/ lunes 3 de julio de 2023

“¡Y dale con la evaluación!”

Cada ser humano tiene una combinación única de inteligencia. Éste es el desafío educativo fundamental Howard Gardner

A propósito del escrutinio que produce un final de cursos, con las consabidas evaluaciones en todas las aristas educativas, surge de manera natural el tema: estudiantes que aprueban o no; distinciones académicas, valoraciones para la continuidad laboral, para un ascenso… ¡o para un despido!

Sergio Dávila Espinosa, catedrático y directivo en el ámbito educativo nos comparte este texto, digno de ser leído.:

“Querida Señora Evaluación:

Perdonarás la excesiva confianza de mi trato. Es que te conozco desde hace tanto tiempo que te siento familiar. De alguna manera hemos crecido juntos. Aunque te confieso que me caes mejor ahora. De niño te tenía miedo. Quizás no fue mi culpa ni la tuya. Me enseñaron a temerte.

Eran otros tiempos. La década de los 70´, cuando la enseñanza tenía como principal objetivo la transmisión de conocimientos. Entonces los profesores buscaban cerciorarse de que esa transmisión fuera efectiva, por lo que tu cara era la de un examen. Un examen en el que había que contestar de manera individual y con precisión aquello que nos habían enseñado, para que el maestro pudiera medir el grado en que los objetivos del curso se habían alcanzado.

Cada vez que en casa decía que te iba a encontrar, me ponían a estudiar el día previo y me decían que había que tomarte con respeto y seriedad. Así me acostumbré a tu presencia en la escuela. Recuerdo que mi mamá comparaba los exámenes orales que ella tenía que presentar en su primaria con las pruebas, esas que les llamaban objetivas, tremenda paradoja, pues no hay nada más subjetivo que la construcción de sus reactivos.

Para finales de esa década, ya se empezaba a hablar de constructivismos y con ellos se empezó una paulatina transformación de la enseñanza. Nos decían que ya no se trataría de memorizar información, sino de propiciar que la comprendiéramos. Poco a poco, los exámenes semestrales, fueron dejando su lugar a evaluaciones más cortas y periódicas. Y así, fuiste estrenando nuevas presentaciones. Algunos profesores incluían en los puntajes para calificar, el registro de las tareas, la elaboración de trabajos o la exposición de los temas del plan de estudios ante los compañeros; pero siempre, dando un valor especial y preponderante a los exámenes.

En un acto que podemos identificar con la veneración que sentían por ti, los profesores entonces, sin ayuda de Excel, realizaban numerosos cálculos para determinar la calificación que deberían reportar para cada alumno, de cada grupo. Cientos de operaciones que, además, remataban con reglas para el redondeo tan estrictas como absurdas. Que si 6.5 subía a 7.0 pero 5.8 se queda en 5.0

Llegué a conocer a un profesor, que como si se tratara de la factura de la CFE si sacabas 7.8 y por las reglas de redondeo te ponía 8.0; al siguiente mes a la calificación te restaba las 2 décimas “que le debías” y a otro que nos devolvía los exámenes, ordenándolos de la calificación mayor a la menor. No sé cuánto tiempo dedicaría a ordenarlos de esa forma, pero disfrutaba mucho ver la tensión en el grupo conforme iba entregando los resultados, especialmente cuando llegaba al límite entre los aprobados y reprobados.

Con el tiempo, me hice profesor y confieso que te presenté a mis estudiantes casi de la misma forma en que yo te conocí. Hacía examen cada semana un día fijo, por ejemplo, el viernes, y el último viernes de mes, el examen era acumulativo. Entonces, aprendí a conocerte mejor. Empecé a buscar que los alumnos no te temieran y con más intuición que sustento teórico, permití el uso de formularios o a contestar los exámenes por parejas, así como tomar en cuenta otros rubros como la entrega de tareas y una incipiente autoevaluación.

Más adelante, incluso me atreví a cambiar los exámenes por algún proyecto que los estudiantes hacían en equipo. Recuerdo que la primera vez construimos una página web con lo que habían aprendido en un curso de Cálculo Diferencial e Integral. ¡Como disfruté verlos tan concentrados en un acto creativo para el que tenían amplio margen en la toma de decisiones!

Con la llegada del nuevo milenio, nuevamente cambió el enfoque de la educación y por consecuencia tuviste que renovar tu presentación. Ahora el foco ya no estaba en cuánto supieran los estudiantes, ni siquiera en lo que pudieran comprender; sino en aquello que serían capaces de hacer con lo que aprendieron. Había llegado el enfoque en el desarrollo de competencias. ¡Menuda transformación la tuya!

