/ jueves 27 de julio de 2023

El sentido de la vida


Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos Viktor Frankl


Preocupa en demasía la pérdida del sentido de la vida, de los propósitos esenciales de la juventud, incluso en la niñez, en los adultos y en los adultos mayores.

Sin rumbo, llevando a cuestas frustración, el desaliento y hasta la depresión.

Y es que a todos nos hace falta definir o reafirmar nuestros proyectos de vida, sustentándolos en aquello que nos gusta y apasiona; para lo que somos capaces o “buenos”, con la convicción de que lo que hacemos es útil y trascendente, porque la vida empieza a tener sentido cuando ayudamos a otros a ponerse de pie y a andar.

Cuando miras al cielo y ves las estrellas que dominan el firmamento y comprendes que no estás solo, comprendes que la vida es mucho más que el simple palpitar de tu corazón. La vida tiene sentido cuando andas, cuando evolucionas y no dejas tras de ti amargura. Si tras de ti has dejado odio, esas serán las raíces que darán en el futuro frutos amargos; si la planta que crece tiene raíces de amor, los frutos serán dulces y serán tu alimento en el andar de cada día.

Apoya tu mano sobre el hombro de aquellos que andan contigo, porque si te sientes débil ellos te reconfortarán y si te sientes fuerte andarás más de prisa.

No te ates a las alabanzas. El que te quiere no te alaba, te apoya sin palabras. Sabrás quién es el que te quiere cuando te veas reflejado en él.

Que tu palabra sea limpia, lejos del orgullo, porque hacerlo es hablar con falsedad. Usa todo lo que la naturaleza pone a tu alcance. No malgastes tu tiempo. Hay poco tiempo; justo el que estás disfrutando ahora. Y es que el amor merece vivirlo cada día.

A propósito del amor, aquí una reflexión alusiva:

Un reconocido maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga, en lugar de entrar a la hueca monotonía. El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente:

“Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.

\u0009Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida.

Casi no lloró.

Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. Él pidió a mi hermano teólogo que le dijera, dónde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto nos pidió “llévenme al cementerio”. Papá, respondimos, ¡son las 11 de la noche!, no podemos ir al cementerio ahora! Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años.

Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más.

Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, oró y nos dijo a sus hijos, que veíamos la escena conmovidos: “Fueron 55 buenos años… ¿saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así”. Hizo una pausa y se limpió la cara.

Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis. Cambié de empleo- nos dijo-. Hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, oramos juntos en la sala de espera de algunos hospitales; nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad y perdonamos nuestros errores…


Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso y le doy gracias a Dios. Es tan grande el amor que siento por ella, que no me hubiera gustado que ella sufriera.

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló.

Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día”

Esa noche entendieron lo que es el verdadero amor... dista mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas.

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle.

Ese tipo de amor era algo que no conocían…


Dr. en Educación J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jesusvazquezestupinan@gmail.com


Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos Viktor Frankl


Preocupa en demasía la pérdida del sentido de la vida, de los propósitos esenciales de la juventud, incluso en la niñez, en los adultos y en los adultos mayores.

Sin rumbo, llevando a cuestas frustración, el desaliento y hasta la depresión.

Y es que a todos nos hace falta definir o reafirmar nuestros proyectos de vida, sustentándolos en aquello que nos gusta y apasiona; para lo que somos capaces o “buenos”, con la convicción de que lo que hacemos es útil y trascendente, porque la vida empieza a tener sentido cuando ayudamos a otros a ponerse de pie y a andar.

Cuando miras al cielo y ves las estrellas que dominan el firmamento y comprendes que no estás solo, comprendes que la vida es mucho más que el simple palpitar de tu corazón. La vida tiene sentido cuando andas, cuando evolucionas y no dejas tras de ti amargura. Si tras de ti has dejado odio, esas serán las raíces que darán en el futuro frutos amargos; si la planta que crece tiene raíces de amor, los frutos serán dulces y serán tu alimento en el andar de cada día.

Apoya tu mano sobre el hombro de aquellos que andan contigo, porque si te sientes débil ellos te reconfortarán y si te sientes fuerte andarás más de prisa.

No te ates a las alabanzas. El que te quiere no te alaba, te apoya sin palabras. Sabrás quién es el que te quiere cuando te veas reflejado en él.

Que tu palabra sea limpia, lejos del orgullo, porque hacerlo es hablar con falsedad. Usa todo lo que la naturaleza pone a tu alcance. No malgastes tu tiempo. Hay poco tiempo; justo el que estás disfrutando ahora. Y es que el amor merece vivirlo cada día.

A propósito del amor, aquí una reflexión alusiva:

Un reconocido maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga, en lugar de entrar a la hueca monotonía. El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente:

“Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.

\u0009Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida.

Casi no lloró.

Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. Él pidió a mi hermano teólogo que le dijera, dónde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto nos pidió “llévenme al cementerio”. Papá, respondimos, ¡son las 11 de la noche!, no podemos ir al cementerio ahora! Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años.

Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más.

Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, oró y nos dijo a sus hijos, que veíamos la escena conmovidos: “Fueron 55 buenos años… ¿saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así”. Hizo una pausa y se limpió la cara.

Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis. Cambié de empleo- nos dijo-. Hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, oramos juntos en la sala de espera de algunos hospitales; nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad y perdonamos nuestros errores…


Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso y le doy gracias a Dios. Es tan grande el amor que siento por ella, que no me hubiera gustado que ella sufriera.

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló.

Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día”

Esa noche entendieron lo que es el verdadero amor... dista mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas.

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle.

Ese tipo de amor era algo que no conocían…


Dr. en Educación J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jesusvazquezestupinan@gmail.com