/ viernes 19 de agosto de 2022

De desaparición y feminicidio

Por: Maricela Montero Andrade

Esta semana nuevamente la noticia del feminicidio de una joven mujer conmocionó a la sociedad michoacana. Samantha Luna desapareció el 07 de julio de este año, su cuerpo fue encontrado el 10 de julio en un lote baldío en una carretera de Silao, pero no fue sino hasta el 15 de agosto que su familia tuvo conocimiento de esto. Lo que nos abre todo un arsenal de preguntas que hasta el momento siguen sin respuestas y nos presenta un paradigma que vivimos día con día, pero del que poco se habla: la estrecha relación entre la desaparición y el feminicidio.

En mayo de este año la Comisión Nacional de Búsqueda anunció que México superó las 100,000 personas desaparecidas, lo que evidenció la grave crisis de desapariciones e identificación humana que atravesamos en el país.

Este fenómeno se inició en México en 1960, sin embargo fue en el 2006, con la guerra contra el narcotráfico que emprendió Felipe Calderón, que esta cifra se disparó de manera generalizada y alarmante contra hombres y mujeres de todas las edades y si bien no es un problema exclusivo de nosotras, las estadísticas nos muestran que en los casos de las mujeres las circunstancias son muy diferentes.

El asesinato y ocultamiento de cuerpos, así como la trata de personas son la principal causa de ausencia de niñas y mujeres en el país y pese a este doloroso dato las fiscalías siguen sin investigar con perspectiva género la desaparición de las mujeres pues en la mayoría de las ocasiones cuando una persona reporta la desaparición de una mujer, lo primero que se asume es que se fue con el novio, que escapó de casa, o que está con algunas amigas y dejan pasar valiosas horas que podrían ayudar incluso a encontrar a estas mujeres con vida.

El caso de Samantha fue como muchos más un reflejo de la apatía, indiferencia e incompetencia de las autoridades, y la cereza de ese podrido pastel fue que tuvieron que pasar 35 días para que la familia supiera que un cuerpo con las características y señas particulares de Sam yacía en la SEMFO sin ser reclamado. ¿Qué pasó durante estos 35 días que la familia estuvo en un martirio yendo y viniendo a la Fiscalía de Guanajuato? ¿Dónde estuvo el error para que el cuerpo no fuera identificado? ¿Fue intencional, fue un error humano o simplemente fue la prueba de que las fiscalías están desbordadas y no se dan abasto recogiendo cuerpos, ya no digamos identificándolos, entregándolos a sus familias y haciendo su labor de procuración de justicia?

Son varias las claves que nos permiten analizar y comprender el fenómeno de desaparición y feminicidio en México y una de estas claves que es fundamental es la impunidad del sistema, pues en un país con más de 100 mil personas desaparecidas sólo existen 36 sentencias por desaparición forzada y las penas son mínimas en el milagroso caso de que lleguen a encontrar al responsable, pues hablando de casos de desaparición sólo entre el 2 y el 6 % han sido judicializados a nivel nacional.

Por supuesto la impunidad no es el único factor, y además del rompimiento del tejido social, la precarización y la desigualdad propician la reproducción y la exacerbación de la violencia. Lo vemos en los records que rompe el país semana con semana en homicidios y no sólo contra las mujeres.

La pasividad del estado es también otro punto clave, y es que tenemos un estado que ignora y minimiza los hechos. El no reconocimiento de las problemáticas ha continuado agravándolas, voltear hacia otro lado, crear cortinas de humo, o señalar a quienes señalamos estas violencias no las hacen menores, al contrario, las enardece.

En México parece que estamos en una suspensión indefinida de derechos, no tenemos derecho a ser buscadas, a ser identificadas, a vivir libres violencia, ni a decidir sobre nuestros cuerpos, y es la pasividad del estado y el no reconocer estas violencias contra las mujeres, incluida la desaparición, como temas de atención urgente y prioritaria lo que, entre otras cosas, ha permitido que sigan incrementado.

Tenemos un país maravilloso pero desolador y es que parafraseando a Berta Cáceres también “tenemos un Estado que observa contemplativamente la depredación de las mujeres”.