Los exámenes escritos podrían servir, pero transformando la elaboración de sus reactivos. Otros recursos comenzaron a dominar el ambiente educativo. En mis cursos, ahora con futuros maestros, hicimos muchos como videos, cómics o infografías. ¡Cómo lo disfrutamos y cuánto aprendimos todos!,


Dr. en Educación J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jve@ulsamorelia.edu.mx


Cada ser humano tiene una combinación única de inteligencia. Éste es el desafío educativo fundamental Howard Gardner

A propósito del escrutinio que produce un final de cursos, con las consabidas evaluaciones en todas las aristas educativas, surge de manera natural el tema: estudiantes que aprueban o no; distinciones académicas, valoraciones para la continuidad laboral, para un ascenso… ¡o para un despido!

Sergio Dávila Espinosa, catedrático y directivo en el ámbito educativo nos comparte este texto, digno de ser leído.:

“Querida Señora Evaluación:

Perdonarás la excesiva confianza de mi trato. Es que te conozco desde hace tanto tiempo que te siento familiar. De alguna manera hemos crecido juntos. Aunque te confieso que me caes mejor ahora. De niño te tenía miedo. Quizás no fue mi culpa ni la tuya. Me enseñaron a temerte.

Eran otros tiempos. La década de los 70´, cuando la enseñanza tenía como principal objetivo la transmisión de conocimientos. Entonces los profesores buscaban cerciorarse de que esa transmisión fuera efectiva, por lo que tu cara era la de un examen. Un examen en el que había que contestar de manera individual y con precisión aquello que nos habían enseñado, para que el maestro pudiera medir el grado en que los objetivos del curso se habían alcanzado.

Cada vez que en casa decía que te iba a encontrar, me ponían a estudiar el día previo y me decían que había que tomarte con respeto y seriedad. Así me acostumbré a tu presencia en la escuela. Recuerdo que mi mamá comparaba los exámenes orales que ella tenía que presentar en su primaria con las pruebas, esas que les llamaban objetivas, tremenda paradoja, pues no hay nada más subjetivo que la construcción de sus reactivos.

Para finales de esa década, ya se empezaba a hablar de constructivismos y con ellos se empezó una paulatina transformación de la enseñanza. Nos decían que ya no se trataría de memorizar información, sino de propiciar que la comprendiéramos. Poco a poco, los exámenes semestrales, fueron dejando su lugar a evaluaciones más cortas y periódicas. Y así, fuiste estrenando nuevas presentaciones. Algunos profesores incluían en los puntajes para calificar, el registro de las tareas, la elaboración de trabajos o la exposición de los temas del plan de estudios ante los compañeros; pero siempre, dando un valor especial y preponderante a los exámenes.

En un acto que podemos identificar con la veneración que sentían por ti, los profesores entonces, sin ayuda de Excel, realizaban numerosos cálculos para determinar la calificación que deberían reportar para cada alumno, de cada grupo. Cientos de operaciones que, además, remataban con reglas para el redondeo tan estrictas como absurdas. Que si 6.5 subía a 7.0 pero 5.8 se queda en 5.0

Llegué a conocer a un profesor, que como si se tratara de la factura de la CFE si sacabas 7.8 y por las reglas de redondeo te ponía 8.0; al siguiente mes a la calificación te restaba las 2 décimas “que le debías” y a otro que nos devolvía los exámenes, ordenándolos de la calificación mayor a la menor. No sé cuánto tiempo dedicaría a ordenarlos de esa forma, pero disfrutaba mucho ver la tensión en el grupo conforme iba entregando los resultados, especialmente cuando llegaba al límite entre los aprobados y reprobados.

Con el tiempo, me hice profesor y confieso que te presenté a mis estudiantes casi de la misma forma en que yo te conocí. Hacía examen cada semana un día fijo, por ejemplo, el viernes, y el último viernes de mes, el examen era acumulativo. Entonces, aprendí a conocerte mejor. Empecé a buscar que los alumnos no te temieran y con más intuición que sustento teórico, permití el uso de formularios o a contestar los exámenes por parejas, así como tomar en cuenta otros rubros como la entrega de tareas y una incipiente autoevaluación.

Más adelante, incluso me atreví a cambiar los exámenes por algún proyecto que los estudiantes hacían en equipo. Recuerdo que la primera vez construimos una página web con lo que habían aprendido en un curso de Cálculo Diferencial e Integral. ¡Como disfruté verlos tan concentrados en un acto creativo para el que tenían amplio margen en la toma de decisiones!

Con la llegada del nuevo milenio, nuevamente cambió el enfoque de la educación y por consecuencia tuviste que renovar tu presentación. Ahora el foco ya no estaba en cuánto supieran los estudiantes, ni siquiera en lo que pudieran comprender; sino en aquello que serían capaces de hacer con lo que aprendieron. Había llegado el enfoque en el desarrollo de competencias. ¡Menuda transformación la tuya!

Los exámenes escritos podrían servir, pero transformando la elaboración de sus reactivos. Otros recursos comenzaron a dominar el ambiente educativo. En mis cursos, ahora con futuros maestros, hicimos muchos como videos, cómics o infografías. ¡Cómo lo disfrutamos y cuánto aprendimos todos!,


Dr. en Educación J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jve@ulsamorelia.edu.mx