/ lunes 13 de febrero de 2023

Interioridad Un tesoro escondido…

La felicidad es interior y no exterior; no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos Pablo Neruda


Al igual que una vela no se puede quemar sin fuego, los hombres no pueden vivir sin una vida interior Buda


La interioridad es un vocablo que abarca todo un campo semántico en donde se cultivan y crecen conocimientos, creencias, afectos, pasiones, actitudes y valores.

Teniendo como telón de fondo esta perspectiva, el Hermano Lasallista, Lorenzo Tébar Belmonte, nos traza un mapa conceptual de la interioridad en este encuentro, al decir:

“Formar en la interioridad es un proceso lento que exige asiduo acompañamiento”.

La interioridad no es una estrategia, sino el resultado de una fecunda labor de amplia formación, reflexión y práctica. Es un microclima fértil construido con voluntad, acumulando vivencias de todo orden: cultural, intelectual, experiencial y espiritual.

Es un campo labrado en profundidad en el que se cultivan y crecen los valores más esenciales de la persona. La interioridad es el remanso y crisol de sentimientos, rincón secreto donde alma y corazón dialogan y compiten.

La constituyen conocimientos, creencias, afectos, pasiones, actitudes y valores; son el fondo espiritual de la íntima soledad sonora de cada ser. En nuestro interior se asimilan las vivencias y se gestan las decisiones y los proyectos.

Frente a la sociedad de la imagen, del ruido, de las prisas y del vacío, la formación en la interioridad se presenta como un enorme desafío… la panacea que puede paliar (si no frenar) el vértigo y la extroversión, para aportar sentido, para forjar la profundidad de pensamiento y dar sabor a los valores del espíritu.

La educación necesita asumir este desafío formativo, sabiendo que la interioridad representa el clima y el ámbito a donde se citan y convergen múltiples valores que construyen la vida espiritual.

La interioridad puede aportar consistencia, para descubrir la dimensión vocacional de una profesión trascendente, que encuentre proyección en el estudiantado para incitar y a que sobrevivan dignamente en una sociedad incierta y sin rumbo, cada vez más competitiva y exigente.

Este breve repaso de valores en danza constituye un conjunto nuclear en el acto educativo del proceso de enseñanza-aprendizaje en las aulas.

Los educadores, y también los padres, son los primeros destinatarios de esta síntesis, para que toda enseñanza vaya precedida por la experiencia sabrosa y el testimonio de una vida honda.

Se trata del descubrimiento de un “tesoro escondido”, oculto para muchos que no han tenido la oportunidad de adentrarse en el ámbito del silencio, de la vida interior y del imprescindible autodescubrimiento.

Parece ser que hemos obviado que el ser humano es una totalidad sustancial de alma y cuerpo. Se ha presentado un reduccionismo de la persona, con mezcla de dualismo: nada más falso que ver en el cuerpo el principio del mal (tentación o pecado) y en el espíritu el principio del bien y de la virtud.

La segmentación de los aprendizajes ha contribuido a una visión imperfecta y lejos de la totalidad y unidad del ser.

Cuerpo y alma van a la par en la acción moral, es toda la persona la que se compromete o la que se evade.

Todo ser humano posee en su interior la organización de su entorno. Tenemos en el interior la cultura, la lengua y los conocimientos de nuestra sociedad.

Se ha desarrollado una inteligencia ciega a los contextos, quizá, incapaz de concebir los conjuntos.

Por es que: “El espíritu sólo es posible cuando hay una cultura y un cerebro activos”.

El ser humano es social, por definición, un ser necesitado de los demás. “Somos lo que los demás nos han ayudado a ser”.

Necesitamos estímulos para rehacernos, para “formatearnos”.

Reconocemos que la sociedad nos condiciona y a veces, nos manipula. Todo ello reclama una profesional tarea educadora, forjadora de sentido crítico, de libertad y de autonomía. El consumismo, la superficialidad y el hedonismo nos arrastran a una vida sin sentido y sin brújula.

La interioridad debe despertarse primero en cuantos tienen función educadora, a medida que se forma la capacidad para pensar y trascender la realidad del momento en que vivimos. Disponemos de una larga etapa de entrenamiento en la educación que es preciso aprovechar y valorar con responsabilidad por su enorme riqueza.

La interioridad es la calzada de la mente y del corazón. Podemos pensar en caminos diferentes para acceder a la interioridad, iniciando por educar la mirada, cuidando el impacto del entorno que nos envuelve o introduciéndonos en los secretos del mundo interior a través de la psicología profunda o de la espiritualidad. Aunque lo visible conduce a lo invisible, el flujo puede ser doble, según nos lo evoca Paul Claudel: “A menudo, del amor y del conocimiento de las cosas invisibles somos inducidos al conocimiento y al amor de las visibles”.