Por: Maricela Montero Andrade

Esta semana nuevamente la noticia del feminicidio de una joven mujer conmocionó a la sociedad michoacana. Samantha Luna desapareció el 07 de julio de este año, su cuerpo fue encontrado el 10 de julio en un lote baldío en una carretera de Silao, pero no fue sino hasta el 15 de agosto que su familia tuvo conocimiento de esto. Lo que nos abre todo un arsenal de preguntas que hasta el momento siguen sin respuestas y nos presenta un paradigma que vivimos día con día, pero del que poco se habla: la estrecha relación entre la desaparición y el feminicidio.

En mayo de este año la Comisión Nacional de Búsqueda anunció que México superó las 100,000 personas desaparecidas, lo que evidenció la grave crisis de desapariciones e identificación humana que atravesamos en el país.

Este fenómeno se inició en México en 1960, sin embargo fue en el 2006, con la guerra contra el narcotráfico que emprendió Felipe Calderón, que esta cifra se disparó de manera generalizada y alarmante contra hombres y mujeres de todas las edades y si bien no es un problema exclusivo de nosotras, las estadísticas nos muestran que en los casos de las mujeres las circunstancias son muy diferentes.

El asesinato y ocultamiento de cuerpos, así como la trata de personas son la principal causa de ausencia de niñas y mujeres en el país y pese a este doloroso dato las fiscalías siguen sin investigar con perspectiva género la desaparición de las mujeres pues en la mayoría de las ocasiones cuando una persona reporta la desaparición de una mujer, lo primero que se asume es que se fue con el novio, que escapó de casa, o que está con algunas amigas y dejan pasar valiosas horas que podrían ayudar incluso a encontrar a estas mujeres con vida.

El caso de Samantha fue como muchos más un reflejo de la apatía, indiferencia e incompetencia de las autoridades, y la cereza de ese podrido pastel fue que tuvieron que pasar 35 días para que la familia supiera que un cuerpo con las características y señas particulares de Sam yacía en la SEMFO sin ser reclamado. ¿Qué pasó durante estos 35 días que la familia estuvo en un martirio yendo y viniendo a la Fiscalía de Guanajuato? ¿Dónde estuvo el error para que el cuerpo no fuera identificado? ¿Fue intencional, fue un error humano o simplemente fue la prueba de que las fiscalías están desbordadas y no se dan abasto recogiendo cuerpos, ya no digamos identificándolos, entregándolos a sus familias y haciendo su labor de procuración de justicia?

Son varias las claves que nos permiten analizar y comprender el fenómeno de desaparición y feminicidio en México y una de estas claves que es fundamental es la impunidad del sistema, pues en un país con más de 100 mil personas desaparecidas sólo existen 36 sentencias por desaparición forzada y las penas son mínimas en el milagroso caso de que lleguen a encontrar al responsable, pues hablando de casos de desaparición sólo entre el 2 y el 6 % han sido judicializados a nivel nacional.

Por supuesto la impunidad no es el único factor, y además del rompimiento del tejido social, la precarización y la desigualdad propician la reproducción y la exacerbación de la violencia. Lo vemos en los records que rompe el país semana con semana en homicidios y no sólo contra las mujeres.

La pasividad del estado es también otro punto clave, y es que tenemos un estado que ignora y minimiza los hechos. El no reconocimiento de las problemáticas ha continuado agravándolas, voltear hacia otro lado, crear cortinas de humo, o señalar a quienes señalamos estas violencias no las hacen menores, al contrario, las enardece.

En México parece que estamos en una suspensión indefinida de derechos, no tenemos derecho a ser buscadas, a ser identificadas, a vivir libres violencia, ni a decidir sobre nuestros cuerpos, y es la pasividad del estado y el no reconocer estas violencias contra las mujeres, incluida la desaparición, como temas de atención urgente y prioritaria lo que, entre otras cosas, ha permitido que sigan incrementado.

Tenemos un país maravilloso pero desolador y es que parafraseando a Berta Cáceres también “tenemos un Estado que observa contemplativamente la depredación de las mujeres”.