/ viernes 6 de agosto de 2021

Lo personal sí es político

Maricela Montero A.

Platicando con compañeros abogados, se me ha reclamado por la causa feminista. Me increpan sobre por qué las mujeres estamos enojadas, por qué salimos a marchar y, la más absurda de todas –viniendo de colegas estudiosos del derecho y las leyes–: se preguntan por qué existe el delito penal de feminicidio si, según ellos, bien podría ser homicidio doloso.

Esto me trae a intentar explicar con peras y manzanas por qué se tuvo que crear un tipo penal específicamente para esta conducta.

Lo que no se nombra, no existe y, bajo este precepto cargado de razón, el reconocimiento de la violencia contra las mujeres y sus razones y formas específicas es el primer paso para erradicarla y transformar la realidad actual del país.

En 1976 se utilizó por primera vez el término femicidio para referirse al “asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer o un sentido de la propiedad de la mujer” y hacia inicios del 2000, derivado de la gran problemática que reflejaron “las muertas de Juárez”, el término tuvo que ser traducido y adecuado para la ley en México. Ésta nos dice que el feminicidio es el asesinato de mujeres por razón de su sexo; sin embargo, para hacer esta explicación digerible para todos, rescato la definición global y no la de la ley vigente que, dicen algunos, es menos clara y más subjetiva.

El problema real que se escenifica en los feminicidios es mucho más que homicidios dolosos contra la mujer; por esto se crea el tipo penal, pues deben ser nombrados específicamente para poder estudiar y atender la problemática. La violencia femicida no es sólo el acto de asesinar a una mujer, es también todo el conjunto de acciones y conductas previas que existieron entre la relación del hombre agresor y las mujeres en su vida. El femicida tiene toda una vida de conductas de menosprecio, rechazo, discriminación y opresión hacia la mujer, que incuban en él un odio sistemático y la falsa creencia de que la mujer es parte de su propiedad.

Esto permea en todas las relaciones e interacciones y es por lo que las feministas decimos que “lo personal es político”, pues estas conductas suceden en todas las esferas de la vida, tanto en la pública como en la privada. Lo que en principio parece que solamente daña a la vida de una persona y que es una situación exclusiva de su situación de pareja o familiar, es en realidad un problema que nos atraviesa a todas las mujeres a lo largo de nuestra vida. No son hechos individuales, sino colectivos que surgen por cómo somos educados y la percepción del lugar de la mujer en el mundo. A los hombres se les educa para ejercer violencia y a las mujeres para que la recibamos, disfrazada de lo que creemos que es natural y que se envuelve en los roles de género. Que a pesar de también tener nuestro trabajo asalariado seamos destinadas a ser la cuidadora eterna, la esclava del hogar, de los hijos y el marido, o que seamos juzgadas por nuestra vida sexual, son formas de violencia que pasan desapercibidas en la cotidianidad calificadas como nuestras obligaciones, y cuando no se cumple con ellas, hay sanciones violentas.

Antes se consideraba que la violencia doméstica era algo particular, específico del ámbito privado y por ende se atendía de manera errónea. Estas violencias que sufrimos las mujeres de manera sistemática son un problema público y debe ser entendido como algo político para así generar ayudas y programas específicos, trabajos de asistencia, cambios en la educación de niñas y niños, medidas de prevención y políticas públicas para combatir la violencia machista atendiéndolo como un problema estructural. Pues cuando se entienden únicamente como problemas de la esfera privada y personal son atendidos con terapias de mediación o audiencias de conciliación que invitan a que la mujer soporte relaciones violentas, jerarquizadas y desiguales de dominación y sumisión.

“Lo personal es político” es saber encontrar en nuestras vidas individuales lo que nos hace el patriarcado, entender cómo el sistema y la violencia machista se cuelan en cada uno de los núcleos familiares y personales, y por esto es importante reconocer, nombrar, visibilizar y así, eventualmente, poder atender, sancionar y erradicar la violencia feminicida.

