado y el antepasado con creces, comprobando como siempre que Simone de Beauvoir tuvo toda la razón cuando a forma de grito de guerra dijo que deberíamos permanecer alerta durante toda nuestra vida, pues basta solo una crisis política, económica, o religiosa para que nuestros derechos se cuestionen y así lo vimos durante la pandemia de COVID-19 donde la tasa de feminicidios incrementó un 65%, la violencia doméstica tuvo un aumento del 45%, y según un nuevo informe de la ONU Mujeres basado en datos de 13 países, 2 de cada 3 mujeres padecieron alguna forma de violencia o conocían a alguna mujer que la sufría.

Por desgracia, solo 1 de cada 10 dijo que recurriría a la policía en busca de ayuda. A su vez, se llegó a la conclusión que estas mujeres tienen más probabilidades de enfrentarse a situaciones de pobreza y escasez de alimentos. Si bien en México tenemos muchos años ya de vivir una violencia generalizada, la violencia por razón de sexo ha venido reflejando un incremento alarmante y nuevamente las autoridades parecen estar sobrepasadas.

Desde niñas nos enseñan a soportar violencias, a callar agresiones; que si el niño nos jala el cabello o nos molesta es porque le gustamos, que si nos levantan la falda de la escuela no digamos nada, que si nos gritan en la calle no volteemos y sigamos caminando y conforme vamos creciendo nos vamos dando cuenta que las agresiones se vuelven cada vez más graves, pero las reacciones siguen siendo las mismas: mantener silencio, solapar agresores y en caso de animarnos a hablar, condenarnos socialmente y proteger a los victimarios.

Como mujeres nos toca hacer frente unido, reconocernos en las otras y saber que no estamos solas, no callarnos ante las injusticias y acompañarnos cuando sepamos que otra está siendo víctima de violencia. Debemos actuar ya como sociedad y exigir a las autoridades hacer su trabajo, crear políticas públicas de prevención y de educación y no sólo reactivas.

Detener esta otra pandemia comienza por creerle a las víctimas, romper el pacto con los agresores, adoptar enfoques integrales y con la suficiente financiación para dejar de lado las simulaciones y que aborden las causas fundamentales de la violencia y así transformar de fondo las normas sociales dañinas contras las mujeres y niñas.