Dr. en Educación: J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jve@ulsamorelia.edu.mx

La felicidad es interior y no exterior; no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos Pablo Neruda


Al igual que una vela no se puede quemar sin fuego, los hombres no pueden vivir sin una vida interior Buda


La interioridad es un vocablo que abarca todo un campo semántico en donde se cultivan y crecen conocimientos, creencias, afectos, pasiones, actitudes y valores.

Teniendo como telón de fondo esta perspectiva, el Hermano Lasallista, Lorenzo Tébar Belmonte, nos traza un mapa conceptual de la interioridad en este encuentro, al decir:

“Formar en la interioridad es un proceso lento que exige asiduo acompañamiento”.

La interioridad no es una estrategia, sino el resultado de una fecunda labor de amplia formación, reflexión y práctica. Es un microclima fértil construido con voluntad, acumulando vivencias de todo orden: cultural, intelectual, experiencial y espiritual.

Es un campo labrado en profundidad en el que se cultivan y crecen los valores más esenciales de la persona. La interioridad es el remanso y crisol de sentimientos, rincón secreto donde alma y corazón dialogan y compiten.

La constituyen conocimientos, creencias, afectos, pasiones, actitudes y valores; son el fondo espiritual de la íntima soledad sonora de cada ser. En nuestro interior se asimilan las vivencias y se gestan las decisiones y los proyectos.

Frente a la sociedad de la imagen, del ruido, de las prisas y del vacío, la formación en la interioridad se presenta como un enorme desafío… la panacea que puede paliar (si no frenar) el vértigo y la extroversión, para aportar sentido, para forjar la profundidad de pensamiento y dar sabor a los valores del espíritu.

La educación necesita asumir este desafío formativo, sabiendo que la interioridad representa el clima y el ámbito a donde se citan y convergen múltiples valores que construyen la vida espiritual.

La interioridad puede aportar consistencia, para descubrir la dimensión vocacional de una profesión trascendente, que encuentre proyección en el estudiantado para incitar y a que sobrevivan dignamente en una sociedad incierta y sin rumbo, cada vez más competitiva y exigente.

Este breve repaso de valores en danza constituye un conjunto nuclear en el acto educativo del proceso de enseñanza-aprendizaje en las aulas.

Los educadores, y también los padres, son los primeros destinatarios de esta síntesis, para que toda enseñanza vaya precedida por la experiencia sabrosa y el testimonio de una vida honda.

Se trata del descubrimiento de un “tesoro escondido”, oculto para muchos que no han tenido la oportunidad de adentrarse en el ámbito del silencio, de la vida interior y del imprescindible autodescubrimiento.

Parece ser que hemos obviado que el ser humano es una totalidad sustancial de alma y cuerpo. Se ha presentado un reduccionismo de la persona, con mezcla de dualismo: nada más falso que ver en el cuerpo el principio del mal (tentación o pecado) y en el espíritu el principio del bien y de la virtud.

La segmentación de los aprendizajes ha contribuido a una visión imperfecta y lejos de la totalidad y unidad del ser.

Cuerpo y alma van a la par en la acción moral, es toda la persona la que se compromete o la que se evade.

Todo ser humano posee en su interior la organización de su entorno. Tenemos en el interior la cultura, la lengua y los conocimientos de nuestra sociedad.

Se ha desarrollado una inteligencia ciega a los contextos, quizá, incapaz de concebir los conjuntos.

Por es que: “El espíritu sólo es posible cuando hay una cultura y un cerebro activos”.

El ser humano es social, por definición, un ser necesitado de los demás. “Somos lo que los demás nos han ayudado a ser”.

Necesitamos estímulos para rehacernos, para “formatearnos”.

Reconocemos que la sociedad nos condiciona y a veces, nos manipula. Todo ello reclama una profesional tarea educadora, forjadora de sentido crítico, de libertad y de autonomía. El consumismo, la superficialidad y el hedonismo nos arrastran a una vida sin sentido y sin brújula.

La interioridad debe despertarse primero en cuantos tienen función educadora, a medida que se forma la capacidad para pensar y trascender la realidad del momento en que vivimos. Disponemos de una larga etapa de entrenamiento en la educación que es preciso aprovechar y valorar con responsabilidad por su enorme riqueza.

La interioridad es la calzada de la mente y del corazón. Podemos pensar en caminos diferentes para acceder a la interioridad, iniciando por educar la mirada, cuidando el impacto del entorno que nos envuelve o introduciéndonos en los secretos del mundo interior a través de la psicología profunda o de la espiritualidad. Aunque lo visible conduce a lo invisible, el flujo puede ser doble, según nos lo evoca Paul Claudel: “A menudo, del amor y del conocimiento de las cosas invisibles somos inducidos al conocimiento y al amor de las visibles”.



Dr. en Educación: J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jve@ulsamorelia.edu.mx