Maricela Montero A.

Platicando con compañeros abogados, se me ha reclamado por la causa feminista. Me increpan sobre por qué las mujeres estamos enojadas, por qué salimos a marchar y, la más absurda de todas –viniendo de colegas estudiosos del derecho y las leyes–: se preguntan por qué existe el delito penal de feminicidio si, según ellos, bien podría ser homicidio doloso.

Esto me trae a intentar explicar con peras y manzanas por qué se tuvo que crear un tipo penal específicamente para esta conducta.

Lo que no se nombra, no existe y, bajo este precepto cargado de razón, el reconocimiento de la violencia contra las mujeres y sus razones y formas específicas es el primer paso para erradicarla y transformar la realidad actual del país.

En 1976 se utilizó por primera vez el término femicidio para referirse al “asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer o un sentido de la propiedad de la mujer” y hacia inicios del 2000, derivado de la gran problemática que reflejaron “las muertas de Juárez”, el término tuvo que ser traducido y adecuado para la ley en México. Ésta nos dice que el feminicidio es el asesinato de mujeres por razón de su sexo; sin embargo, para hacer esta explicación digerible para todos, rescato la definición global y no la de la ley vigente que, dicen algunos, es menos clara y más subjetiva.

El problema real que se escenifica en los feminicidios es mucho más que homicidios dolosos contra la mujer; por esto se crea el tipo penal, pues deben ser nombrados específicamente para poder estudiar y atender la problemática. La violencia femicida no es sólo el acto de asesinar a una mujer, es también todo el conjunto de acciones y conductas previas que existieron entre la relación del hombre agresor y las mujeres en su vida. El femicida tiene toda una vida de conductas de menosprecio, rechazo, discriminación y opresión hacia la mujer, que incuban en él un odio sistemático y la falsa creencia de que la mujer es parte de su propiedad.

Esto permea en todas las relaciones e interacciones y es por lo que las feministas decimos que “lo personal es político”, pues estas conductas suceden en todas las esferas de la vida, tanto en la pública como en la privada. Lo que en principio parece que solamente daña a la vida de una persona y que es una situación exclusiva de su situación de pareja o familiar, es en realidad un problema que nos atraviesa a todas las mujeres a lo largo de nuestra vida. No son hechos individuales, sino colectivos que surgen por cómo somos educados y la percepción del lugar de la mujer en el mundo. A los hombres se les educa para ejercer violencia y a las mujeres para que la recibamos, disfrazada de lo que creemos que es natural y que se envuelve en los roles de género. Que a pesar de también tener nuestro trabajo asalariado seamos destinadas a ser la cuidadora eterna, la esclava del hogar, de los hijos y el marido, o que seamos juzgadas por nuestra vida sexual, son formas de violencia que pasan desapercibidas en la cotidianidad calificadas como nuestras obligaciones, y cuando no se cumple con ellas, hay sanciones violentas.

Antes se consideraba que la violencia doméstica era algo particular, específico del ámbito privado y por ende se atendía de manera errónea. Estas violencias que sufrimos las mujeres de manera sistemática son un problema público y debe ser entendido como algo político para así generar ayudas y programas específicos, trabajos de asistencia, cambios en la educación de niñas y niños, medidas de prevención y políticas públicas para combatir la violencia machista atendiéndolo como un problema estructural. Pues cuando se entienden únicamente como problemas de la esfera privada y personal son atendidos con terapias de mediación o audiencias de conciliación que invitan a que la mujer soporte relaciones violentas, jerarquizadas y desiguales de dominación y sumisión.

“Lo personal es político” es saber encontrar en nuestras vidas individuales lo que nos hace el patriarcado, entender cómo el sistema y la violencia machista se cuelan en cada uno de los núcleos familiares y personales, y por esto es importante reconocer, nombrar, visibilizar y así, eventualmente, poder atender, sancionar y erradicar la violencia feminicida.